Renacer

Capítulo XI Pesadillas

CAPITULO XI

ANA

Pesadillas

"La huella de un sueño no es menos real que la de una pisada"
  (George Duby)

 

Un automóvil negro y con vidrios oscuros nos recogió en las afueras de la Plaza San Pedro. El chofer nos abrió la puerta sin intercambiar una sola palabra. Cruzamos la mitad de la ciudad hasta llegar a nuestro destino. Una mansión blanca  y gigantesca, cercada por grandes rejas negras de acero forjado, nos dio la bienvenida. El portón principal se abrió ante las palabras del chofer por el intercomunicador y entramos por el largo  camino hasta la casa.

Bajamos del auto apenas llegamos. Mikael me hizo una señal para que lo siguiera.

-Bonna Cera, entren por favor – Una mujer delgada, de unos treinta años, con el cabello rubio recogido en un alto moño, ojos castaño claro, de facciones delicadas, probablemente acostumbrada a los lujos por su porte decidido y seguro, nos abrió la puerta.

El interior de la casa me recordó esas imágenes de revistas donde mostraban las mansiones de la alta sociedad. Habían grandes y hermosas alfombras en el piso, que era de un blanco reluciente. Largas y elaboradas cortinas de seda verde cubrían las ventanas hasta llegar al piso y varios sillones antiguos estaban esparcidos por toda la sala. Seguimos a la mujer a lo largo de la sala, subimos unas escaleras en forma de caracol hasta la segunda planta. Unas cinco o seis personas más se encontraban en la casa y nos veían de arriba abajo con indignación mientras nos veían pasar.

-Espero que no les moleste compartir una habitación – Dijo mientras nos guiaba a través de un largo pasillo lleno de cuadros con fotos diversas colgados en las paredes en una perfecta línea recta – Me temo que las demás se encuentran ocupas por los momentos.

Mikael negó con la cabeza. La mujer se detuvo y abrió una de las puertas al final del pasillo.

-Ruego que comprendan que por razones obvias deberán cambiarse de ropa – Dijo al tiempo que nos hacía entrar en la pieza – Unas cuantas mudas están dispuestas en el armario, siéntanse libres de sentirse en su casa. Mi nombre es Angélica, cualquier cosa que necesiten no duden en pedirla, Castiel me pidió que los hiciera sentirse cómodos.

Dicho eso, la mujer salió de la habitación y nos dejó solos. El cuarto era el más grande que hubiese visto en mi vida, era incluso mayor que todo mi antiguo departamento junto. Dos grandes camas adociladas se encontraban en el centro, había también un pequeño juego de sofás en una de las esquinas que daba a una amplia terraza, parecía la habitación de un hotel de cinco estrellas, aunque claro, nunca había estado en uno.

-¿Dónde estamos? ¿Qué es todo esto? – Pregunté. 

-Es el asiento principal del Opus Dei – Replicó Mikael, y antes de que pudiera preguntar agregó – El opus Dei es una organización perteneciente a la iglesia católica, Castiel es uno de sus integrantes más altos. Supuso que el mejor modo de mantenernos a salvo era bajo su propio techo.

-¿Y estas personas saben qué es Castiel? – Inquirí casi si creerlo.

-Por supuesto que no, al menos no todos. Es necesario mantener un nivel de discreción ante los mortales.

Claro, era más que obvio que ninguna de las personas de la casa conocía la verdad acerca de Castiel, así como tampoco sabían sobre nosotros.

-¿Y a qué se dedica esta organización?

Era indiscutible que contaban con un gran capital económico, a simple vista la mansión debía valer cientos de millones, eso sin contar los muebles y las pinturas; la pregunta era, de dónde provenía todo ese dinero.

Mikael se encogió de hombros en un gesto demasiado humano antes de responder.

-Ya te lo dije, es una organización perteneciente a la iglesia. Su función es propagar los conocimientos y las creencias de la misma en los distintos rincones del planeta. Cuentan con miles de miembros a nivel mundial, algunos, como podrás ver – Añadió como si hubiese escuchado mis pensamientos – Pertenecientes a las más altas esferas, que han hecho generosas donaciones para que la organización pueda seguir funcionando.

-¿Y cuál es el papel de Castiel en todo esto?

Mikael dio unos pasos hacia el balcón y apartó la larga cortina para abrir las puertas. El sol le dio de lleno en su cabello negro y sus ojos azules brillaron bajo la luz del día. Su rostro poco a poco se iba modificando, eran tan sutiles los cambios, que ningún ser humano corriente podría darse cuenta. Sus facciones poco a poco se iban tornando más delicadas, aunque no lo suficiente como para ocultar lo fuerte de su mandíbula, casi cuadrada, que le daba una apariencia peligrosa, como el típico chico rudo de una película de vaqueros. Su voz llegó a mí desde lo lejos.

-Siempre hay uno de nosotros en las organizaciones, imperios, gobiernos o como quieras llamarlos. Es necesario mantener un cierto orden en el caos. El Opus Deis tiene una gran fama a nivel mundial lo que lo hace, en muchas ramas, importante, y al estudiar la religión y sus secretos, es necesario que uno de nosotros controle la información que se recopila – Se detuvo un momento antes de continuar, parecía tener la mirada perdida en el tiempo – Hay ciertos secretos que es mejor que continúen de esa manera.




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