Renacer en la Oscuridad

Capítulo 28: Fragmentos rotos

La madrugada era un espectro frío y gris que se filtraba por las ventanas del edificio.
La ciudad, agazapada bajo la neblina, parecía un cadáver que apenas respiraba.

Dentro de la sala de observación, David Blair apretaba los dientes mientras observaba la transmisión en vivo del interrogatorio de Toni.
Su hermano estaba encadenado a una silla, murmurando cosas ininteligibles.
Sudaba frío.
Movía los labios en silencio, como si conversara con alguien invisible.

Edward Tanner, a su lado, cruzó los brazos, desconfiado.

—¿Qué demonios le pasa? —preguntó, sin esperar realmente respuesta.

David no dijo nada.
Pero lo sabía.
En lo profundo de su alma endurecida, lo sabía.

Toni no estaba solo en su mente.
Había algo más.
Alguien más.

Una segunda voz.
Un segundo rostro.

Un eco que había nacido del horror, del abandono, del infierno que ellos, los Blair, habían heredado.

Horas después, en un despacho improvisado, Maider revisaba los informes médicos de Toni.
La sangre en sus vendajes aún estaba fresca, pero ella se negó a descansar.

Las notas psiquiátricas eran claras:
"Paciente muestra signos severos de Trastorno de Identidad Disociativo. Trauma complejo no resuelto. Personalidad secundaria identificada: respuesta agresiva automática a situaciones de estrés extremo."

Maider soltó el bolígrafo.

El papel temblaba en sus manos.

—Maldito seas, Toni... —murmuró, sintiendo una punzada de lástima que la enfureció más.

Porque ahora entendía.

No era sólo maldad.

Era dolor convertido en un monstruo.

Era un niño roto que nunca tuvo una salida.

Era un arma creada a golpes.

Y ella, en ese sótano, lo había visto cambiar.
Recordaba esa noche como si hubiera ocurrido hace un segundo:

Toni susurrando disculpas mientras la ataba más fuerte.
Toni llorando en silencio cuando pensaba que ella no lo oía.
Toni amenazándola y abrazándola con la misma mano ensangrentada.

Había dos Toni.

Y ambos estaban condenados.

—Todo es mi culpa —susurró David, su voz seca como una hoja muerta.

Estaba solo en el estacionamiento, bajo la garúa persistente.

Josh lo encontró allí, sentado en el capó de un coche, fumando un cigarrillo que ni siquiera parecía disfrutar.

—¿Qué dices? —preguntó el menor, acercándose con cautela.

David soltó una carcajada amarga.

—Tú y Toni... ustedes eran niños.
Yo debía protegerlos.
Pero en vez de eso...
les enseñé a odiar.
A pelear.
A sobrevivir como animales.

Tiró el cigarrillo a un charco y lo pisoteó.

—Cuando mataron a papá y mamá, juré que no volveríamos a ser víctimas.
Que seríamos los cazadores, no la presa.
Pero... ¿a qué costo, Josh?

El muchacho tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

David se llevó las manos a la cabeza, desesperado.

—Yo les di una jaula, no una vida.
Yo los rompí antes de que el mundo pudiera hacerlo.

Por primera vez, Josh vio a su hermano mayor no como el líder invencible, sino como un hombre roto, aplastado por sus propios errores.

—Todavía podemos salvar algo —susurró Josh, su voz apenas audible.

David levantó la mirada.

Había algo nuevo en sus ojos.

Algo que ni la furia ni la venganza podían enterrar:

Remordimiento.

Mientras tanto, en su celda, Toni susurraba en sueños.

—No... no... yo no fui...

Se retorcía, encogido en posición fetal sobre el catre.

En sus pesadillas, volvía a verlos:
los niños llorando.
la sangre en las paredes.
las miradas acusadoras.

Y a él mismo, empuñando un arma, guiado por una voz que no era suya.
Una sombra dentro de su cráneo, riéndose, gritándole que siguiera adelante.

¡No dejes testigos!
¡No dejes debilidad!

Una sombra que su mente fracturada había creado para sobrevivir.

Y ahora, esa sombra era lo único que le quedaba.

Los noticieros no tardaron en destrozar cualquier esperanza de anonimato para los Blair.

—Última hora: Imágenes exclusivas del crimen en el distrito 12.
El sospechoso ha sido identificado como Anthony Blair, alias "Toni", presunto miembro del cártel Trinum...

En las pantallas gigantes del centro de la ciudad, en los televisores de los bares, en las redes sociales:
la cara de Toni, congelada en una mueca de furia, rodeada de cuerpos ensangrentados.

La opinión pública clamaba por sangre.

Por justicia.

Por venganza.

La caída era inevitable.

Esa noche, en un callejón oscuro, David y Josh se reunieron en secreto.

Ambos sabían lo que debía hacerse.

Pero mientras David afilaba la navaja de su alma, Josh lloraba en silencio, sabiendo que cada paso que daban los alejaba un poco más de lo que alguna vez fueron:

Tres hermanos, una familia rota, condenados por el mismo amor que juraron proteger.

Y en una celda fría y solitaria, Toni murmuraba entre sueños:

—Maider... perdón...

Una súplica que nunca llegaría a sus labios despiertos.

Ni al corazón que había dejado de creer en redención.




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