Renacer

Capítulo VII Roma

CAPITULO VII

Roma

ANA

"Todos los caminos conducen a Roma"
 

El silbato del tren me despertó. No sé cuánto tiempo estuve dormida, pensé que los ángeles no dormíamos, al menos Edrian nunca lo hizo.

-Llegamos – Anunció Mikael levantándose del asiento.

Di un largo bostezo antes de levantarme, la mayoría de los pasajeros estaban sacando sus pertenencias del compartimiento superior del tren y la multitud se dirigía a la salida. Seguimos a los viajeros hasta llegar al andén, una ráfaga de viento gélido me golpeó de pronto en el rostro haciéndome tiritar, la calefacción de la estación del tren no era lo suficientemente fuerte para mantener el frio a raya. Caminamos sin detenernos una sola vez, no sabía a dónde nos dirigíamos, ni a quien se suponía que teníamos que ver, pero tampoco sentía la necesidad de preguntarlo, lo único que me importaba era que estaba demasiado lejos de Edrian en estos momentos.

Una marea de cuerpos llenaba las principales vías férreas de la estación, así como el centro de la misma, el pulular de voces llegaba a mí en melodías cantarinas de idiomas que no comprendía; había estudiado el italiano en el instituto, pero nunca lo aprendí, sin embargo pude reconocer el acento desde el primer momento, aunque no comprendiese su significado.

Salimos por la puerta principal de la estación, afuera el frío parecía calarte los huesos, una plaza atestada de buses y taxis se abrió frente a nosotros, nos encontrábamos en el centro de la ciudad.

-La Piazza dei Cinquecento – Dijo Mikael – Tomaremos un taxi, sígueme.

Tomamos uno de los taxis que estaban esperando en la plaza. Mikael dio una dirección en italiano, y el conductor, un hombre de unos treinta y tantos años de edad, con una gran barriga y un bigote bastante poblado que le cubría la sonrisa, comenzó a charlar alegremente en italiano. Me recosté al respaldo del asiento mientras la mirada se me perdía entre las diversas piezas arquitectónicas que pasaban a mi lado. Siempre deseé conocer Roma, pero me imaginaba una situación bastante diferente a esta.

Después de unos pocos minutos entramos en una calle larga que daba a un edificio gigantesco. Mikael pagó al hombre con unos cuantos euros y nos bajamos del coche. Una inmensa estructura circular se presentaba ante nosotros como abrazándonos, estaba rodeada de miles de pilares blancos que sostenían un centenar de estatuas diversas, parecían grandes brazos abiertos naciendo del mismo centro de la inmensa iglesia al frente. Me estremecí al darme cuenta de donde nos encontrábamos, estábamos a punto de entrar a la inmortal ciudad del Vaticano, la ciudad más pequeña del mundo, pero la más rica y poderosa. Sentí el filo de las miles de miradas de piedra sobre mí, aunque no pude evitar reírme ante la ironía que representaba que un ángel pisara la Ciudad Santa.

-Vamos – Apremió Mikael dando un paso adelante.

Lo seguí unos cuantos pasos desde atrás, la mirada se me perdía entre las diversas estructuras. En el centro de todo se encontraba un gigantesco obelisco parecido a una aguja de piedra que quisiera tocar el cielo, y a cada lado de ella, se encontraban estacionadas dos hermosas fuentes. Cientos de personas se encontraban diseminadas en aquel lugar: ancianos rezando en mitad de la plaza, niños corriendo por los alrededores y cerca de los pilares, jóvenes y adolescentes, turistas o visitantes se tomaban fotos sin cesar. Me detuve en el medio de todo, la imagen me quitaba el aliento, la plaza abría paso a una majestuosa iglesia, parecida a un castillo de más de veinte metros de altura con una cúpula en el centro, custodiada por diez estatuas de piedra blanca que parecían observarlo todo, cinco puertas llevaban a lo que parecía el interior de la basílica, y una última, situada a la derecha, mucho más grande que las demás, parecía cernirse sobre nosotros. Busqué entre la marea de cuerpos hasta dar con Mikael, que se dirigía hacia esa puerta. Corrí detrás de él.

-¿A dónde vamos? – Pregunté por fin casi sin aliento, cuando logré alcanzarlo.

-A ver a un viejo amigo, sígueme.

Nos detuvimos frente a una gran estatua de un hombre imponente, su pie derecho estaba posicionado hacia delante, lo miré directamente a los ojos y un extraño escalofrió recorrió todo mi cuerpo, parecía como si estuviese tratando de decirme algo, darme una señal, o algo por el estilo, y su sola imagen me hacía sentir fuera de lugar. Tal vez esa era la idea, que la estatua transmitiera esa soberbia o autoridad para evitar que las personas traspasaran la puerta que protegía.

Dos guardias la custodiaban. Llevaban unos extraños trajes de colores, los recordé de una de mis clases de historia en el instituto, se trataba de la guardia suiza, personas entrenadas para proteger la Ciudad Santa. Caminamos a lo largo hasta llegar justo al frente, los guardias levantaron sus lanzas inmediatamente en un movimiento perfectamente sincronizado, prohibiéndonos la entrada, pero Mikael dio un paso más hacia delante y se dirigió a uno de ellos.

- Sono qui per vedere a Castiel*

*(Estoy aquí para ver a Castiel)

Las palabras parecieron funcionar como una especie de clave secreta, los guardias dieron un paso atrás, maniobraron las lanzas nuevamente en una especie de saludo y las grandes puertas de hierro se abrieron para nosotros.




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