Renacer en la Oscuridad

Capítulo 25: Ecos en la oscuridad

El viento aullaba en las calles vacías como si la misma ciudad supiera lo que estaba a punto de suceder.

Toni Blair caminaba bajo la lluvia fina, su abrigo oscuro pegado al cuerpo, sus pasos resonando en la acera.
Cada gota que le golpeaba la piel parecía recordarle el peso de sus errores.

Sabía que había cruzado líneas.
Sabía que ya no había regreso.
Pero lo que más le carcomía el alma era el recuerdo de Maider Stone.

Su rehén.

Su prisionera.

Su espejo roto.

Cuando la tuvo amarrada en aquella habitación inmunda, juró que sería solo un juego de control.
Una manera de quebrar a sus enemigos.
Una jugada más en su tablero retorcido.

Pero no fue así.

Algo cambió.

Algo se quebró.

Y no fue en ella. Fue en él.

Una explosión de recuerdos lo golpeó.

La habitación oscura.
El olor a humedad.
El leve crujir de las sogas.
El jadeo tembloroso de Maider intentando contener el dolor.

Toni, de pie frente a ella, con la pistola colgando de su mano derecha, observándola.

Maider no lloraba.

No suplicaba.

No le rogaba.

Simplemente lo miraba.
Con esos malditos ojos...
Ojos que no imploraban, sino que desafiaban.

—¿Esto te hace sentir poderoso? —le había escupido con voz rasposa, aun temblando de fiebre y dolor—.
¿Amarrar a una mujer herida te hace sentir un hombre de verdad?

Toni había sonreído en ese momento, una sonrisa que ahora se le antojaba grotesca.

—No se trata de poder, Stone —había susurrado—.
Se trata de recordarles quién manda aquí.

Ella soltó una risa amarga, breve, rota.

—No mandas en nada, Blair.
Ni siquiera en ti mismo.

Y esas palabras le habían calado hasta los huesos.

Ahora, caminando entre las sombras, Toni cerró los ojos con fuerza.

Se odiaba por lo que había hecho.

No por haberla capturado.

No por haberla usado como moneda de cambio.

Sino porque, en el fondo, sabía que había sembrado oscuridad en una persona que no la merecía.

Mientras tanto, en el refugio, Maider se miraba en el espejo del baño, los vendajes ya más pequeños, las heridas cicatrizando lentamente.
Pero no eran las físicas las que la perturbaban.

Era otra cosa.

Era ese vacío nuevo en su pecho.

Esa parte suya que ya no confiaba en la justicia ciega.
Que ya no creía en reglas.
Que había aprendido, en carne propia, que a veces... para sobrevivir hay que volverse monstruo.

Recordó el olor del encierro.
La sensación de las sogas quemándole la piel.
El sabor metálico de la sangre en su boca.

Y recordó, también, el momento en que Toni se inclinó sobre ella, muy cerca, susurrándole palabras venenosas:

—Algún día, Stone... serás como nosotros.

Se estremeció.

Porque había una pequeña, diminuta, aterradora parte de ella...
que empezaba a creer que tal vez... él tenía razón.

Esa noche, los noticieros escupían titulares ardientes.

"Captado en video: Toni Blair en escena de crimen de la familia Warren."
"El clan Blair pierde el anonimato: rostros de los criminales más buscados revelados."
"Guerra interna en la organización Trinum: fuentes anónimas reportan tensiones entre hermanos."

La ciudad entera hervía.

Los Blair ya no eran sombras.

Eran rostros.
Nombres.
Blancos fáciles.

Toni encendió un cigarrillo, temblando ligeramente.

Ya no era invulnerable.

Lo que más temía empezaba a hacerse realidad:
El fin de los Blair no vendría desde afuera. Vendría desde dentro.

Y entonces, una noche silenciosa, en el salón oculto de una vieja mansión, David Blair —el hermano mayor— llamó en privado a Josh.

Los dos solos.

Sin escoltas.

Sin máscaras.

David, más sobrio y frío que nunca, le dijo:

—Si Toni sigue como va... si se convierte en un riesgo para Trinum... tendremos que detenerlo.
Por cualquier medio.

Josh bajó la mirada, luchando contra las lágrimas que no podía dejar salir.

No quería perder otro hermano.

No quería ensuciar aún más sus manos.

Pero sabía que David tenía razón.

Si Toni seguía en su espiral de locura...

Sería él o todos los demás.

Y mientras los Blair tramaban en la oscuridad...

Mientras Toni se retorcía en su propio infierno personal...

Maider Stone, de pie frente al espejo roto, apretaba los puños.

Sabía que la guerra no había terminado.

Sabía que la próxima vez que viera a Toni Blair...

No sería como víctima.

Sería como su verdugo.




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