Renacer en la Oscuridad

Capítulo 8: Pactos en la sombra

La noche era un pantano espeso, cargado de humo, pecado y secretos.
Maider Stone caminaba con la cabeza baja, el rostro cubierto por la capucha de su chaqueta, moviéndose entre las sombras de Clover Field como una maldita fantasma.

Edward seguía en el hospital, entre la vida y la muerte.
Y ella...
Ella había decidido ensuciarse las manos para terminar lo que empezó.

Sabía que sola no podía derribar a los Blair.
Necesitaba a alguien que conociera el lado más podrido de la ciudad.
Alguien que hablara el idioma de las calles sin parpadear.

Y solo un nombre le vino a la mente.
Stephen Walker.

Un amigo.
Un traidor.
Un recuerdo doloroso de una infancia que ya no existía.

El bar donde debía encontrarlo era un agujero en el infierno:
el Rusty Anchor, donde los vasos no se lavaban y la sangre no se limpiaba del piso.

Empujó la puerta desvencijada.
El olor a tabaco barato, cerveza rancia y desesperación la golpeó como una bofetada.

Los ojos se clavaron en ella.

Pero Maider no era una novata.
Mantuvo la mirada dura, los hombros tensos, la mano cerca del arma.

Lo vio al fondo.
Stephen Walker, con la misma sonrisa torcida de siempre, apoyado en la barra, moviendo entre los dedos un encendedor plateado.

Ella se acercó sin titubear.
Él la miró con una ceja arqueada y una risa ronca escapándole de la garganta.

—Mierda, si eres tú, Stone. Pensé que estarías usando una placa de oro para ahora.

—Y yo pensé que estarías pudriéndote en alguna celda —replicó ella, fría.

Stephen soltó una carcajada seca.

—Supongo que ambos decepcionamos las expectativas.

Se hizo un silencio tenso.
Un puente quebrado entre ellos.

Maider apoyó las dos manos en la barra, inclinándose hacia él.

—Necesito información.
Y un trato.

Stephen la miró de arriba abajo, como evaluándola.
Finalmente, chasqueó la lengua.

—¿Qué tan sucio?

—Hasta el infierno, si es necesario.

Él sonrió, mostrando unos dientes amarillos por el tabaco.

—Eso me gusta, nena. ¿A quién quieres joder?

—A los hermanos Blair. Especialmente a Toni.

Stephen dejó de sonreír.
Se pasó la mano por la barba rala, pensativo.

—Te estás metiendo con demonios de verdad, Maider.
¿Estás segura?

Ella lo miró a los ojos, implacable.

—Estoy segura de que los voy a enterrar. Con tu ayuda o sin ella.

Él soltó una carcajada oscura.

—Siempre fuiste una condenada loca... Está bien. Estoy dentro.
Pero hay un precio.

Maider endureció la mandíbula.

—¿Cuál?

Stephen se inclinó más cerca.
Su voz era apenas un susurro venenoso.

—Cuando todo esto termine... me debes un favor. No importa qué sea.

Ella dudó solo un segundo.

Después, asintió.

—Hecho.

Chocaron las manos, sellando el pacto más peligroso de sus vidas.

Stephen sacó un sobre arrugado de su chaqueta y se lo deslizó.

—Aquí tienes los nombres de dos de los principales corredores de Trinum.
Con ellos podrás romperle el espinazo a la red.
Pero escucha, Stone... No hay vuelta atrás.
Si haces esto, te convertirás en uno de nosotros.

Maider guardó el sobre en el bolsillo interior de su chaqueta.
Su rostro era una máscara de acero.

—Nunca fui realmente una de los suyos —susurró—. Solo estaba fingiendo.

Giró sobre sus talones y se marchó, mientras las luces mortecinas del Rusty Anchor parpadeaban a su espalda.

La cacería había comenzado.

Y esta vez, Maider Stone no venía para arrestarlos.

Venía para destruirlos.




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