CAPITULO XV
ANA
Esperanza
"La esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que todo lo han perdido la poseen aún"
(Tales de Mileto)
Las tardes a solas con Mikael comenzaron a convertirse en algo más que una rutina, ambos disfrutábamos de esos pocos momentos en los que no teníamos que pretender frente a otros que éramos normales.
Pocos días después de hablar sobre la naturaleza humana, mi guardián me permitió dar una vuelta por la ciudad. Roma era increíble, estaba llena de ese ambiente mágico capaz de llevarte a otros tiempos, donde aún existían emperadores y reyes, y dónde cualquier cosa parecía posible. Estaba cargada de ese misticismo y romanticismo que siempre había soñado.
Cada día que pasaba en aquel cuerpo me acercaba aún más a mi verdadera naturaleza, y de alguna forma, sentía que también lo hacía con Mikael; a veces podía sentir que se volvía más humano. Comenzaba a hablar sobre las cosas que lo entristecían del hombre y los aspectos positivos de ellos. Empezaba a tener su propia opinión acerca de las cosas.
A pesar de que mis días con él me tranquilizaban, y de alguna manera lograban que me olvidara de todo por instantes, tenía que admitir que Edrian seguía en mí como un constante recordatorio de mí verdadera misión en la tierra. Llevábamos días sin hablar de él, pero ambos sabíamos que seguía presente en nuestras mentes. Aquella noche me desperté asustada. Había tenido otro de mis sueños, pero este era tan real que hubiese jurado, por mi propia vida, que realmente había pasado.
Estaba en un bosque obscuro y Edrian estaba allí, recostado contra un árbol, sangrando y herido, su cabello negro azabache, era más largo y caía sobre su rostro cubriéndolo parcialmente, sus ropas estaban rajadas y manchadas de sangre, su brazo, su pecho y su rostro, habían sido rasgados y gruesas gotas escarlatas bajaban por su fuerte quijada mezclándose con la de su pecho. Estaba tan feliz de verlo, que por un momento, olvidé su estado. Deseaba con todas mis fuerzas que viniera conmigo, que escapáramos a un lugar donde nadie sería capaz nunca de encontrarnos. Me pregunté incluso si aquel lugar existiría realmente; pero algo sucedió, escuché unos sonido parecidos a disparos, aquello no tenía sentido y de alguna forma presentía que el tiempo se nos acababa, que debía marcharme, podía sentirlo en todo mi cuerpo, como si mi subconsciente me dijese que corría peligro en aquel sueño. Parte de mí deseaba quedarse y advertirle, contarle todo lo que estaba pasando, dónde estaba, con quién, por qué no había podido ir a buscarlo cuando dijo mi nombre; deseaba contárselo todo, pero el tiempo se me agotaba y ya no sentía suficientes fuerzas, Edrian me miró a los ojos confundido por un momento, y supe exactamente el motivo, yo también debía tener aquella mirada, era por nuestros ojos; los míos debían brillar con un fuerte matiz azulados, mientras que los de él eran oscuras, del mismo color de la tierra que nos rodeaba, abrí mis labios para advertirle, decirle que debía huir, que algo se aproximaba, pero su figura se desvaneció en el aire antes de poder volver a hablar.
Desperté agitada sin saber qué hacer, estuve a punto de gritar su nombre, de pedirle que volviese. Sabía que Mikael me había visto, siempre lo hacía, era la ventaja de no poder dormir nunca. Pasaba toda la noche junto a la ventana, mirando a la nada tal vez, pensando, no lo sabía con seguridad, pero se abstraía de tal manera, que a veces me preguntaba si no era capaz de abandonar su cuerpo por minutos.
Algo sí me intrigaba desde que habíamos llegado a la casa, unos días después de habernos instalado, dejó la casa por un par de horas, me había prohibido salir, así que hacerlo no solo habría sido desobedecerlo, si no que era imposible, por la atadura que me unía a él. Para cuando regresó, había algo extraño en él, no en su aspecto físico, su cuerpo no había cambiado en nada, seguía teniendo ese rostro marmoleado y fuerte, con el cabello entre un negro y un castaño cayéndole por el rostro, y sus habituales ojos azules, no, no era un cambio externo, si no interno, se mostraba más receloso, preocupado tal vez, más de una vez lo había notado ensimismado en sus propios pensamientos.
-¿En qué piensas? – Había preguntado una tarde cuando lo encontré en el jardín observando por encima de los altos muros hacia el cielo.
-En todo.
-Te entiendo, por alguna razón soy incapaz de mantenerme centrada en un solo tema, pareciera como si mi cerebro funcionara mil veces más rápido de lo normal, retuviese más información, asimilara más intensamente las cosas, y recordara fielmente, cada uno de los acontecimientos que han sucedido desde que estamos en la tierra, es difícil no pensar en todo al mismo tiempo.
Mikael me miró de reojo alzando una de sus cejas.
-Tus cambios cada vez son más rápidos, falta poco para culminar la transición.
Contuve el aliento ante aquellas palabras, sabía que tenía razón, podía sentirlo en cada poro de mi cuerpo, pero no quería aceptarlo, no deseaba cambiar.
-Eres más fuerte, tu energía es más latente que antes, es solo cuestión de tiempo para que domines por completo ese cuerpo mortal y te transformes.
Mikael jugaba perezosamente con un objeto colgado de su cuello, mientras decía aquellas palabras. Llevé la vista hasta su mano, enrollaba en sus dedos una especie de cadena de oro, nunca antes se la había visto, era fina y delicada, y de ella colgaba una especie de dije, lo escondió tras su camisa una vez que me vio observándolo.
-¿Qué era eso?
-Solo una vieja herencia – Había dicho.
-Pensaba que los ángeles no poseían nada material.
Mikael me miró fijamente por unos segundos, había algo en su mirada que me intrigaba, pero no comprendía por qué.
-Hay muchas cosas que desconoces sobre lo que somos.