Reminiscencias

Despertar

Entre mi soledad llegué a conocer a un joven, era rubio y tenía los ojos achinados, era gracioso y tenía una peculiar sonrisa. Él era mi salvador, me ayudaba con las operaciones matemáticas, y yo le ayudaba con las comprensiones literarias. Éramos un buen equipo, pero cierto día, no volví a saber de él, no regresó al colegio, no tuve tiempo de despedirme como se lo merecía, había fallecido en un accidente el fin de semana posterior a la clase de matemáticas. Y yo solitaria, abandonada de nuevo. Desde entonces las despedidas me producen cierta rabia embestida de tristeza.

Después de aquel fatídico suceso logré deprimirme más, no salía ni al parque, pasaba horas callada, se incrementó más el silencio que me enmudeció, pero nadie lo notaba, todos estaban absortos con la dulzura de Darla. Y yo solitaria. Desde entonces aprecio el silencio. No logré tener más amigos sino hasta undécimo de secundaria cuando conocí a tres chicas religiosas que se la pasaban hablando de la bondad, el amor al otro y la solidaridad, pero me preocupaba su orientación, pues en la práctica eran todo lo contrario, muy individualistas, materiales y burlescas, pertenecían a la red juvenil para la promoción de cristo Salvador. Y yo solitaria, desde entonces no soy religiosa.

A pesar de no estar de acuerdo con su religión, las toleraba, hasta me agradaba sentir su compañía por puro placer de sentirme vista, aunque fuese superficialmente. Me gustaba saber que los días próximos a mi cumpleaños alguien estaría pensando en mí, en qué obsequiarme, no todo era malo, ellas estaban atentas, rasgo que a mí me agradaba.

Los profesores impartían filosofía, religión, español y trigonometría. Ya pueden adivinar cuáles eran mis preferidas, exacto, el español y la filosofía, yo padecía de una enfermedad: la duda. Todo me lo cuestionaba, no daba nada por cierto a menos que existieran pruebas de lo contrario. En cierta ocasión el profesor Carlo, de filosofía, remontó a Nietzsche como tiranizado del propósito natural de la vida porque planteaba la transmutación de los valores tradicionales y ofrecía una crítica radicalista sobre la moral que había constituido a la sociedad. Allí fue cuando me enamoré de Friedrich, de sus obras, de su pensar, pasaba los recreos en la biblioteca leyendo, indagando, preguntando y en todo concordaba con él.

Entonces la biblioteca se volvió mi hogar, ya pasaba más tiempo allí que en casa. La lectura me sumergió en un mundo alterno, me llenó de imaginación, me vistió de elegancia y me sedujo con inteligencia. Ya no pensaba igual, y eso es avance. Opté por empezar a ahorrar dinero para ponerme un reto personal, armar una pequeña biblioteca en mi cuarto, y así lo hice, de las mesadas que me daba papá, día tras día logré juntar y comprar libros, así hasta que tuve unos 29 libros entre historia, filosofía y psicología.




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