Prólogo

La soledad era la única compañía de Liam. A los dieciséis años, sabía lo que significaba crecer sin raíces; su madre había partido cuando aún era muy niño, dejando una estela de recuerdos borrosos, y su padre se había desvanecido, devorado por un vacío que parecía haber nacido con él. Era una sombra, la única huella de una familia que no supo quedarse. Sus abuelos lo habían criado, dándole todo el amor que pudieron, pero incluso el calor de sus abrazos no llenaba el espacio de los que faltaban.
Liam cargaba ese vacío en el pecho, como una herida abierta que no dejaba de doler. En las noches, cuando el silencio en casa se hacía abrumador, él escapaba a su propio mundo, llenando papeles con palabras que nunca llegaban a sanar. Poemas que hablaban de lo que no sabía decir en voz alta:

"Soy el eco de una madre perdida,
la sombra de un padre ausente.
Soy lo que queda de un amor roto,
un fantasma en la piel de un adolescente."

Aquella noche, el parque era un refugio de penumbra y frío. Mientras la bruma cubría el lugar, se sentó bajo una farola apagada, mirando el humo del cigarro en su mano temblorosa. Estaba a punto de marcharse cuando la vio: una chica que caminaba sola, envuelta en su propio misterio. Había algo en ella, un vacío en su mirada que resonaba en él como un grito sin palabras. No cruzaron una sola frase, pero bastó con esa conexión muda para que Liam sintiera que, por primera vez, alguien entendía su dolor.
Mientras se alejaba, algo se removió en su pecho. Por primera vez, sintió que quizás no estaba solo en la oscuridad, que tal vez, alguien más cargaba con el peso de una vida sin respuestas. Y aunque el vacío seguía presente, esa noche él comenzó a escribir un nuevo poema en su mente, uno que quizá, algún día, ella leería.