Renacer en la Oscuridad

Capítulo 27: El precio de la sangre

El reloj marcaba las 3:17 a.m.
La lluvia había cesado, pero la ciudad seguía empapada en un silencio tenso, como si contuviera la respiración, esperando el siguiente golpe.

En la sala de interrogatorios número tres del departamento de policía, Toni Blair estaba sentado, esposado a la mesa de acero.
Sus ojos turquesa, usualmente llenos de arrogancia y desafío, ahora parecían vacíos, casi apagados.

La puerta se abrió con un chirrido agudo.

Maider Stone entró, con una carpeta de archivos en la mano y una venda improvisada cubriéndole una herida fresca en la ceja.
La cicatriz emocional de su secuestro aún era más profunda que cualquier herida visible.

Tras ella, Edward Tanner vigilaba desde la esquina, su rostro endurecido.

—¿Tienes algo que decir, Blair? —preguntó Maider, su voz cortante como el filo de una navaja.

Toni no respondió de inmediato.

Se limitó a mirarla.

Una mirada pesada, llena de algo que Maider apenas podía identificar: no era odio, no era soberbia... era culpa.

—No fue personal —murmuró él al fin, su voz apenas un susurro.

Maider cerró la carpeta con un golpe seco.

—No me importa.
Lo que importa es lo que hiciste.
Lo que arruinaste.

Silencio.

La luz del techo parpadeó.

Toni entrelazó las manos, encadenadas por las esposas, y bajó la cabeza.

—Nunca debió llegar a esto —dijo—.
Nunca debí tocar a esa familia... nunca debí tocarte a ti.

Por un momento, solo se escuchaba el zumbido eléctrico de las lámparas.

Maider sintió que el aire se volvía más denso, más sucio.

Se obligó a recordar el dolor, el terror de estar atada, golpeada, humillada.
Se obligó a recordar que frente a ella no había un hombre, sino un monstruo.

Pero una parte de ella... una parte maldita y rota,
reconocía en Toni la misma desesperación que se anidaba en sus propias pesadillas.

Mientras tanto, en una casa segura lejos de la ciudad, David Blair golpeaba la mesa con el puño cerrado.

—¡Maldito sea Toni! ¡Se fue todo al carajo!

Josh, el menor, permanecía sentado en el sofá, encorvado, las manos sudorosas apretadas en su regazo.

Habían pasado horas desde la captura de Toni.
Horas que parecían años.

David caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada.

—Escucha bien, Josh —gruñó, deteniéndose frente a él—.
Si Toni pierde el juicio...
si empieza a cantar como un puto canario...
tendremos que actuar.

Josh levantó la mirada, sus ojos llenos de horror.

—¿"Actuar"? ¿Qué quieres decir?

David le sostuvo la mirada, sin piedad.

—Sabes exactamente qué quiero decir.
Si Toni se convierte en un peligro para la familia... lo eliminamos.

El menor de los Blair tragó saliva, sintiendo que su estómago se retorcía.

—Es nuestro hermano...

—¡Y papá y mamá también eran nuestra familia! —rugió David, golpeando de nuevo la mesa—.
¿Y qué pasó? ¡Los asesinaron como perros por confiar en la gente equivocada!

Josh bajó la cabeza, derrotado.

Recordaba demasiado bien el día en que sus padres fueron asesinados.
No fue un accidente.
No fue un asalto.
Fue una ejecución ordenada por viejos enemigos de su padre, Chuck Blair, en las guerras de tráfico del sur de California.

Y ellos, sus hijos, crecieron en medio de esa herencia maldita.
Nacieron para la venganza.
Respiraron odio desde la cuna.

Pero Josh...
Josh no era como ellos.

Siempre había sentido que Trinum era una prisión, no un hogar.

—¿Y si... y si Toni cambia? —murmuró Josh en un último intento de resistirse.

David soltó una carcajada sin humor.

—Nadie cambia en esta vida, hermanito.
Solo se cae más profundo.

De vuelta en la sala de interrogatorios, Maider encendió una vieja grabadora.

—Vamos, Toni.
Cuéntame lo que no está en los informes.
Cuéntame la verdad.

Toni se removió en la silla.

Un músculo en su mandíbula temblaba de tensión.

Finalmente, habló.

—La muerte de Becca Smith... no fue planeada —confesó—.
Era solo una advertencia para su padre...
pero Toni, el... el monstruo en mí... no se detuvo.

Maider apretó los puños.

No se detuvo.

No se detuvo.

Las palabras rebotaban en su mente como balas.

—¿Y qué me dices de mí? —preguntó, su voz apenas un susurro—.
¿De lo que me hiciste?

Toni cerró los ojos.

Un recuerdo cruzó su mente:

Maider, amarrada en un sótano húmedo, desafiándolo con la mirada aunque estaba rota por dentro.
Él, parado frente a ella, sintiendo cómo su humanidad se deshacía con cada amenaza, cada golpe, cada palabra humillante.

Y en algún momento...
sintió vergüenza.
Un agujero negro que lo devoraba por dentro.

—No tengo perdón —murmuró—.
Ni de Dios, ni de ti.

Maider se levantó lentamente.

Apagó la grabadora.

Y en ese momento, entendió algo terrible:

Toni Blair estaba perdido.

Tal vez siempre lo estuvo.

Pero peor aún...

Ella también había perdido algo en el proceso:
su propia fe en la redención.

Fuera del edificio, bajo la negrura implacable de la noche, David y Josh observaban a la distancia.

David apretaba una pistola en su bolsillo.
Josh tenía lágrimas en los ojos.

—¿De verdad... vamos a hacerlo? —preguntó Josh, su voz quebrándose.

David no respondió.

Solo miró hacia la luz débil que salía del edificio, donde su hermano estaba a punto de enfrentar la justicia...
o algo mucho peor.

Y en la tormenta silenciosa de sus corazones, ambos Blair supieron que el fin estaba más cerca de lo que jamás imaginaron.




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