Renacer en la Oscuridad

Capítulo 13: El pacto de las sombras

La noche caía pesada sobre Clover Field.
La ciudad, acostumbrada al bullicio del tráfico y los anuncios brillantes, parecía ahora un cementerio, silenciada por el miedo.
Solo unos cuantos se atrevían a moverse entre las sombras.
Y ellos eran los más peligrosos.

En un taller abandonado, a las afueras de la ciudad, tres hombres se reunían en silencio, el aire cargado de humo de cigarro y aceite viejo.

Edward Tanner se apoyaba contra una mesa de acero oxidado, su brazo aún vendado, pero sus ojos, más despiertos que nunca, no mostraban ni un rastro de dolor.

Stephen Walker, su viejo amigo y ahora socio improvisado, fumaba un cigarro, su chaqueta de cuero cubierta de polvo y sangre seca.

Johannes Collen, el mismísimo jefe de policía, caminaba de un lado a otro, su placa colgando de su cuello como un ancla que ya no pesaba.
Había cruzado la línea... y no pensaba volver atrás.

—Tenemos que ser precisos —dijo Edward, su voz baja pero cortante como un cuchillo afilado—. Un movimiento en falso y estaremos muertos antes de ver salir el sol.

Stephen exhaló una bocanada de humo.

—Tú dime cuándo —dijo con su típica sonrisa ladeada—. Traje suficiente pólvora para hacer volar una cuadra entera.

Johannes se detuvo frente a ellos, su rostro endurecido por la traición, por la pérdida... y por la promesa de venganza.

—Esto no es sólo un ajuste de cuentas —gruñó—. Es una purga. Clover Field merece respirar de nuevo. Y sólo nosotros podemos arrancar esta podredumbre de raíz.

Edward asintió.

—El triángulo está débil.
—Golpeó la mesa con el puño, haciendo saltar polvo en el aire—. Se están peleando entre ellos. David quiere el control, Toni quiere el caos, y Josh... ese cabrón inteligente sólo quiere sobrevivir.

Stephen rió entre dientes.

—Qué ironía. El pez grande se devora solo.

Johannes desplegó un mapa de la mansión Blair sobre la mesa.
Marcas rojas delineaban rutas de escape, cámaras de vigilancia, entradas secundarias.

—Aquí —señaló Johannes—, la entrada trasera del ala este. Poco resguardada. El cambio de turno es a las dos de la mañana. Es nuestra mejor oportunidad.

Edward entrecerró los ojos.

—¿Y qué hay del arsenal? Esos hijos de puta están armados hasta los dientes.

—Déjalo en mis manos —intervino Stephen, sacando de su mochila una caja metálica—. Cargas dirigidas. Silenciosas. Letales.

—¿Cuántos hombres tenemos? —preguntó Edward.

Johannes sonrió, pero no era una sonrisa agradable.

—Los suficientes. No todos son policías... pero todos odian a los Blair más de lo que temen morir.

Stephen apagó su cigarro aplastándolo contra la suela de su bota.

—Entonces, ¿cuál es el plan, general?

Edward miró a cada uno de sus aliados, sintiendo el peso del momento.

—Entramos a las dos.
Stephen y su equipo se encargan de desactivar las cámaras y abrir la vía principal.
Johannes lidera la distracción en el frente, una falsa redada.
Yo... —su mandíbula se tensó— iré por ellos directamente.

Un silencio cargado de electricidad siguió a sus palabras.

Stephen silbó suavemente.

—¿Estás planeando una ejecución?

Edward no parpadeó.

—Estoy planeando terminar lo que empezamos.

Johannes cruzó los brazos.

—¿Y qué pasa si Maider está viva? ¿Qué pasa si...?

Edward bajó la mirada por un segundo.
Un dolor fantasma atravesó su pecho, tan brutal como el disparo que casi lo mató.

—Si Maider está viva —dijo con una dureza que casi rompió el aire—, juro que sacaré a esos bastardos uno por uno, aunque tenga que arrastrarme sobre mi propia sangre.

Stephen lo miró largamente. Luego, asintió con seriedad.

—Entonces es una maldita promesa.

Edward extendió su mano.
Stephen la estrechó con fuerza.
Johannes puso su mano sobre las suyas.

Tres hombres sellando un pacto en la oscuridad.
Tres hombres que sabían que probablemente no verían el amanecer.

—Por Clover Field —dijo Edward.

—Por Maider —agregó Stephen.

—Por justicia —sentenció Johannes.

Afuera, el viento ululaba entre los edificios vacíos como una advertencia.
Pero adentro, en ese taller olvidado, la decisión estaba tomada.

Esta noche, la ciudad sangraría.
Y el triángulo perfecto de los Blair, por fin, sería quebrado.




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