El viento gélido soplaba a través de los árboles, pero no era el frío lo que hacía que la piel de Auren se erizara. Era la presencia del Bosque de la Desolación. El aire mismo parecía estar impregnado de magia prohibida, una magia que incluso los más experimentados invocadores temían.
Auren caminó con paso firme hacia la entrada del bosque, la oscuridad del lugar absorbiendo la luz como un abismo sin fondo. El mensaje había sido claro: allí encontraría las respuestas que tanto había buscado, pero también, algo más.
Un crujido resonó bajo sus pies. Se agachó y recogió una hoja muerta. No era una hoja común. Estaba marcada con runas oscuras, símbolos que solo los más antiguos conocían.
La magia de este lugar estaba viva.
A lo lejos, la figura de Kael apareció en la penumbra. No se había acercado a ella, pero su presencia era inconfundible.
—Te dije que este lugar no era para ti. —Su voz resonó en el aire, como un eco lejano. La advertencia estaba clara, pero Auren no iba a dar marcha atrás.
—Las respuestas están aquí. —Auren no lo miró, pero su tono fue firme, implacable—. Y no puedo ignorarlas, Kael.
Él no respondió de inmediato. En cambio, se adelantó, tomando su lugar junto a ella en el borde del bosque. Había algo en su rostro, una sombra de preocupación que rara vez mostraba.
—Este bosque no perdona. —Dijo con un tono más grave que antes—. Aquellos que entran, nunca salen iguales. Y muchos, ni siquiera salen.
Auren lo miró. Era obvio que él sabía más sobre este lugar de lo que dejaba ver. Pero algo en sus ojos la instó a seguir adelante. Si Kael temía este lugar, entonces la amenaza era real.
La entrada del bosque era un umbral marcado por árboles retorcidos, con hojas negras y ramas que parecían moverse por sí solas. El aire se espesaba, como si la magia misma se alineara con cada uno de sus pasos.
Con una determinación inquebrantable, Auren cruzó el umbral. Kael la siguió de cerca, pero sin acercarse demasiado.
A medida que avanzaban, el silencio se volvió insoportable. Los árboles parecían susurrar, pero sus palabras eran incomprensibles, como si el bosque tuviera su propio idioma. Un idioma antiguo, olvidado por el tiempo.
Unos minutos después, la tierra bajo sus pies comenzó a temblar ligeramente, y el aire se volvió denso, cargado de una energía oscura. Los árboles se hicieron más altos y más sombríos, sus ramas entrelazándose para formar un techo de sombras.
De repente, una figura emergió de entre los árboles. Era una bestia, pero no cualquiera. Un espíritu antiguo, su cuerpo formado por humo y sombras, con ojos que brillaban como estrellas muertas.
—Has cruzado el umbral. —La voz de la bestia era un eco de mil voces, resonando en la mente de Auren—. Y ahora, no hay vuelta atrás.
Auren se mantuvo firme, su corazón latiendo con fuerza. Inari, su guardiana, se despertó en su interior, preparando su magia. No cedería ante esta oscuridad. No esta vez.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Auren, con un tono desafiante.
La bestia giró su cabeza, observándola desde las sombras.
—Lo que quiero no importa. Lo que importa es lo que tú deseas. ¿Estás dispuesta a pagar el precio?.
Auren lo miró, comprendiendo lentamente lo que significaba: el bosque no solo revelaría respuestas. También exigiría algo a cambio.
Kael, que había estado observando en silencio, finalmente habló.
—No lo hagas. Este lugar no es para ti. No entiendes lo que está en juego.
Auren lo miró, su mirada fija y decidida.
—Lo que está en juego ya está fuera de mi control. Pero si quiero saber la verdad, debo ir hasta el final.
La bestia sonrió, una sonrisa torcida que revelaba los dientes afilados como cuchillas.
—Muy bien. Entonces, veamos si puedes soportar la verdad.
De repente, el suelo tembló violentamente. La bestia alzó su mano, y el aire se llenó de ruidos extraños. Las sombras cobraron vida, serpenteando a su alrededor, formando figuras que parecían humanas pero con ojos vacíos.
Auren sintió el peso de su pacto con el Leviatán, una magia poderosa que resonaba en las entrañas del bosque. ¿Estaba invocando algo más? ¿O algo que ella misma había desatado?
—Los pactos siempre vienen con un precio. —La bestia dijo, acercándose más—. Y el precio es… tu alma..
Pero antes de que Auren pudiera reaccionar, las sombras se lanzaron hacia ella, rodeándola, presionando su cuerpo con una fuerza imparable. El aire se volvió espeso y difícil de respirar.
En un instante, Auren sintió como si estuviera atrapada en las garras de algo mucho más grande que ella, algo que no podía controlar. La conexión con el mar, con su guardiana, se rompió momentáneamente.
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Editado: 18.05.2025