El fuego devoraba el cielo.
Las criaturas selladas rugían en las sombras, invocadas una última vez por la mano temblorosa de una mujer de ojos dorados. Elira, la Gran Invocadora del Dominio del Este, se arrodillaba sobre las ruinas de un altar sagrado. Sus manos estaban cubiertas de sangre, pero sus labios aún murmuraban antiguos nombres. Nombres que nunca debieron volver a ser pronunciados.
—Nimue… protege este fragmento —susurró, depositando una esfera azulada sobre el pecho de una criatura marina moribunda.
Desde lo alto, un rayo negro descendió como una sentencia divina. La traición había sido perfecta. Elira cayó, su cuerpo marcado por cientos de contratos rotos al instante, su alma dispersándose en una espiral luminosa… hasta desaparecer.
Pero no fue destruida.
Años después.
En una mansión al borde del mar, una joven de cabello opaco y mirada vacía yacía inconsciente, su cuerpo magullado tras una caída por las escaleras. Nadie fue a socorrerla. Las criadas se alejaban murmurando que era un desperdicio de magia, una vergüenza.
La llamaban Auren Lysvalen, la hija olvidada de una de las casas nobles más antiguas del continente. Humillada, marginada, considerada inútil. Su espíritu había colapsado… hasta ese día.
Ese día, Elira abrió los ojos en su nuevo cuerpo.
El primer aliento fue una mezcla de sal y fuego. Su cuerpo era débil, pero su alma… no. Los recuerdos le golpearon: la infancia de Auren, los desprecios de su madre, las risas crueles de sus hermanos, su soledad perpetua. Y junto a eso, los ecos de una vida pasada: batallas, pactos, traiciones.
Una lágrima descendió por su mejilla. No por tristeza… sino por furia contenida.
—Así que… este es el nuevo escenario —murmuró. Su voz era más firme que antes—. Bien. Entonces... también este mundo temblará ante mí.
Se levantó. Cada movimiento crujía, pero sus ojos brillaban con un poder que no pertenecía a ese cuerpo. Frente al espejo agrietado, su reflejo comenzó a cambiar: su cabello oscuro se volvió plateado con destellos azules, y sus ojos adquirieron una tonalidad dual: uno marino, otro dorado.
El poder dormido en su alma empezó a despertar.
Ese día, Auren Lysvalen murió. Y Elira nació de nuevo.
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Editado: 03.05.2025