Renacer en la Oscuridad

Capítulo 30: Sangre vieja, cicatrices nuevas

El viento ululaba entre los árboles como un coro de fantasmas.
La noche era un manto pesado, cubriendo todo con su sombra.

En medio de ese vacío, tres figuras corrían como bestias salvajes.

David, Josh y Toni Blair.

Cubiertos de sangre, sudor y humo.
Perseguidos por helicópteros, sirenas, y su propio destino podrido.

Nadie pensaba.
Nadie hablaba.
Sólo corrían.

Porque sabían que esta vez no habría redención.
Sólo fuego.
Sólo venganza.

En el fondo de un viejo motel abandonado, a tres horas de la ciudad, David finalmente cayó de rodillas, jadeando como un perro herido.

Toni se dejó caer en un rincón, las esposas todavía colgando de una muñeca.

Su rostro era una máscara de dolor... y algo más.

Algo peor.

Josh, temblando, vigilaba la entrada, su arma en la mano como si eso pudiera detener al infierno que venía tras ellos.

David alzó la vista hacia su hermano del medio.

Toni estaba murmurando.

No palabras.

No oraciones.

Sólo susurros guturales, como si peleara consigo mismo.

David se acercó despacio.

—Toni... —susurró, como hablándole a un animal herido.

Toni alzó la cabeza.

Por un momento, su mirada fue la de siempre: fría, arrogante, mortal.

Pero luego...

Luego cambió.

Sus ojos se nublaron, su expresión se retorció en un gesto casi infantil.

—¿David...? —susurró, temblando.

Un niño atrapado en un cuerpo de asesino.

David sintió que el corazón se le partía en mil pedazos.

Era su culpa.
Todo era su culpa.

Él los había arrastrado a este mundo.

Él había sellado su destino la noche que juró venganza por sus padres muertos.

Y ahora...
Ahora sus hermanos se estaban pudriendo por dentro.

—Te tengo, hermano —murmuró, abrazándolo con fuerza.

Josh los miró, sintiendo que el peso de todo aquello lo aplastaba.

No era un líder.
Nunca quiso ser un asesino.
Pero tampoco podía traicionar su sangre.

No después de todo lo que habían sobrevivido.

Muy lejos de allí, en una oficina devastada, Maider Stone bebía café frío, leyendo su propio expediente.

No podía dormir.
No podía dejar de pensar en ellos.

En esos tres hermanos rotos que, contra toda lógica, aún se mantenían unidos.

Recordó entonces a sus propios hermanos.

Ariel y Lucas Stone.

Ellos habían sido su mundo alguna vez.

Jugaban en el patio de tierra, se peleaban por caramelos, se prometían lealtad eterna.

Hasta que un día, todo cambió.

Un día que Maider jamás podría olvidar.

El pequeño supermercado donde trabajaba su padre fue asaltado.

Un asalto cualquiera.

Un error estúpido.

Un disparo.

Y su padre cayó muerto frente a ellos.

Ariel, el mayor, intentó vengarlo.

Se metió en las pandillas locales.

Y Lucas, el más débil, lo siguió.

En menos de un año, ambos estaban muertos.

Uno acribillado en un callejón.

El otro encontrado colgando en una celda.

Maider tenía apenas quince años.

Juró entonces que nunca más permitiría que la violencia le robara lo que amaba.

Entró a la academia policial a los diecisiete.

Se graduó con honores.

Se hizo detective antes de los veinticuatro.

Todo para detener a monstruos como los que habían destruido su familia.

Y ahora...

Ahora perseguía a tres hermanos que, en el fondo, no eran tan distintos a los suyos.

Sólo que habían elegido un camino aún más oscuro.

Mientras la tormenta crecía afuera, Toni seguía batallando en su rincón.

De repente se puso de pie, tropezando, sus manos temblaban como ramas en una ventisca.

—¡No fue mi culpa! —gritó de pronto, golpeando la pared—. ¡Yo no quería matarlos! ¡Fue él! ¡Fue el otro!

David y Josh se quedaron helados.

¿El otro?

David se acercó despacio, como quien doma a una bestia salvaje.

—¿De qué hablas, Toni?

Toni se rió.

Una risa rota, sucia, desquiciada.

—¿No lo ves, hermano?
No soy yo.
No siempre soy yo.

Se golpeó el pecho, como intentando arrancarse algo de dentro.

David sintió un escalofrío.

Toni no sólo estaba loco.
Toni estaba dividido.

Una grieta invisible lo partía por dentro.

Una personalidad oscura, violenta, se había alojado en su mente, alimentada por años de dolor, culpa y sangre.

David sintió que el mundo se le venía abajo.

Todo esto...

Todo era su culpa.

Josh, en la esquina, empezó a llorar en silencio.

Porque sabía que ya era demasiado tarde para salvar a Toni.

Y tal vez, demasiado tarde para salvarse ellos mismos.

En las noticias, los reportes llovían como cuchillas:

"Nuevas imágenes comprometen a los hermanos Blair."
"Toni Blair implicado en la masacre de la familia Castillo."
"Se sospecha de complicidad policial en la fuga."

Los videos mostraban a Toni, empapado en sangre, riendo mientras salía de una casa en llamas.

Ya no eran fantasmas.

Ya no eran leyendas urbanas.

Ahora el mundo entero sabía quiénes eran.

Y vendrían por ellos.

Con todo.

Sin piedad.

En su escondite temporal, mientras el amanecer teñía el cielo de rojo, David reunió a sus hermanos una vez más.

Puso una mano firme en el hombro de cada uno.

—No importa lo que venga —dijo, su voz ronca por la emoción—.
No importa lo que tengamos que hacer.
Nos tenemos a nosotros.

Josh asintió, mordiendo su miedo.

Toni... sólo sonrió, una sonrisa rota, enferma.

Y por primera vez en mucho tiempo, David no supo si eso era una promesa.

O una amenaza.




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