Renacer en la Oscuridad

Capítulo 20: Lealtades rotas

La noche había caído sobre la ciudad como un velo de asfixia.

Los callejones parecían susurrar secretos malditos.

En un estacionamiento abandonado a las afueras del centro, lejos de miradas curiosas, David Blair aguardaba con el motor apagado y las luces muertas.

Miraba su reloj de pulsera, cada tic-tac como una campanada de muerte.

A los pocos minutos, Josh llegó caminando, encapuchado, con el rostro pálido y las manos en los bolsillos.

Se metió rápidamente en el auto y cerró la puerta.

Hubo un silencio espeso.

Hasta que David habló, con la voz ronca, apagada.

—Gracias por venir, hermano.

Josh se removió incómodo en el asiento, frotándose las palmas sudadas en los jeans.

—¿Qué está pasando, David? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta.

David apretó los dientes.

—Toni se está volviendo incontrolable.
—Hizo una pausa, buscando las palabras—.
Y no me refiero a su brutalidad habitual.
Estoy hablando de... de algo peor.

Josh lo miró de reojo, sin atreverse a enfrentarlo del todo.

—Mató a esa familia —dijo, bajando la voz como si temiera que el eco de sus palabras atrajera fantasmas—.
Mató niños, David.

David cerró los ojos un momento.

—Lo sé.

Y el peso de esa confesión se quedó flotando entre ellos.

—Siempre tuvimos reglas —susurró Josh—.
Nos convertimos en criminales... pero había límites.
Ahora Toni... él es como un virus.
Nos está arrastrando a un infierno del que no vamos a salir vivos.

David se pasó las manos por la cara, el rostro surcado de arrugas prematuras.

—Lo que pasó... lo de los niños... nos condenó, Josh.
Nos puso una mira en la espalda que no se va a borrar jamás.

Josh tragó saliva.

—¿Qué vamos a hacer?

David dudó.

En su corazón, todavía quería proteger a sus hermanos.

Todavía quería creer que podían salir de esta juntos.

Pero la realidad era otra.
Una dura, fría, inevitable.

—Si Toni sigue así... —empezó, con la voz quebrándose apenas—.
Si sigue matando sin control...
Tendremos que detenerlo.

Josh abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Detenerlo?
¿Quieres decir...?

David no respondió.

No tuvo que hacerlo.

El silencio dijo más que cualquier palabra.

Josh se llevó una mano a la boca, temblando.

—Él es nuestro hermano, David.

David asintió.

—Lo sé.
—Se inclinó hacia Josh, bajando aún más la voz—.
Pero si no hacemos algo... no sólo nos arrastrará a la tumba a nosotros.
Arrastrará a cualquiera que alguna vez haya cruzado su camino.
¿Quieres eso?

Josh negó con la cabeza, lágrimas brillando en sus ojos.

—No... no quiero más muerte.

David apoyó una mano pesada sobre su hombro.

—Entonces prepárate, hermano.
Porque cuando llegue el momento...
vamos a tener que escoger entre la sangre... o la supervivencia.

Un trueno retumbó en la distancia.

Y en el eco, ambos supieron que sus almas ya estaban condenadas.

Mientras tanto, en la guarida de Johannes, la estrategia contra los Blair continuaba tomando forma.

Edward y Maider, aunque heridos, se mantenían firmes.
Stephen revisaba información filtrada por Josh, mapas de rutas de escape, contraseñas internas.

Y Johannes, sentado al frente, los guiaba con una frialdad quirúrgica.

—Los tenemos acorralados —dijo—.
Pero no podemos confiar en que no se maten entre ellos antes de que lleguemos.

Edward soltó una carcajada seca.

—Mejor.
Así nos ahorran el trabajo sucio.

Maider, sin embargo, no sonrió.

Sabía que no era tan sencillo.

Sabía que atraparlos... era sólo el primer paso.

La verdadera batalla sería sobrevivir al fuego cruzado que estaba a punto de desatarse.

La noticia del asesinato de la familia seguía dominando los titulares.

Analistas, expertos en criminología, y expolicías retirados debatían acaloradamente en televisión.

El consenso era unánime:

"Los Blair ya no son un cártel inteligente y calculador.
Se han convertido en un grupo caótico y salvaje.
Y eso los hace diez veces más peligrosos."

En la oscuridad de su apartamento, Toni Blair veía los noticieros con una mueca divertida.

No sentía remordimiento.

No sentía miedo.

Sentía poder.

—Que vengan —murmuró, acariciando su pistola como si fuera una amante—.
Estoy listo.

No sabía que, a pocas calles de distancia, sus propios hermanos ya estaban preparando el cuchillo que tendrían que clavarle en el corazón.

No por venganza.

No por justicia.

Sino por la más vieja de todas las razones humanas:

Sobrevivir.




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