Entre tanto bullicio mental, yo me pasaba los días escribiendo, adoraba las clases de la señorita Milena, profesora de literatura, siempre me había llamado la atención las hojas en blanco porque yo era quien les daba vida al final. Crecí sin amigos por lo que mis habilidades sociales no existían, temía hablar en público, incluso contradecir, decir lo que sentía o poner algún tipo de propuesta en la mesa. Hay que sumar también que no salía de casa y pasaba hora tras horas hablando con una amiga, Katrina, está amiga que yo había inventado, se componía de una vieja pared que yacía en el patio trasero de nuestra casa, con ella me sentía yo, sentía que podía hablar de lo que fuera, no críticas, no peleas, no bullicio, no tortura. No pasó mucho tiempo cuando mi mamá se dió cuenta de lo que sucedía en el patio todas las tardes, yo hablando con una vieja pared, un día me pilló y me reprendió tan fuerte que nunca más volvió a salir palabra de mi boca, sólo me limitaba a asentir o negar con mi cabeza a sus oraciones.