Pasar tu vida en una casa que nunca te gustó puede ser algo complicado, pero cuando ese lugar está lleno de recuerdos se torna aún peor. Cada rincón guarda una pequeña de la gran historia de vida de cada integrante que la habitó, permanente o de paso.
Tener sesenta años se me hacía mucho y a la vez poco, más considerando que siempre me consideré viejo y desfasado. La música era la mayor representación de esa idea: naciendo justo entre las primeras canciones de Paul Anka a fines de los 50’s y el naciente doo wop de los 60’s, sumando mi gusto por la música de Wagner, Beethoven, Mozart y Bach, todos elementos permanentes de mi vida aún cuando el mundo viviera mil revoluciones y retrocesos casi por igual. La ciencia ficción y la mitología fueron mi mayor credo, pasaba mucho tiempo escribiendo algunos intentos de space opera mi héroe favorito era Superman… Muchas de las cosas que tenía cuando joven se perdieron, pero todavía seguían intactos en mis recuerdos, en mi infinita memoria que los acumulaba y sigue hasta la fecha, por más insignificantes o maravillosos que fueran.
Mi cuarto era prácticamente una bodega llena de cajas con un sinfín de cosas. Parecía que ya estaba listo cuando, de repente, no encontraba… ¡Mi anillo! Rápidamente me revisé los bolsillos del pantalón, de la camisa, revisé una y otra vez los muebles y pisaba con cuidado por si estaba en el suelo. Aunque era de oro y su brillo podía indicar fácilmente dónde estaba, mi vista no era la misma de hace 30 años. En medio de mi desesperación, terminé en el suelo tras dar una voltereta por chocar con una caja que tenía varias cosas delicadas, las cuales terminaron en el suelo. Me levanté presto a volver todo en su sitio cuando en eso apareció mi hermano.
— ¿Qué te pasó? No me digas que de nuevo se te perdió algo –Braulio se quedó parado frente al marco de la puerta.
— Se me perdió mi anillo, no sé dónde lo dejé mientras guardaba las últimas cosas que quedaban en el mueble –abría las cajas pequeñas y las cerraba para volverlas a la caja grande en tanto buscaba mi preciado objeto.
Nomás puso los ojos en blanco y se fue, lo que me produjo mucha molestia. Para él, las cosas que guardaba eran una acumulación de sin sentidos y no es de extrañar considerando que él nunca estaba en un lugar fijo debido a su trabajo de fonoaudiólogo en tanto que yo, como buen historiador, tenía toda una batería de libros y documentos. Continuando la búsqueda de mi anillo, acabé encontrando un cuaderno con mis memorias –un objeto bien simpático dado que lo tenía organizado como una suerte de Historia Universal, dividiendo mi vida en “edades”- y la partitura de una fuga que compuse hace unos… ¡Treinta y cinco años! Entre las páginas de la partitura había un cassette sin etiqueta y… ¡Mi anillo de oro! “Aquí estabas… Mi precioso”. Justo cuando estaba contemplándolo, llegó mi sobrina Rebeca.
— Tío, mi papá dice si acabaste de ordenar lo que botaste… –avanzó con cuidado al ver que no y, ante la falta de atención, jaló suavemente de mi chaleco-. Tío…
— ¡Ah! Perdón, no te oí llegar –en eso se me resbaló el anillo de la mano y Rebeca alcanzó a atraparlo.
— ¿Y este anillo? –lo miró con curiosidad.
— Es “Mi precioso” –tomé el anillo para colocarlo en mi índice derecho.
— ¿Tu “precioso”? No entiendo –me miró confusa.
— Es solo un anillo de oro, pero yo digo que es “Mi precioso” –le expliqué.
— ¿Y por qué le dices así? –volví el anillo a su mano y ella lo quedó mirando fijo.
— Porque se parece al Anillo Único de Sauron, el enemigo de la Tierra Media –lo dije tan tétrico que ella pegó un saltito-. Éste anillo es muy valioso para mí y fue de gran ayuda en muchas situaciones como también me hizo caer en algunos chascarrillos.
— ¿Ah sí? –intentó ponérselo entre sus dedos, pero en ninguno le quedaba.
— Lo tengo desde hace treinta y siete años y tiene tanta historia como yo, tu viejo tío –sonreí-. Algunas personas han creído que es mi anillo de casado y se han liado porque lo uso en el índice y no en el anular.
— ¿Y si no es de casado por qué lo usas? –Rebeca me miró curiosa.
— Por lo que te dije, para mí es como el Anillo Único –lo volví a tomar para colocarlo en mi índice derecho.
— ¿Eres enemigo del mundo? –me miró asustada.
— No –reí-. Pero como buen fanático de El Señor de los Anillos creo que es mi réplica del anillo regente y soy feliz con esa idea.
— ¿Entonces no eres malo? –sonrió.
— Si fuera malo no te contaría las historias que te gustan –toqué su nariz y rió.
Rebeca estaba a punto de cumplir trece años y siempre le gustó que le contara las historias que escribí cuando joven, su sueño era participar en una orquesta y hacer que todos tocaran mis obras en tanto que un grupo de actores realizaran mis adaptaciones teatrales. Se emocionaba cuando yo tocaba el piano o mi hermano tocaba el bajo y la guitarra, razón por la cual ahora estaba en un curso de violín hace un año.
— ¿Y el cassette? –reparó al verme con él en la mano izquierda.
— No tiene ninguna etiqueta, supongo que tendrá algo importante –me levanté-. Deja buscar una radio.