CAPITULO V
Favores
ANA
"El dolor físico lastima, el espiritual desgarra"
José Narosky
Comenzaba a notar el característico entumecimiento del cuerpo cuando el frío comienza a calarte los huesos. Ser humano otra vez, lo había deseado desde el preciso instante en que dejé de serlo. Hay tantas cosas que te atan a la mortalidad, el amor, el dolor, las ansias, los celos, el odio. La balanza siempre está equilibrada, hay tantas cosas buenas en la vida, como cosas malas que te hacen desear estar muerto, pero la diferencia siempre reside en que las ganas de vivir son mucho mayores.
Estábamos en el otro lado del mundo, lo más lejos posible del hogar que una vez había conocido, de los brazos del único hombre al que había amado. Mikael jamás iba a comprender la necesidad que me embargaba, ser un inmortal conlleva a pensar como tal y a creer que los sentimientos son una pérdida de tiempo. Solo existes para mantener un eterno equilibrio entre una lucha que comenzó cuando el mundo fue creado, y sin embargo, yo desde un comienzo elegí querer más. Edrian representaba ese "Más" del que hablaba, no me conformaba con la vida eterna y la lucha contra el mal, para mí la eternidad y la felicidad eran él, si tan solo fuese capaz de hacerle comprender a Mikael lo que eso significaba.
-Debemos marcharnos – dijo Mikael una vez que el sol salió.
-¿A dónde? – Inquirí pasándome los brazos por el cuerpo en un vano intento de calentarme.
-Lejos de aquí. Lo más lejos que podamos, la energía que utilizamos anoche fue lo suficientemente fuerte como para atraer a los rastreadores hasta nosotros.
-¿Y cómo piensas hacerlo? No podemos utilizar nuestros poderes de nuevo, y para movilizarnos en este mundo necesitamos algo llamado dinero – Añadí en tono irónico.
Era más que obvio que no teníamos un centavo, los bolsillos del abrigo del cuerpo que poseía estaban vacios, no había nada, y el hambre comenzaba a hacer mella en mí.
-¿Podremos volver? – Inquirí sin muchas esperanzas.
-Si te refieres a volver con Edrian, la respuesta es no – Dijo cortantemente, aunque yo ya lo esperaba – Vamos a visitar a un viejo amigo.
Nuestra primera parada fue un pobre café en una calle poco transitada. Eran casi las nueve de la mañana cuando entramos en el local. Todavía no comprendía muy bien que estábamos haciendo en aquel lugar, pero el estomago me rugió nada más abrir la puerta y notar el embriagador olor a pan recién horneado. Aquello era una tortura, poner a un hambriento frente a una comida que no podía tocar, no parecía ser el mejor consejo.
-Será mejor que tomes algo para comer – Me señaló Mikael dirigiéndose al mostrador; lo miré confundida por unos segundos, y él me devolvió una media sonrisa.
Aun no me acostumbraba a ese nuevo cuerpo que poseía. El cuerpo de Mikael era mucho más alto que el mío. Llevaba un largo abrigo negro, bastante sucio, que le daba un aspecto de vagabundo, su cabello, negro con ciertos matices castaños, estaba enmarañado con restos de suciedad en ellos; pero a pesar de todo, una vez que el arcángel hubo poseído aquel cuerpo, algo había cambiado en él. No importaba lo sucio que estaba, o la ropa que llevaba, había algo imponente que lo hacía ver hermoso, así como también peligroso; era algo propio de aquellas canalizaciones, parte de el ángel era absorbido por el humano, en una especie de intercambio. Me pregunté si había sucedido lo mismo conmigo.
No pensé dos veces en lo que me acababa de decir, al menos el hambre no me dejó hacerlo, tomé un par de rosquillas, unos paquetes de galletas, pan y algo de jugo y me dirigí al mostrador. Solo quedaba una persona a parte de nosotros, en la tienda, era una pequeña anciana que buscaba pausadamente en su monedero por unas cuantas monedas.
-Aquí tiene, joven – Dijo la anciana dirigiéndose al hombre, de unos cuarenta y tantos años detrás del mostrador.
El hombre sonrió amablemente a la mujer mientras salía.
-¡Que tenga un buen día, señora! – Se despidió - ¿En qué puedo ayudarlos? – Inquirió dirigiéndose a nosotros.
Nos dio una mirada recelosa, no podría culparlo, puesto que lo que llevábamos puesto no era exactamente corriente, llevábamos escasamente algo de ropa para el frío que hacía, y para ser sincera, no era la más adecuada para personas normales.
-Serías tan amable de darme el dinero que tienes, por favor – Dijo Mikael, y tanto el hombre como yo nos quedamos de piedra, con la boca abierta, sin pronunciar palabras. ¿Acababa realmente de intentar robarlo?
-¿Disculpe? – Dijo el hombre, apenas pudo hablar.
-He dicho que si sería tan amable de darme el dinero que tiene – Repitió Mikael lentamente, y vi cómo el hombre comenzaba a bajar la mano en dirección a la parte oculta del mostrador sin apartar la mirada de sus ojos.
Seguían viéndose fijamente y continuaba sin poder hablar. Vi al encargado tomar algo de debajo del mostrador, y una imagen se formó rápidamente en mi mente como una especie de premonición, aunque no lo era.
-¡Arma! – Grité desesperada al ver el brillo metálico de una, apretada en la mano del hombre.
Mikael se movió más rápido que el hombre y posó su mano en el pecho de éste. El arma que lo apuntaba brillaba frente a mí como una especie de monstruo férreo amenazando con acabarlo todo de una vez y por todas. Cerré los ojos asustada, esperando el estallido que me alejaría de aquel lugar para siempre. Si los ángeles moríamos en la tierra lo hacíamos para siempre, no hay lugar al que regresar, este sería el final. Pero el sonido nunca llegó, el estallido, el disparo, nunca se produjo. Abrí los ojos lentamente esperando contemplar una imagen completamente distinta a la que tenía frente a mí.