Renacer en la Oscuridad

Capítulo 10: La bala que cambió todo

El plan era sencillo.
La ejecución, mortalmente precisa.

Johannes abrió la puerta trasera del almacén, un viejo acceso de carga oxidado por el tiempo. Stephen cubría la retaguardia, su pistola lista para escupir plomo.
Maider, en el centro, era la sombra que guiaba la danza.

Todo había sido cronometrado:
Tres minutos para entrar.
Cinco para neutralizar a los guardias.
Dos para capturar al Tuerto Ramos.

Diez minutos de sangre y silencio.

Maider respiró hondo, aferrándose a su arma.
La adrenalina era un sabor metálico en su boca.

Johannes susurró:

—Ahora.

Se deslizaron como espectros.

Los primeros dos guardias cayeron rápido, estrangulados por Stephen con la eficiencia de quien ha hecho esto demasiadas veces.

El interior del almacén era un laberinto de cajas, estantes, y corredores angostos.
El Tuerto estaba cerca. Lo sentían en el aire denso, en la vibración de los pisos.

Todo iba perfecto.
Demasiado perfecto.

Fue en el tercer pasillo cuando ocurrió.

Un destello.
Un trueno.
Un dolor abrasador.

¡Bang!

Maider se desplomó hacia un lado, un grito ahogado escapando de su garganta.

Stephen se lanzó sobre ella, disparando a ciegas hacia donde había salido la bala.
Johannes cubrió el flanco, rugiendo órdenes en voz baja.

—¡Contacto en el este! ¡Cúbranla!

Maider jadeaba, su mano presionando su costado izquierdo.
La sangre brotaba caliente entre sus dedos, oscura como la noche misma.

Stephen arrastró a Maider tras un estante volcado, su cara desfigurada por la furia.

—¡No te atrevas a cerrar esos malditos ojos, Stone! —gruñó, rompiendo su camiseta para improvisar un torniquete.

Johannes, mientras tanto, avanzaba con la precisión helada de un verdugo.
En cuestión de segundos, localizó al tirador —un matón de Trinum— y le voló la rodilla antes de rematarlo con un disparo seco al cráneo.

La operación continuaba.
Pero algo había cambiado.
Algo se había roto.

Maider luchaba por mantenerse consciente, sus labios apretados en una mueca de dolor.

—No es tan grave —murmuró—. He tenido peores.

Stephen soltó una carcajada amarga.

—¿Ah, sí? ¿Cuándo fue la última vez que te dispararon en un puto almacén mientras cazabas narcos?

Maider sonrió, débilmente.

—La semana pasada...

Johannes se agachó junto a ellos, su cara pétrea pero sus ojos, curiosamente, humanos.

—Tenemos que movernos. Ahora.

—¿Y Maider? —preguntó Stephen, furioso.

Johannes deslizó un cargador nuevo en su arma.

—O la llevamos... o la dejamos morir aquí.

Un segundo.
Un parpadeo.

Stephen no dudó.

Se cargó a Maider al hombro como un soldado rescatando a su capitán caído.

—Entonces muévete, jefe. —escupió.

Salieron del almacén a tiros, en una retirada brutal, cubriéndose entre las sombras.

Las sirenas comenzaban a aullar a lo lejos.
Las calles de Clover Field volverían a teñirse de rojo.

Pero esa noche, aunque El Tuerto había escapado...
algo más importante había sucedido:

Maider Stone seguía respirando.
Y los Blair acababan de ganarse enemigos dispuestos a todo.

Incluso a morir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.