—Si te arrepientes y querés que te venga a buscar, sabes que puedes llamarme. No importa la hora, ¿De acuerdo?
Victoria continuó rebuscando a sus pies hasta que sus manos encontraron su mochila, se la colgó al hombro sin pensarlo y abrió la puerta de la camioneta con brusquedad.
—Si, sí, ya lo sé. Sabes que si algo sucede te llamaré, ¿De acuerdo? — salió del auto y cerró la puerta con fuerza. Me incliné sobre los asientos para abrir la ventanilla y oírla mejor, pero ella ya se está alejando por la corta vereda de piedra que termina en la puerta de una de sus amigas. —¡Te quiero!
—También te quiero. — le digo cuando alcanza la puerta, y ella solo se da la vuelta por un segundo para sonreirme y saludarme con la mano antes de tocar el timbre.
Su amiga no tarda en abrirle, y me saluda con la mano al percatarse de mi presencia. Le devuelvo el saludo, y me quedo hasta que la puerta se cierra a sus espaldas. Entonces, el silencio nocturno me envuelve de repente.
Escucho el murmullo de un televisor en la casa, y las luces se ven encendidas a través de las ventanas, pero hace tanto frío que no hay nadie en la calle y los autos pasan a toda velocidad de a ratos. La calle vacía se extiende ante mí, oscura y escalofriante, y yo solo puedo limitarme a cerrar la ventana y comenzar a conducir.
Desearía poder sumergirme en mis pensamientos, y en específico en una lista interminable de quehaceres, pero la verdad es que ya lo he hecho todo dos veces y no me queda nada que hacer una vez llegue a casa.
¿Qué me encontraré al llegar? No lo sé, la casa siempre se siente como un lugar hostil e incómodo cuando Victoria duerme en casa de sus amigas. Papá llegó hace unos días, y ha estado en casa desde entonces, solo saliendo para ir al trabajo. Me ha preguntado cómo me van los estudios, y le he dicho con voz monótona que me está yendo muy bien, y es verdad. Me apretó el hombro, me dijo que se alegraba, y luego se encerró en su habitación. Nos movemos en la misma casa, cada uno sabiendo de memoria su rutina, y no nos metemos en la del otro por nada. Esta mañana me preguntó si necesitaba algo, si no hay nada en la casa que requiera reparación, si el dinero que me da por semana es suficiente. Le dije que solo debía hacer las compras, las hice con Victoria de camino a casa de su amiga y las bolsas ahora descansan en la parte de atrás de la camioneta, y él me dijo-
Me pidió que le comprara aspirinas, y yo lo olvidé.
Me quedo quieta al volante, intentando recordar si realmente las olvidé o si están en una de las tantas bolsas que llevo, pero estoy bastante segura de que sí lo he olvidado. Estoy a tres cuadras de casa y lo pienso por un momento para, al final, doblar a la izquierda y volver por donde he venido, decidida a hacer la compra de último momento.
Al menos me mantendrá ocupada otros diez minutos, quizá.
Hace tanto frío que el centro de la ciudad no está tan concurrido como en otras ocasiones, la gente normal hace sus compras temprano y se queda en casa luego del atardecer, pero estuve en la universidad toda la tarde y solo volví a tiempo para recoger a Victoria mientras el sol se escondía. Muchas tiendas están ya cerradas, y muchas otras comienzan a bajar las persianas. La farmacia a la que usualmente voy siempre ya cerró, así que la paso de largo mientras intento decidir a cual ir a continuación.
Hay una a cuatro calles, pero está en una calle tan estrecha que no permite transito de autos. Tendré que aparcar y caminar el último trecho hasta alcanzarla, pero estoy bastante segura de que aún estará abierta, así que me encamino a ella sin pensarlo, distraída.
Estoy cansada. Lo he estado todo el dia y lo estoy todos los días, sin importar lo que haga. Es un cansancio pesado, que me envuelve y se rehusa a soltarme, no importa cuántas horas al dia duerma o cuánto café consuma para mantener los ojos abiertos. No importa lo que haga, siempre se siente como si tuviera que arrastrar los pies, hacer un esfuerzo por ponerlos uno frente al otro y dar otro paso, y otro más, y otro, y lo único en lo que puedo pensar es llegar a casa a dormir.
No sé si es que mis padres ya no pelean tanto o si tan solo yo he estado durmiendo tanto que ya no me percato de ellas, pero Victoria ya no me despierta en medio de la noche gracias a ellas, así que no tengo forma de saberlo.
Hay espacio de sobra para estacionar la camioneta. Me toco los bolsillos antes de bajarme para asegurarme de que lo tengo todo; documentos, llaves, dinero, pero dejo el celular dentro de la guantera.
La farmacia no es el único negocio abierto en la estrecha callejuela, hay una tienda para mascotas que aún tiene el cartel de abierto en la puerta, aunque con una rápida mirada veo que dentro de ella ya están preparando todo para cerrar. Me apresuro a la farmacia, y la luz blanca me molesta en los ojos por un breve momento mientras me adentro a ella.
El lugar está vacío y solo hay una persona detrás del mostrador, así que comprar lo que necesitaba no me lleva más de cinco minutos, más sin embargo mientras me encamino a la puerta con la pequeña caja y el ticket en la mano, de alguna manera el exterior se ve como si hubiera oscurecido aún más de repente y me da un escalofrío.
Si me paro frente a la puerta a estudiar el exterior, me dará más miedo y tardaré más en irme, así que tomo la manija de la puerta sin pensarlo y salgo a la callejuela vacía bajo la luz cálida de una farola ya encendida. La puerta se cierra detrás de mí, miro a ambos lados para asegurarme de que no viene nadie y doy un paso en dirección a mi camioneta.