Luke
Aprovechar el tiempo con Katherine fue magnífico.
Terminé de recuperar todas mis memorias al pasar tiempo con ella, pero eso me aterrorizó bastante. ¿Si ella lo supiera, ya no me dejaría estar aquí con ella? Empezaba a temer por algo que jamás pensé que temería.
Desde que era pequeño, disfrutaba de lujos que no todas las personas podían tener. Puedo admitir que, incluso a esa edad, era bastante egoísta y una persona que carecía de valores. Eso cambió cuando conocí por primera vez a Katherine.
Rcuerdo que era un día lluvioso. Curioso... Lluvia.
Ese nombre me resultó inquietante incluso antes de recordar por qué. Tal vez por eso no la rechacé de inmediato. Su nombre despertó un eco dentro de mí, algo que no entendía del todo, pero que me hizo dudar. Lluvia no era especial para mí… pero su nombre me llevó directo al recuerdo de quien sí lo era.
Fue entonces cuando empecé a recordar.
Después de que mi padre me reprendiera ante lo que consideraba una falta de respeto frentre a sus invitados, salí corriendo al jardín trasero. Estaba enojado, empecé a correr sin rumbo hasta que, de pronto, descubrí un pequeño agujero en la cerca. Me pareció extraño que nadie lo hubiera reportado antes.
"Que ineptos", pensé.
Pero, aún así, la curiosidad me ganó.
Miré a los lados, asegurándome de que nadie me viera. Al estar seguro, me metí por ese pequeño espacio abierto. Al otro lado, me recibió un jardín ostentoso. Mis ojos se abrieron con asombro era del mismo tañamo que el mío, pero completamente distinto.
Mientras que mi jardín era monótomo, elegante y cortado con precisión para mantener la simetría, este otro rebosaba de vida. Había colores, flores silvestres y pequeños insectosque jamás habia visto pasar por el nuestro. Era como si prefirieran estar allí.
"¿Por qué? Padre siempre decía que nuestro jardín era perfecto tal y como estaba. Entonces, ¿por qué las mariposas no lo visitaban? ¿Tanto lo odiaban como para nunca aparecerse?"
Movido por una mezcla de molestia y curiosidad, me propuse a atrapar algunas mariposas. Iban a saber lo que era un verdadero jardín. Corrí tras ellas, decidido.
El tiempo se me paso volando. Cuando por fin logré atrapar a un pequeño insecto alado, unas gotas comenzaron a caer sobre mi ropa y cabello. Fue entonces cuando levanté mi vista hacia el cielo. El clima habia cambiado bastante. Ya no era un día soleado, al contrario, ahora era un cielo gris, con muchas nubes negras acercándose a gran velocidad.
En cuestión de minutos, la lluvia comenzó a caer con fuerza. El jardín, tan vivo y lleno de color momentos antes, se volvió confuso, borroso. El agua golpeaba con intensidad, empapándome por completo. El suelo, antes firme, comenzó a transformarse en lodo espeso que se adhería a mis zapatos y a mis piernas mientras trataba de avanzar sin rumbo.
Me sentí perdido.
La lluvia caía con tanta fuerza que apenas podía ver.
El barro me hacía tropezar, mis manos estaban cubiertas de tierra húmeda, mis ropas pesaban por el agua. Todo se volvió abrumador. No sabía cómo regresar, ni siquiera estaba seguro de qué tan lejos había ido.
Entré en pánico.
Quise gritar, pero mi voz se ahogó entre los truenos.
Fue entonces que la sentí.
Una mano tomó la mía con suavidad.
Y una voz…
Una voz dulce, tranquila, cálida.
Como si pudiera calmar cualquier tormenta.
—Ven, por aquí —me dijo, sin brusquedad.
Me dejé guiar. No podía ver bien su rostro entre tanta lluvia, pero su presencia me hizo sentir a salvo. Me condujo bajo un gran árbol que, aunque no detenía toda el agua, al menos ofrecía un poco de refugio. Desde ahí, me señaló algo: una fuente.
Era de piedra clara, con formas que no entendí del todo en ese momento. El agua caía desde lo alto con suavidad, como si esa fuente ignorara la violencia del clima a su alrededor. Me senté a su lado, exhausto.
Ella, sin decir una palabra más, se arrodilló frente a mí y empezó a limpiar el barro de mis manos y brazos. Con paciencia, con ternura. Yo solo la observaba. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz.
No sé cuánto tiempo pasó. Quizá minutos. Quizá horas. Pero en algún momento, la lluvia comenzó a calmarse. El cielo ya no parecía tan oscuro. Las gotas perdieron su intensidad, hasta volverse casi imperceptibles.
Me levanté, algo avergonzado, y le di las gracias en voz baja. Ella solo sonrió.
Fue entonces que me di cuenta.
Detrás de ella…
Solo había luz.
No entendía de dónde venía, ni cómo, pero la claridad la rodeaba. Todo lo demás seguía cubierto por nubes grises, por el peso del agua, por el lodo. Pero detrás de ella, había luz. Una cálida, blanca, como si su sola presencia iluminara ese pequeño rincón del mundo.
Y en ese momento, algo dentro de mí cambió.
Fue justo ahí que comprendí…
Que siempre, hasta el día de hoy, ella era la luz para mí.
Aún con esa sensación cálida en el pecho, recordé mi casa. Mis padres. Pensé que, quizá, estarían desesperados, buscándome por todas partes. Me levanté de golpe, con la urgencia de regresar antes de preocuparlos más.
Corrí por el jardín aún húmedo, volví a cruzar el agujero de la cerca con los zapatos llenos de barro seco y el cabello aún goteando.
Pero al llegar, no encontré voces desesperadas.
Nadie gritaba mi nombre.
Nadie me buscaba.
Todo seguía igual.
Mis padres ni siquiera se habían dado cuenta de que no estaba.
Con el corazón todavía latiendo fuerte…
Me di cuenta de algo más:
Nadie me había buscado.
Solo ella me había encontrado.
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secretos de un pasado y presente oscuro, fidelidad traicion, perdidas de memoria
Editado: 26.05.2025