Renacer en la Oscuridad

Capítulo 29: Lealtades en ruinas

Las horas avanzaban como cuchillas lentas, cortando la paciencia de todos.

El frío se había instalado en el edificio como un huésped indeseado, colándose entre las grietas, colándose en los huesos.

Maider Stone se frotó los brazos mientras revisaba de nuevo el reporte sobre los Blair.
Cada hoja era una acusación.
Cada fotografía, un grito congelado.

Habían destruido vidas.
Habían causado una guerra que ya no podían controlar.
Y sin embargo...

Cuando se cruzó con ellos en el pasillo, lo vio.

David, Josh y Toni.
Los tres.
Todavía juntos.

No importaba que Toni estuviera esposado, cubierto de heridas y demacrado.

David caminaba a su lado como un escudo humano.

Josh, detrás, vigilante, casi temblando de tensión.

No había traición.
No había duda.

Sólo hermandad.
Un vínculo feroz que ni la muerte ni el infierno habían roto.

Maider sintió un nudo en la garganta.

¿Era rabia?
¿Envidia?
¿Compasión?

No lo sabía.

Pero le dolía.

Porque ella también había tenido hermanos alguna vez.

Y los había perdido por mucho menos que esto.

—¿Stone? —preguntó Edward, acercándose cojeando—. ¿Todo bien?

Ella negó con la cabeza.

No.
Nada estaba bien.

Esa misma noche, en las entrañas del edificio, David Blair se reunió con Stephen Walker.

Un viejo amigo de la infancia de Maider.
Un delincuente de poca monta, traficante de sustancias, pero con acceso a contactos y rutas subterráneas.

Stephen los recibió en un túnel olvidado, iluminado apenas por linternas portátiles.

—¿Están seguros de lo que están haciendo? —preguntó, mirando a David y Josh.

—No hay opción —respondió David, su voz grave.

Josh asintió, tragándose el miedo que lo carcomía por dentro.

—Toni no puede sobrevivir a un juicio.
No en este estado.
Lo destrozarían.

Stephen soltó una carcajada amarga.

—¿Y qué crees que va a pasar si lo rescatas? ¿Van a aplaudirte?

—No importa —dijo David—. Somos Blair. Siempre lo hemos sido. Siempre lo seremos.

Stephen chasqueó la lengua.

—Están más malditos de lo que pensaba.

Pero igual les tendió un mapa.

El plan era suicida.

Aprovecharían el cambio de turno en la custodia.
Usarían un coche bomba como distracción en la entrada trasera.
Stephen bloquearía las cámaras durante 90 segundos exactos.

David, Josh y un puñado de leales harían la extracción.

Todo debía ser perfecto.

O acabaría en una masacre.

Mientras tanto, en su celda, Toni susurraba nombres de personas que ya no estaban.

Nombres que había olvidado.
Que había matado.

Una lágrima solitaria surcó su mejilla.

Y en lo más profundo de su mente rota, escuchó la voz de David:

"No importa lo que pase. Siempre volveré por ti."

Cuando Maider recibió el primer aviso de una anomalía en la seguridad, ya era demasiado tarde.

—¡Código rojo! ¡Todos a sus puestos! —gritó Johannes Collen, su jefe, mientras las alarmas ensordecían el edificio.

Maider tomó su arma y corrió.

Su corazón latía como un tambor de guerra.

Y en lo más hondo, supo que eran ellos.

Los Blair no abandonaban a los suyos.
Jamás.

Las explosiones sacudieron el suelo.

La energía se cortó.

El edificio tembló como una bestia herida.

Entre el humo y el caos, Maider divisó figuras moviéndose rápido, como sombras.

Y entonces lo vio.

David.

Sus ojos se cruzaron por un instante eterno.

Maider levantó su arma.

David no lo hizo.

Sólo la miró.

Una súplica muda.
Un grito silencioso.

"Déjanos ir."

Ella apretó los dientes.

La sangre le hervía.

¡Eran asesinos!

¡Le habían hecho cosas horribles!

¡La habían secuestrado, golpeado, humillado!

¡Y aun así...!

Algo en esa mirada la quebró un poco más.

En ese instante de duda, Josh arrastró a Toni hacia la salida.

David retrocedió, aún sin levantar las manos.

Y Maider, en un acto que jamás se perdonaría, bajó su arma.

Los dejó escapar.

Horas después, bajo la lluvia torrencial, mientras todo el edificio era evacuado y los federales gritaban órdenes que nadie escuchaba, Maider se quedó sola en el estacionamiento, mojándose hasta los huesos.

Mirando hacia la carretera vacía.

Pensando en los tres hermanos huyendo hacia el abismo.

Todavía juntos.
Todavía el uno para el otro.
Todavía Blair.

Y en el fondo de su pecho, algo roto empezó a arder otra vez.

Un odio más frío.

Una compasión más dolorosa.

Una promesa:

Esta guerra no había terminado.
Ni de lejos.




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