Renacer de Cenizas y Mareas.

Capítulo 4 — Rumbo a la Academia del Alba Profunda.

La carreta mágica avanzaba por el sendero de roca serpenteante entre montañas y mares. Tirada por dos criaturas mitad venado, mitad dragón de agua, flotaba levemente sobre el suelo. Dentro, Auren permanecía en silencio, mirando por la ventana los riscos donde las olas rompían con violencia.

No llevaba equipaje. Solo una esfera de coral gris que había encontrado bajo su cama la noche anterior, un grimorio sellado con sangre —su antigua firma como Elira, todavía no funcional—, y su nombre, ahora sin apellido.

El mago que la acompañaba se llamaba Maelrun. Serio, de barba corta, voz grave. Un instructor veterano de la Academia. Durante horas no dijo nada… hasta que habló:

—La Academia no es un refugio. Es una prueba de fuego. Allí se entrenan invocadores, enlazadores de espíritu, domadores de bestias y selladores de pactos elementales. La mayoría fracasa en los primeros seis meses.

Auren lo miró de reojo.

—Entonces no debería durar más de tres días, según mi madre.

Maelrun la observó más detenidamente.

—Pero tú no eres la niña que describieron.

Ella no respondió.

En su interior, un fragmento de un sello se estaba activando. Era tenue, como una chispa que aún no encontraba combustible. No podía usar su magia por completo, pero sabía que al llegar a la Academia, los círculos antiguos y las bestias selladas reaccionarían a su alma.

No por Auren.

Por Elira.

De pronto, algo golpeó el techo de la carreta.

Maelrun frunció el ceño.

—No puede ser...

Una sombra cayó del cielo. Un grifo mutado, con alas negras y ojos rojos, descendió sobre ellos rugiendo. Criaturas salvajes, corrompidas por contratos rotos. Un símbolo maldito brillaba en su frente.

—¿Qué hace uno de estos tan cerca del territorio del Consejo?

Maelrun activó su bastón, pero antes de que lanzara el hechizo, Auren abrió la puerta de la carreta y saltó.

—¡Estás loca! —gritó el mago.

Ella extendió la palma hacia el cielo.

Y el grifo se detuvo.

Flotando, temblando.

Un aura ancestral emergió de su cuerpo. No era magia actual, era una invocación prohibida. Solo por un segundo. Solo una palabra.

—Inari.

El sello en su palma brilló.

El grifo chilló… y huyó.

Auren cayó de rodillas, respirando agitada. Su cuerpo aún no aguantaba el canal de poder.

Maelrun la ayudó a subir de nuevo, mirándola ahora como a un enigma.

—¿Quién te enseñó ese nombre?

Auren sonrió, cansada.

—No me lo enseñaron. Lo recordé.

Al fondo del valle, el primer muro blanco de la Academia se alzaba entre montañas vivientes, árboles parlantes y torres hechas de cristal líquido. Allí, el juego de poder, secretos y contratos estaba por comenzar.

Y Auren… no pensaba perder.

¿Continuamos con el Capítulo 5?




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