La madrugada se había vuelto un monstruo de humo y electricidad.
Edward, Stephen y Johannes observaban la mansión Blair desde la distancia, ocultos entre los árboles secos.
La gran casa, símbolo de riqueza manchada de sangre, brillaba como un faro maldito bajo la luz enfermiza de la luna.
—Todo listo —susurró Stephen por el comunicador—. Las cámaras están apagadas. La vía trasera está abierta.
Edward asintió, su cuerpo entero tenso como un resorte.
—Equipo dos, en posición —informó Johannes—. El operativo falso empieza en cinco minutos.
Edward ajustó el cargador de su pistola.
Todo estaba en su lugar. Todo... excepto la ansiedad que le carcomía las entrañas.
Un presentimiento. Una sombra que no lograba quitarse de encima.
—Vamos —gruñó.
Se deslizaron por la entrada trasera, cubriéndose entre los arbustos, moviéndose como fantasmas entrenados para matar.
El silencio era antinatural.
Ni perros, ni alarmas, ni movimiento.
Demasiado fácil.
Demasiado tarde.
Cuando cruzaron el vestíbulo principal, el infierno se desató.
—¡Ahora! —gritó una voz desde el segundo piso.
Luces cegadoras explotaron en el techo.
Disparos rompieron el silencio como látigos de fuego.
Una granada de humo estalló a sus pies.
Edward rodó al suelo, disparando a ciegas, sintiendo la emboscada cerrarse sobre ellos como garras de hierro.
—¡Nos vendieron! —gritó Stephen, lanzándose detrás de un pilar.
Johannes cubrió la retirada de dos hombres, sus ojos desencajados por la traición.
Entre el caos, una figura bajó lentamente por las escaleras principales.
Sangre resbalaba por su brazo, su rostro estaba pálido, pero aún conservaba esa chispa indomable.
Maider Stone.
Una soga atada a su cuello como si fuera un cordero a sacrificar.
Y detrás de ella, el mismísimo Toni Blair, sosteniendo el extremo de la cuerda con una sonrisa tan cínica que helaba la sangre.
—¿Buscaban a su pequeña heroína? —se burló Toni, presionando una pistola contra la sien de Maider—. Pues aquí la tienen.
Edward sintió que el mundo se detenía.
—¡Suéltala, hijo de puta! —rugió, apuntando su arma directo al pecho de Toni.
Toni rió, un sonido que no tenía ni rastro de cordura.
—¿Suéltala?
—Le pasó la pistola a Josh, que apareció de la nada—. No, Edward. Vamos a jugar. Vamos a ver si puedes salvarla... antes de que la sangre de tu preciosa compañera manche estas paredes.
David Blair, el mayor, descendió también, un rifle de asalto colgado al hombro.
—Matenlos a todos —ordenó con voz fría.
Las balas comenzaron a zumbar de nuevo.
Stephen cubrió a Edward, disparando a dos guardias que surgieron de la oscuridad.
Johannes se abrió paso a tiros, su objetivo claro: llegar a Maider.
Pero era un laberinto de pólvora y muerte.
Edward esquivó un disparo que rozó su mejilla, mientras sus ojos no se apartaban de Maider.
Ella trataba de luchar, de soltarse, pero estaba débil, herida, exhausta.
—¡Stephen! —gritó Edward— ¡¡Ahora!!
Stephen asintió, sacando una granada de aturdimiento de su cinturón.
—¡Cierra los ojos, Stone! —gritó.
La granada explotó en una tormenta de luz y ruido.
El caos que siguió fue absoluto.
Edward corrió entre la confusión, derribando a un guardia de un golpe brutal.
Llegó hasta Maider justo cuando Josh intentaba dispararle.
Sin pensarlo, Edward se interpuso.
Un disparo.
Un dolor abrasador en su costado.
Pero aún estaba de pie.
De un solo movimiento, cortó la soga que sujetaba a Maider y la atrapó en sus brazos.
—Te tengo —murmuró, arrastrándola tras la cobertura de un mueble volcado.
Ella temblaba, respiraba con dificultad, su sangre empapando su camiseta.
—Lo siento... —musitó Maider, apenas consciente.
—No hay nada que lamentar, Stone —dijo Edward, apretando su pistola contra su pecho herido—. Vamos a sacarte de aquí. Te lo prometo.
Johannes apareció a su lado, su rostro endurecido.
—Tenemos una salida en el ala oeste. Pero hay más de ellos viniendo.
—Entonces vamos a pelear —gruñó Edward—. Hasta el último maldito aliento.
Stephen se unió, cubierto de sangre, pero aún sonriendo.
—¿Qué esperan? —dijo con una chispa salvaje en los ojos—. ¡Vamos a incendiar este puto lugar!
Y así, bajo el manto oscuro de la noche, los últimos soldados de Clover Field, heridos, traicionados, pero no vencidos, se prepararon para su última guerra.
Una guerra donde el precio sería todo.
Y donde no todos saldrían vivos.