Renacer en la Oscuridad

Capítulo 11: Ecos de Plomo

Edward Tanner llegó al hospital como un huracán.

No recordaba cómo había dejado su auto en el estacionamiento.
No recordaba si había gritado al guardia para que le abriera paso.
Sólo sabía que Maider Stone estaba ahí dentro.
Y que había sangre de por medio.

Atravesó el pasillo de urgencias como una sombra furiosa.
Los fluorescentes parpadeaban sobre su cabeza, haciéndolo parecer una bestia herida más que un oficial de la ley.

Al fondo, reconoció a Johannes Collen, de pie junto a la puerta de una habitación cerrada.
El jefe se veía más viejo, más cansado.
Tal vez también más humano.

Stephen Walker estaba encorvado en una de las sillas, su chaqueta ensangrentada, su mirada fija en el piso como si quisiera quemarlo con la mente.

Edward no necesitaba preguntar.
Su instinto le gritaba la verdad: Todo había salido mal.

Se detuvo frente a Johannes, respirando hondo.

—¿Dónde está? —demandó.

Johannes no habló enseguida.
En su lugar, le puso una mano en el hombro.
Pesada. Grave.

—Está viva —dijo por fin—. Pero la bala rozó un órgano. Perdió mucha sangre.

Edward cerró los ojos por un segundo.
Un segundo eterno.

Cuando los abrió, la furia estaba de vuelta.

—¿Quién fue? —escupió—. ¿Quién le disparó?

Stephen alzó la mirada desde su rincón.

—Un matón de Trinum —dijo, su voz ronca—. Ya está muerto. Pero eso no cambia una mierda, ¿verdad?

Edward ignoró la amargura.
Empujó la puerta y entró.

El cuarto olía a desinfectante y a miedo.

Maider yacía en la cama, su piel más pálida que nunca, una venda gruesa cubriendo su costado.
Un pitido rítmico marcaba el latido débil de su corazón en la máquina.

Por un segundo, Edward sintió que algo dentro de él se rompía.

Se acercó despacio.
Se sentó en la silla junto a su cama.
La observó.

—¿Qué demonios hiciste, Stone? —susurró—. ¿Desde cuándo cargas tú con las balas?

La respiración de Maider era leve, pero constante.

Edward apoyó la frente en el borde de la cama, cerrando los puños.

—Me prometiste... —murmuró—. Me prometiste que no me dejarías solo en esta mierda.

Detrás de él, Johannes y Stephen observaban en silencio.

El jefe rompió el mutismo primero:

—Tenemos que reorganizar el plan.

Stephen se cruzó de brazos.

—Sin ella no hay plan, jefe. —espetó—. No vamos a mover un solo maldito dedo hasta que esté de pie otra vez.

Edward alzó la vista, su expresión era la de un lobo listo para morder.

—Lo juro por lo más sagrado... —dijo, con la voz quebrada—... los Blair van a pagar por esto.
Uno por uno.

Johannes encendió un cigarro dentro del hospital —una costumbre prohibida—, pero nadie se atrevió a detenerlo.

—Entonces prepárense —dijo, expulsando una nube de humo como una sentencia—. Porque la guerra acaba de empezar.

Y en esa habitación de hospital, en el corazón podrido de Clover Field, se selló un pacto de sangre.

Maider luchaba por sobrevivir.
Edward y Stephen, por venganza.
Johannes, por algo más oscuro todavía.

Y los Blair...
Los Blair no sabían la tormenta que acababan de desatar.




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