La radio vomitaba noticias a través del tablero agrietado.
"La policía continúa investigando el asesinato de Becca Smith, hija del magnate Jack Smith, y de su esposo, James Morgan. Los agentes Maider Stone y Edward Tanner lideran la investigación sobre la banda criminal Tri—"
—¿Puedes apagar eso de una maldita vez? —gruñó Maider, reclinándose en el asiento con el ceño fruncido—. Estoy harta de escuchar nuestros nombres en todos los malditos medios.
Edward soltó una risa seca mientras apagaba la radio.
—¿Qué pasa, pequeña Stone? ¿Te vino Andrés o qué? —dijo, con esa sonrisa torva que no terminaba de ser amable—. No te gusta la fama, ¿eh?
—No este tipo de fama —replicó Maider, pasándose una mano por la frente, como si quisiera borrar el cansancio que la consumía—.
Nuestros nombres están en boca de todos, Edward. Y tú sabes bien lo que eso significa. No estamos hablando de simples criminales.
Los Blair tienen listas negras. Y ahora nosotros estamos en ellas.
Edward la miró de reojo, intentando sonar más despreocupado de lo que sentía.
—Tranquila. Tenemos seguridad las veinticuatro horas. Además, en las bandas de narcotráfico aún respetan a las mujeres. Es un código viejo, pero sigue en pie.
Un silencio pesado llenó el vehículo.
La frase había sido un intento torpe de calmarla.
Y había fallado.
Maider giró la cabeza hacia la ventana, la voz áspera.
—Eso no detuvo que mataran a Becca Smith.
Edward no encontró nada que decir.
La lluvia comenzó a tamborilear sobre el parabrisas, como dedos impacientes.
El zumbido de un celular rompió el silencio.
La melodía de "Back in Black" de AC/DC retumbó en la cabina.
Edward respondió de inmediato.
—¿Tanner?
La voz del jefe sonó tensa, casi cortada.
—Hubo una emergencia. Los necesitamos en la oficina. Ya.
—Estamos en camino —dijo Edward.
Maider le arrebató el celular de la mano.
—¿Qué está pasando, jefe? ¿Están todos bien?
Una breve pausa.
Demasiado breve.
—Hubo un altercado con uno de los Smith. Creemos que Toni Blair estuvo involucrado. Este bastardo no se cansa. Tenemos que replantearlo todo.
—No me diga que otra vez me va a tocar ser el cebo —gruñó Maider, sabiendo ya la respuesta.
—Intentaré que no sea necesario. Vengan ya.
—Estamos aquí afuera —dijo ella, colgando sin esperar respuesta.
Edward estacionó de golpe en el lugar reservado y ambos subieron a toda velocidad las escaleras.
Frente a la oficina del jefe, golpearon la puerta.
Una voz ronca los autorizó a entrar.
La escena que los recibió los congeló en seco.
Toni Blair.
De pie, como una maldita postal de la muerte, apuntándole con una pistola al jefe.
Su sonrisa cínica era la de un depredador disfrutando de la cacería.
Maider sintió un escalofrío.
<<Por más atractivo que sea, esos ojos de demonio no engañan a nadie>>, pensó, tragándose el nudo que le subía por la garganta.
Toni les hizo un gesto burlón con la cabeza.
—Pasen, agentes. La fiesta apenas empieza.
Antes de que la puerta terminara de cerrarse, Edward alcanzó a ver lo que la penumbra del pasillo escondía:
Sombras moviéndose.
Más armas.
Más trampas.
Era una emboscada.
Y ellos habían caído de cabeza.
Como abejas idiotas, atraídas por la miel de su propia arrogancia.