El aire estaba cargado de electricidad.
Cada paso que Josh daba hacia la reunión secreta era una traición viva latiéndole en las venas.
Había dejado una nota anónima para Maider, en el viejo parque junto a la estación abandonada.
El viento helado silbaba entre los columpios oxidados.
La ciudad parecía sostener la respiración.
Cada sombra era un espía.
Cada sonido, un disparo contenido.
Maider llegó puntual, la herida del disparo aún doliéndole bajo la ropa, pero su espíritu era más duro que nunca.
Edward la observaba desde una camioneta a distancia, los ojos aguzados, el arma lista.
Josh apareció entre la niebla como un espectro.
—Stone —dijo en voz baja, casi temblando.
Ella no desenfundó su pistola.
No aún.
Sabía que Josh no venía como enemigo.
No del todo.
—¿Qué quieres? —preguntó Maider, sin adornos.
Josh miró alrededor, paranoico.
—No quiero pelear —dijo—.
No quiero más sangre.
Se llevó las manos al cabello, desesperado.
—Toni... Toni se volvió loco —confesó—.
Mató a esa familia sólo porque sí.
Rompió nuestras reglas.
Ahora...
ahora no sé quién es.
Maider no dijo nada.
Dejó que hablara.
Josh tragó saliva.
—David y yo... sabemos que esto no va a terminar bien.
Si siguen persiguiéndonos, Toni matará a más gente.
Y no queremos eso.
El temblor en su voz era genuino.
Maider lo miró, midiendo cada palabra siguiente.
—¿Estás diciendo que ayudarías a detenerlo?
Josh asintió, sudando.
—Sólo si prometen que David y yo saldremos vivos de esto.
Maider respiró hondo.
No podía prometer eso.
Pero tampoco podía dejar pasar esa oportunidad.
Antes de que pudiera responder, un crujido de grava a sus espaldas les heló la sangre.
Una silueta se materializó en la penumbra.
Toni.
Y su rostro era un poema de odio.
Más tarde, mucho más tarde, Toni recordaría esa noche como el principio del fin.
Había seguido a Josh.
Sabía que su hermano tramaba algo.
Pero verlo ahí, confabulando con una maldita agente, fue como una puñalada directa al alma.
Toni apuntó su arma a Josh, temblando de furia.
—¿Así me pagas?
¿¡Así me pagas todo lo que hice por ti, maldito cobarde!?
Josh levantó las manos, suplicante.
—Toni, escucha...
Pero Toni ya no era capaz de escuchar.
Sus ojos brillaban con una locura que ni siquiera David habría podido contener.
—¡Eres mío!
¡Tú y todos los que se crucen en mi camino!
Giró el arma hacia Maider.
Un disparo tronó en la noche.
Pero no fue el de Toni.
Edward, oculto en la camioneta, había disparado primero.
Una bala rozó el brazo de Toni, haciéndole soltar el arma.
Maider no dudó.
Se lanzó sobre Josh, derribándolo, protegiéndolo.
La escena estalló en gritos, disparos, sirenas a lo lejos.
Toni se sostuvo el brazo sangrante, retrocediendo como un animal acorralado.
Por primera vez en su vida, sintió miedo.
Un miedo primitivo.
Brutal.
La certeza de que el reino que había construido sobre huesos y mentiras comenzaba a resquebrajarse.
No eran sólo policías los que venían por él.
Eran fantasmas.
Eran todos los que había destrozado, riéndose en su cara.
Toni logró huir esa noche, perdiéndose entre callejones y cloacas.
Pero algo dentro de él había cambiado.
Ya no era el depredador.
Era la presa.
Lo sabían todos.
Incluso él.
En la sede de operaciones, horas después, Johannes miraba los informes con expresión pétrea.
Habían obtenido una grabación del encuentro.
La traición de Josh estaba registrada.
La locura de Toni, también.
Era cuestión de tiempo.
Y Johannes pensaba usar cada segundo a su favor.
—Prepárense —ordenó—.
Esta vez, no habrá redención.
Edward se miró con Maider.
Sabían lo que eso significaba.
Iban a cazar a los Blair.
Uno por uno.
Hasta el final.
Mientras tanto, en una habitación mugrienta de motel, Toni limpiaba su herida con ron barato, el dolor agudo recordándole su fracaso.
Miró su reflejo en el espejo rajado.
No reconoció al hombre que veía.
Susurró una promesa rota:
—Van a pagar.
Van a pagar todos...
Pero su voz sonaba hueca.
Como si ya supiera que la guerra que había desatado lo iba a devorar entero.