Amoré

Una noche lúgubre de trabajo, lúgubre porque así eran mis noches, me enamoré a primera vista de un ser que para mis ojos eran alucinantes, un joven brillante, de lentes, mirada misteriosa, y sonrisa pícara entró al restaurante, iba acompañado de una mujer pelo negro, pidieron una lasaña y vino blanco, se me hizo curioso que él no la tratará con ternura por lo que supuse que no era su compañera sentimental, al finalizar el platillo osé a ser atrevida y en el cheque de la cuenta le escribí mi número telefónico, que en ese entonces era el número de mi mamá. 

Pasaron los días y yo estaba resignada a que aquel joven jamás me llamaría, hasta que sonó el teléfono y con una intuición casi enceguecida atendí y era su voz, una voz dulce pero masculina a la vez, ferviente, caliente. Me dijo que se llamaba André, le dije mi nombre y propuse vernos en el parque de los enamorados, lo llamaban así por un viejo mito que rondaba las mentes de los habitantes, una joven pareja murió una noche de pasión allí trágicamente. 

A eso de las 6:00 p.m. había sido acordada la cita, yo ansiosa por el encuentro llegué como media hora antes pues me había acostumbrado con mi papá a manejar la situación de cualquier lugar llegando más temprano de lo esperado al lugar asignado. Eran las 6 y ví que caminaba hacia mi un joven de aspecto triste, era él, era André, yo cordialmente lo saludé y empezó el baile del amor. Cada vez eran mejores las citas, aunque era un hombre muy reservado, sabía cómo conquistarme sin palabras, con las palabras necesarias. No sabía mucho de él, pero no necesitaba saber sino entender. No pasó mucho tiempo cuando le propuse formalizar, pero él dió un giro al conversatorio, dijo que no se sentía preparado, para mí eso había sido un “no”. 

Decidí no buscarlo, ni llamarlo, entre esa distancia el apareció en el local de mi tía con un ramo de rosas pidiéndome ser su novia, y yo sorprendida, le dí el “si.

La vida con André fue más bonita, hacíamos todo juntos, íbamos al parque de atracciones, pues le había comentado que de pequeña sentía gran curiosidad por eso, aunque que él era un poco mayor que yo, no se notaba la diferencia, era muy jovial, notaba la belleza en todo, admiraba en silencio las más bellas flores y cuando hacíamos el amor, tenía el mismo salvajismo y energía que un chiquillo que apenas está aprendiendo a correr. 

Así pasaron los años y su daños, André empezó a envejecer y ya se le veían las canas, yo lo consideraba muy tierno aún, tenía luz en los ojos como un pequeño lucero. Él ya me veía más amenazante, sentía que iba a irme de su lado, me decía que yo le dejaría por uno de mi edad y yo marchitaba sus palabras con un beso en la boca, y le decía “te amo”.

Yo comencé a estudiar literatura en la universidad.Estaba sumergida en el estrés entre André, que cada vez se volvió más demandante, mi mamá que se convirtió más avariciosa y Darla que se volvió más tempestuosa; y el trabajo en el restaurante que cada vez era  más asfixiante. Estaba agotada.  André siempre  decía que no me hacía falta trabajar, que él podría mantenernos a ambos y que de mi familia no debía preocuparme, pues él solventará los gastos. Yo que me he considerado muy independiente desde siempre, omitía sus palabras, las pasaba por un colador mental.

Mi progreso en la universidad era evidente y los profesores lo notaban, así que concursé en un proyecto literario, salí triunfante y me redireccionaron a otra universidad, eso implicaba mudarme a una nueva casa, separarme de André por un buen tiempo y dejar a mi familia a su suerte, pasé días pensativa, pensando lo mejor que podría hacer, André por supuesto estaba opuesto a esa dirección, pero yo solo tenía en mente superarme. Así que me decidí y hablé con André sobre el tema, le dije que posiblemente estaríamos alejados un año y medio, y que si no quería esperarme yo no se lo reprochaba. También hablé con mamá y Darla, ellas como era de suponer se enojaron, pero no hice caso y partí a mi nuevo destino. Al final eso era lo que siempre había querido.