Renacer en la Oscuridad

Capítulo 3: La noche tiene memoria

La camioneta avanzaba como un animal herido a través de las calles húmedas y mal iluminadas de Clover Field.
El motor rugía, pero dentro del vehículo, el silencio era aún más pesado que el aire de pólvora que los envolvía.

Edward Tanner mantenía las manos firmes en el volante, los ojos fijos en el asfalto.
Maider, a su lado, apretaba la pistola vacía contra su muslo, sintiendo el pulso golpeándole en las sienes.

No era miedo.
Era algo peor: hambre de justicia.

Tras varios giros erráticos, Edward apagó las luces y se internó en un estacionamiento abandonado, bajo el esqueleto oxidado de lo que una vez fue un centro comercial.

Detuvo el motor.
El mundo volvió a ser solamente sus respiraciones agitadas.

—¿Estás herida? —preguntó Edward sin mirarla.

Maider revisó su cuerpo, sintiendo la adrenalina cediendo paso a una oleada de dolor sordo en su costado.

—Nada que me vaya a matar esta noche —murmuró.

Edward soltó un resoplido que parecía una risa, pero no era una risa.
Era rabia contenida. Culpa.

—Fuiste una idiota, Stone. Metiéndote sola en territorio Blair. Sabías que esto era una trampa. ¡Maldita sea, sabías!

Ella lo miró, los ojos encendidos.

—¿Y qué querías que hiciera? ¿Esperar a que ellos mataran a otro inocente? ¿Contar cadáveres mientras tú armas un plan perfecto que nunca llega?

La tensión llenó el habitáculo como humo espeso.
Edward cerró los ojos un instante, apretando los dientes.

—No eres invencible, Maider —dijo, su voz baja, dura—. No puedes enfrentarlos sola.

Ella apoyó la cabeza contra el asiento, dejando que el dolor físico la mantuviera anclada a la realidad.
Recordó los rostros de los Blair.
Recordó la promesa que se había hecho la noche que todo comenzó.

No era cuestión de poder.
Era cuestión de deber.

—No busco ser invencible —susurró—. Solo quiero que alguien los detenga. Cueste lo que cueste.

Edward la miró por primera vez desde que escaparon.
Sus ojos, normalmente serenos, ahora eran dos abismos cargados de algo que Maider no quiso nombrar.

—Entonces prepárate —dijo finalmente, su voz afilada como un cuchillo—.
Porque para derribar a los Blair, vas a tener que convertirte en algo peor que ellos.

La lluvia empezó a caer, lenta al principio, golpeando el techo de la camioneta como un reloj de cuenta regresiva.

La noche, como siempre en Clover Field, se tragaba las esperanzas y escupía a los que se atrevieran a desobedecer sus reglas.

Pero Maider ya había hecho su elección.
Y Edward, lo quisiera o no, iba a estar allí para cargar con las consecuencias.

Porque en esta ciudad, nadie pelea limpio.
Y nadie sobrevive solo.

La lluvia seguía cayendo.
Los edificios parecían fantasmas desmoronándose en la oscuridad.

Edward arrancó el motor de nuevo.
Sus miradas se cruzaron en ese instante fugaz, como dos soldados que sabían que la guerra apenas comenzaba.

Nadie en Clover Field iba a salvarlos.
Nadie en Clover Field iba a llorarlos.

Solo quedaba avanzar.
Disparar primero.
Y rezar después.

Porque en esta ciudad, la redención es solo otra forma de morir.




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