Renacer

Capítulo III Recuerdos

CAPITULO III

Recuerdos

EDRIAN

"Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse; al contrario, la hacen más profunda."

(Gustave Flaubert)
 

¿Cómo había podido olvidarla? Ana, la única persona que tenía un significado para mí, la mujer por la que había dado mi inmortalidad. No podía creer que la hubiese olvidado, que de algún modo su recuerdo se hubiese esfumado de mi mente.

Todas las imágenes de mis últimos minutos siendo un inmortal volvieron a mí como flashes de luz cargados de potencia. Ana a mi lado en la cama, su cuerpo delicado y perfecto junto al mío, sus labios, su rostro, pequeño y fino, de un color marfil casi trasparente, sus ojos castaños como miel, mirándome de la única forma que me hacía sentir vivo. La batalla, mi hermano Gabriel siendo poseído por el Caído por excelencia, la Triada unida otra vez, las almas... Elena. La rabia hirvió por dentro descontroladamente, el ángel que había muerto, la trampa de todos, la traición de la mujer a la que amaba. ¿Cómo había podido ser tan idiota? Todo había ocurrido por mi culpa, por haber deseado más de lo que podía pedir, por no haberle impedido a Ana ir en busca de Gabriel y Azahel.

Pero había dicho su nombre, era la regla, ahora que la recordaba, que sabía quién era, o al menos quien había sido, todo mi pasado y su existencia, ahora ella podía venir a mí, debía volver a mí, más los minutos pasaban y Ana no regresaba. ¿No podía volver o no quería volver? Tal vez se había cansado de mí, quizás ahora que había conocido la inmortalidad, el poder, el conocimiento, tal vez ya no deseaba volver a ser una mortal y yo no significara nada para ella. ¡No! Me obligué a apartar ese pensamiento de la cabeza, la conocía muy bien, confiaba en ella, Ana no era Elena, ella haría hasta lo imposible por volver a mí, si no estaba de vuelta, la única razón existente era porque no podía, porque algo o alguien no se lo permitía. Mikael era el encargado de su transición, él era quien la estaba protegiendo, entrenando, era un arcángel y uno de los más poderosos que yo había conocido en toda mi existencia, si alguien le estaba prohibiendo volver a mí, solo podía ser Mikael, la pegunta era ¿Por qué?

Salí de la abarrotada plaza antes de que un tumulto estallara a solo pasos de donde me encontraba, últimamente el mundo se estaba volviendo loco. Caminé rápidamente por las largas calles de la ciudad en busca de un lugar, cerrado y solo, donde poder llamarla. Tal vez si me escuchaba mejor, si me encontraba a solas, entonces aparecería. Los grandes edificios se cerraban sobre mí casi asfixiándome, haciéndome sentir ínfimo. Las personas a mi alrededor, toda una amalgama de razas, tamaños y colores, tropezaban contra mi cuerpo sin prestar atención, casi como si fuese invisible. Aceleré el paso sin dejar de buscar a mí alrededor algún lugar que pudiese servirme.

Conseguí un local abandonado hacía poco, estaba en remodelación a juzgar por el letrero que rezaba FUERA DE SERVICIO en grandes letras rojas, era pequeño, las vidrieras habían sido tapizadas por diversos papeles de periódicos de todas las fechas. Lo rodeé y me acerqué por la parte posterior, forcé un poco la cerradura, procurando no hacer mucho ruido, y vigilando siempre sobre mi hombro, por la presencia de algún otro humano. La puerta cedió al tercer intento y se abrió de golpe.

Entré silenciosamente al local y me quedé en la parte de atrás, la oscuridad que me rodeaba me ocultaba fácilmente del ojo humano que se asomara por los ventanales del frente, si es que podían ver a través del improvisado tapizado en ellas.

-Ana – Dije armándome de valor, las palabras quemaban mi garganta, pero era un dolor delicioso, el amargo sabor de la necesidad – Sé que puedes escucharme. Vuelve a mí, regresa.

Me quedé en silencio por un minuto escuchando atentamente cualquier sonido extraño que se acercara, pero solo podía escuchar las bocinas de los autos en la calle y el alboroto de los transeúntes hablando de cosas banales. Cerré los ojos fuertemente concentrándome en enviarle mi llamado silencioso.

La desesperación se estaba apoderando de mí; llevaba días sin verla, sin sentir su toque, sus labios, ya casi olvidaba el tono frágil y delicado de su voz, como pequeñas campanillas, y su aroma... el aroma a flores silvestres que había impregnada desde entonces mis sentidos. Sentía que habían pasado años desde la última vez que la había visto. La necesidad quemaba como el fuego, la necesitaba como una droga, como ahora pedía el aire para vivir, y aun así no venía a mí.

-¡Ana! - Grité esta vez con fuerza, olvidándome de ser precavido - ¡Ana! ¡Ana! ¡Ana!

Mi garganta se desgarraba por la fuerza de mis gritos pero nada más me importaba salvo ella. Tenía que escucharme, no podía dejarme aquí abandonado y completamente solo.

-¡Ana! ¡Ana!

Los gritos seguían saliendo por inercia, uno atrás del otro. La oscuridad comenzaba a hacerse más profunda, los rayos del sol desaparecieron poco a poco. No sé cuantas horas estuve en ese local llamando su nombre. El tiempo ya no tenía el mismo significado para mí, los segundos sin ella bien habrían sido horas, días, años. La soledad se hacía cada vez más profunda, mientras los recuerdos me comían por dentro y me sumían en el dolor y la desesperación. Estar en ese cuerpo humano solo empeoraba las cosas, las sensaciones y emociones eran más fuertes e intensas, las sentía como laceraciones directas en la piel.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.