La voz de la reportera se interrumpió con la llegada de Samantha, que volvía a dejar el mando de la televisión sobre la mesa de la cocina lanzándole una mirada de reproche. Alana se quejó, chapoteando con la cuchara en su tazón de cereales porque la pantalla se había quedado en negro incluso si no entendía ni una palabra de lo que contaba el repentino boletín informativo.
Samantha volvió a la mesa junto a ellos, aunque no se sentó. Aseguraba que ya había desayunado, pero como lo había hecho dando vueltas de un lado a otro repitiendo que se le escapaba el avión, Sian no confiaba demasiado en su palabra. Tampoco tenía sentido discutir con su hermana. Ella podía ordenarle todo lo que quisiera porque era la mayor, era la norma que se había inventado desde que sabía que tendría un hermanito.
Vio la preocupación en su rostro cuando volvió a dejar un beso en la mejilla de Alana. Ella la despidió efusivamente, deseándole buen viaje y logrando dibujar una pequeña sonrisa al fin en el rostro de su madre.
Sian esperó a oír la puerta cerrándose para volver a encender la televisión tras intercambiar una mirada cómplice con Alana. Ella se tapó la boca para reírse en secreto, como si Samantha aún pudiera descubrirlos. Se tres días a un congreso al que la empresa la obligaba a ir. Siempre se había sentido orgullosa de su ascenso como directora general del hotel en el que trabajaba, pero Alana le suponía un obstáculo que tanto Sian como sus padres le ayudaban a sobrellevar como mejor podían.
Pero, por alguna razón, Samantha seguía sin confiar demasiado en su hermano pequeño.
Cambió las noticias, que llevaban hablando toda la mañana de un accidente horrible que había ocurrido en Bélgica. Se hablaba de atentados terroristas pero las causas aún estaban por determinar. Puso los dibujos, no estaba Doraemon, pero suponía que a Alana tampoco le importaba demasiado. Lo que ella quería era que la televisión estuviera encendida, el contenido era lo de menos.
Alana asintió enérgicamente con la cabeza y, sin poder dejar escapar esa muestra de rebeldía, Sian comenzó una guerra de cosquillas contra el cuerpecito de Alana, haciendo que se olvidara del desayuno y que empezara a chillar como si estuviera siendo sometida a una tortura insoportable. Bueno, a su favor debía decir que eso lo había sacado de su tita Anna, o quizás realmente sus cosquillas eran así de insoportables.
Le gustaba ser el canguro de Alana, pero era agotador. Por suerte, cuando le había tocado hacerse cargo de su hermana pequeña, siempre había contado con Samantha a su lado para poner un poco de orden. Ella había sido la niñera de Sian, siempre pidiéndole silencio para poder estudiar y poco colaborativa a participar en sus juegos. Esperaba que fuera más amable con su hija.
Tardó más de una hora en conseguir que Alana saliera de la bañera. La niña, pudorosa como ninguna, se había negado a que entrara con ella, aunque no había puesto impedimentos a que dejara la puerta abierta. Había tenido que sacarla él de todos modos porque el agua se estaba quedando helada y, bien, era verano y al día siguiente tenían cita con el pediatra, pero no eran motivos para correr tantos riesgos. Especialmente porque si Samantha regresaba y encontraba a la niña resfriada, lo mataría.
La dejó coloreando mientras él recogía y limpiaba la cocina, la parte más dura de ser canguro. Podía seguir el ritmo de los juegos de Alana sin problemas, pero limpiar era un caso aparte. En el piso compartido en el que vivía en Denter ninguno se preocupaba demasiado por el orden. Quizás Thomas era un poco quisquilloso, pero solo cuando se daba cuenta de que no quedaba ni una mísera cuchara limpia.