Renacer

Capítulo IV Perdido

CAPITULO IV

Perdido

"Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en un monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti"

Sir Francis Bacon
 

El vaso resbaló de mi mano y cayó en el piso quebrándose en mil pedazos. La única escapatoria posible de todo residía en esos cuatro dedos de Whisky que había dejado caer. Estaba solo y desesperado, atrapado en el cuerpo de un mortal, probando por primera vez sus vicios, ahora entendía por qué muchos se perdían en el alcohol, era lo único que lograba silenciar los miedos, las dudas y las penas.

Las frases del cura ya casi no se oían en mi cabeza, aquella amarga bebida las desvanecía lentamente; aun así, parecía que el único recuerdo que no lograba aplacar era el de Ana, incluso creo que lo empeoraba. Su imagen venía a mí nítidamente, como si estuviese a un lado, era imposible alejar ese pensamiento, crecía con una potencia que no podía considerar humana, podía incluso sentirla llamándome.

-Creo que será mejor que vaya a casa, amigo – Dijo el cantinero, un hombre gordo y calvo con camiseta sin mangas y largo tatuaje en el brazo, detrás del mostrador al ver que se me caía el vaso.

-Sírveme otro – Dije con la lengua trabada, aquella bebida parecía funcionar como una anestesia.

-Es suficiente por hoy, será mejor que se vaya – Replicó nuevamente.

Mis manos actuaron por su propia voluntad, sin siquiera pensarlo, y apretaron el cuello de la camiseta del cantinero. Su rostro estaba a solo centímetros del mío, era redondo y grueso, de un rojizo que parecía estar siempre sonrojado. El bar se sumió en un silencio total, los hombres que habían estado jugando, lo que habían llamado billar, habían parado, podía sentir el filo de todas sus miradas clavadas en mi espalda.

-Dije que me sirvieras otro – Aquella no parecía ser mi voz, pero sentí mis labios moverse al mismo tiempo que las escuchaba.

El cantinero me devolvió una mirada asesina, más no hizo ningún intento por deshacer mi agarre.

-Será mejor que te vayas o llamaré a la policía – Su voz era calmada, pero completamente sincera.

-¡Eh! ¿Algún problema? - Preguntó una voz fuerte desde mi espalda.

-Ninguno – Respondí amargamente, sin soltar a mi presa – El señor estaba a punto de servirme otro trago.

-Será mejor que se vaya, amigo – Prorrumpió la misma voz a mi espalda – Se lo estoy diciendo por las buenas.

-Calma, Pequeño Juan – Dijo el cantinero hablándole al hombre.

Solté mi agarre y di media vuelta para enfrentarlo. Medía casi dos metros de altura y su contextura era tres veces mayor que la mía, aquel apodo le quedaba corto.

-Creo no es tu problema, Pequeño Juan – Dije enfrentándolo. Parte de mí deseaba pelear, descargar mi furia en alguien, aún cuando no tenían la culpa de nada.

-¿Qué has dicho? – Inquirió aquel gigante, y dos de sus amigos, no tan grandes como él, pero igual de intimidantes para cualquier otro que no fuese yo, se acercaron y se posicionaron detrás de él.

Muy bien, la pelea va a comenzar, pensé sintiendo como la rabia y el odio, y en general todo, comenzaba a llenarme por completo. Apreté los puños preparado para atacar en cualquier momento.

-Dije que no es tu problema – Repetí con media sonrisa, anticipando la pelea – A menos que quieras hacerlo tuyo.

Los dos hombres fruncieron el ceño, enfurecidos, pero el Pequeño Juan levantó las manos, los detuvo a los dos y me sonrió con una sonrisa de medio lado, que dejaba remarcar una larga y profunda cicatriz que le surcaba la mejilla izquierda.

No vi venir el primer golpe, ni tampoco los que lo siguieron, solo podía sentir un dolor físico incluso peor del que jamás había experimentado. Sentía cada toque mil veces más intenso que cualquier otro. Mi rostro ardía mientras un líquido tibio bajaba por él, las entrañas me pedían a gritos que me detuviera. Mis puños apenas lograron tocar el cuerpo de mi oponente una sola vez. Grité de dolor, en una que otra ocasión, mientras los ataques se tornaban cada vez más intensos, pero el dolor era bienvenido, de alguna manera me llenaba de una paz increíble, de un sentimiento que solamente podía asociar con lo que se sentía cuando estabas vivo. Ya el recuerdo de Ana no lo ocupaba todo, era como una anestesia. Una poderosa droga que lo calmaba todo.

Lanzaron mi cuerpo, casi inservible, al callejón. Abrí los ojos apenas unos instantes mientras escupía la sangre que comenzaba a llenar mi boca. Traté de levantarme, pero mis brazos no aguantaron el peso y mis piernas apenas podían moverse. Estar vivo o muerto ya no tenía un significado distinto para mí, sin Ana me daba igual cualquiera de aquellas cosas, la vida simplemente no podría ser peor.

Cerré los ojos nuevamente y me dejé sumir en un profundo sueño, no me importaba dónde estaba, ni qué animales rondaban el sucio suelo, lleno de cajas y basura, en el que me encontraba. Cientos de imágenes poblaron mi mente rápidamente, flashes de una vida pasada en la que todo parecía perfecto, en la que un final feliz podía imaginarse. Los recuerdos de Ana a mi lado me llevaron a aquel momento en el que probé sus labios, en lo fácil que era sentirse humano junto a ella, pero incluso en mis sueños, el dolor era latente. Me concentré en su rostro perfecto, deseando no despertar jamás. 




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