Renacer

Capítulo VIII Secretos

CAPITULO VIII

Secreto

EDRIAN

"La ignorancia engendra la duda"

Melville

"La duda engendra el miedo"

Yoda

 

El sonido del motor de la camioneta retumbó en mis oídos, llevaba los ojos vendados con una gruesa tela negra y no podía ver hacia donde me dirigía. El camino parecía poco transitado y podía sentir cómo la mujer intentaba, en vano, esquivar los baches.

-¿Es necesaria la venda? – Pregunté molesto.

-Si – Respondió tajante.

-¿Al menos podrías soltarme las manos?

La rustica cuerda anudada alrededor de mis muñecas comenzaba a romperme la piel. Mi secuestradora había decidido mantenerme atado y vendado mientras me llevaba, a no sé donde, lejos de la playa. Odiaba sentirme tan inútil e impotente, ahora que recordaba la fuerza que había tenido en el pasado parecía que era incapaz de hacer cualquier cosa sin ella. No soportaba la idea de ser superado por una débil mortal, mucho menos ahora que la Custodis reposaba a menos de un metro de mí en el cinto de aquella mujer.

-¿A dónde me llevas? – Pregunté por segunda vez.

-Calla – fue su única respuesta.

Perdí la cuenta de cuánto tiempo llevábamos en la vía, traté de prestar atención a todos los sonidos que me rodeaban, pero lo único que fui capaz de distinguir fue el trinar de algunos pájaros y el sonido del viento entre los árboles, al parecer nos encontrábamos en una especie de bosque. La camioneta se detuvo bruscamente después de unas horas de viaje y casi me doy un golpe con el parabrisas.

-¡Kenia, por fin! – Gritó la voz de otra mujer.

-Tuve un contratiempo – Respondió la aludida.

-¿Quién es ese?

Hubo un segundo de silencio antes de que Kenia respondiese.

-Es una larga historia, dile a Kraus que tengo que verle.

La puerta del copiloto se abrió de golpe y unas manos me alzaron por el brazo y me sacaron de la camioneta.

-Vamos, camina – ordenó Kenia.

Hice lo que me pidió. Caminé a ciegas por un camino de tierra irregular, estuve a punto de caerme un par de veces. Anduvimos durante casi un minuto, luego subimos una especie de escalones, cinco a lo sumo, y entramos en un cuarto cerrado, lo supe por el eco que hacían los pasos al andar sobre un piso de madera.

-Ilsa me dijo que querías hablar conmigo – Dijo la voz profunda y ronca de un hombre.

Los pasos se detuvieron de pronto y la mano que me sostenía jaló de mi brazo para que me detuviese. El hombre se acercó a nosotros, lo sabía aunque no podía verle.

-Kraus – Saludó Kenia – Lo encontré merodeando en la playa, unos rastreadores nos cercaron y él los reconoció, creo que trabaja para el Humo Blanco.

-¿El Humo Blanco? – Repitió el hombre intrigado - ¿Estás segura de eso?

-¡No sé qué demonios es el humo...! – Grité antes de que ella respondiese, pero un fuerte golpe en las costillas me hizo callar de inmediato. Me retorcí del dolor mientras el aire volvía a mis pulmones, pero el malestar continuó, me había golpeado en el lugar donde me había roto las costillas

-Llévalo al cuarto de interrogaciones – Ordenó el hombre – Reuniré al consejo y podrás contarnos la historia.

Fui empujado nuevamente en dirección contraria, iba trastabillando a cada paso, giré a la izquierda un par de veces y luego a la derecha, hasta dar con lo que parecía un largo corredor recto. Escuché el chirriar sobre la madera de una puerta siendo abierta, la mujer me empujó al interior.

-Volveré enseguida, no intentes nada – Advirtió antes de cerrar nuevamente la puerta.

Estaba solo por fin. Alcé las manos y me quité la venda de los ojos, me encontraba en una habitación vacía, cuya única indumentaria era una vieja silla de madera dispuesta en el centro. Intenté soltar la cuerda de mis muñecas, pero estaban muy bien amarradas y los intentos, inútiles, lo único que lograban era hacer más profundas las heridas en la piel.

-¿En qué te metiste ahora? – Grité para mí mismo.

Genial, estaba encerrado como un prisionero en la casa de unos fanáticos locos que por lo visto creían que pertenecía a algo llamado el humo blanco, nada podía ir peor. Revisé la habitación de arriba abajo en busca de alguna vía de escape, una ventana, un ducto de ventilación, lo que fuera, pero no había nada. La única ventana que existía estaba cerrada con barrotes de hierro, y si por algún misterio increíble lograba deshacerme de aquellos barrotes y escapaba de la habitación, aun tenía que ver cómo lograría esquivar la veintena de personas que rodeaban el lugar, si es que podía dar dos pasos más sin que todo el cuerpo me doliera.

-No creo que tenga tanta suerte – Admití vencido a mi pesar.

Me dejé caer en el suelo, dispuesto a no darles el placer de verme utilizando la silla, cerré los ojos y traté de idear algún plan de escapatoria, pero nada era lo suficientemente bueno; no tenía poderes, la única arma que tenía eran mis manos y estaban atadas, no tenía forma de salir de aquel lugar, a menos que fuese con un tiro en la cabeza.




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