Renacer en la Oscuridad

Capítulo 32: La advertencia que nunca escuchó

La ciudad estaba enferma aquella noche.

Los callejones supuraban humo y desesperanza; los perros callejeros lloraban en la distancia, como si presintieran el horror.

Toni y Ariel se escondían en la azotea de un edificio medio derrumbado, observando las luces parpadeantes de Las Vegas desde arriba, como dos jóvenes dioses destronados.

Toni encendió un cigarrillo con manos temblorosas.

Ariel, con la mirada perdida en el horizonte, habló sin mirarlo:

—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? —su voz era apenas un susurro— No es la sangre. No son los disparos. No es el dolor.

Toni dio una calada profunda y exhaló el humo, cubriendo el aire entre ambos.

—¿Entonces qué es?

Ariel se recostó contra la fría estructura de concreto, con los ojos entrecerrados.

—Es que, tarde o temprano, todo lo que amamos... termina siendo arrastrado también. —tragó saliva con dificultad— Es como un cáncer. Se extiende. Mata lo que toca.

Toni lo observó de reojo.

En ese momento, Ariel no parecía el chico invencible que lideraba pandillas ni el joven temerario que robaba cargamentos bajo la nariz de los grandes capos.
Parecía sólo un niño asustado, atrapado en una guerra que no entendía del todo.

—¿Tienes a alguien? —preguntó Toni, bajando la voz— ¿Alguien a quien quieras mantener fuera de todo esto?

Ariel sonrió.
Una sonrisa triste, casi rota.

—Sí —admitió, mirando hacia algún punto perdido más allá de las estrellas— Tengo una hermana.

Toni arqueó una ceja.

No sabía que Ariel tenía familia.

Nunca lo mencionaba.
Nunca.

—Es pequeña... o al menos lo era cuando la dejé —continuó Ariel, su voz más áspera ahora— No tiene idea de quién soy realmente. Y espero que nunca lo sepa.

Toni se removió incómodo.

Sabía de sobra que las promesas de proteger a quienes amabas eran huecas en su mundo.

Todo terminaba pudriéndose.
Todo.

—¿Cómo se llama? —preguntó con cautela.

Pero Ariel negó con la cabeza, rápido, como si decir su nombre fuera invitar al diablo a cenar.

—No importa. Mientras esté lejos de esta mierda... mientras nunca cruce con alguien como yo... estará bien.

Un viento frío recorrió la azotea.

Toni guardó silencio.

No dijo que, en este mundo, nadie escapaba.

No dijo que los pecados eran como tatuajes: te seguían hasta la tumba.

Porque en el fondo... ya lo sabía.

Años después, Toni entendería.

Cuando la vio por primera vez, cuando Maider Stone le apuntó con su arma durante aquella redada maldita, Toni sintió algo estremecerse en su pecho.

Una vibración antigua.
Un eco de advertencia.

Era como si el espíritu de Ariel lo sujetara por la garganta, susurrándole:
"Es ella, idiota. Es ella."

Pero para entonces, ya era demasiado tarde.

La sangre había sido derramada.

Las cadenas ya estaban forjadas.

Y el infierno apenas comenzaba.

En el presente, Maider recorría el expediente de los hermanos Blair en su despacho, bajo la débil luz de una lámpara.

Algo en Toni Blair la inquietaba más allá de lo razonable.

No sólo su violencia.
No sólo su crueldad.

Era algo en su mirada.

Un dolor antiguo.
Una rabia incontenible.
Una tristeza que no podía disimular ni siquiera con sus actos más atroces.

Maider frunció el ceño.

Su instinto le gritaba que Toni no era sólo un asesino.

Era una tragedia ambulante.

Y, de algún modo, ella estaba entrelazada en esa tragedia... mucho antes de que supiera su nombre.

Mientras tanto, en un escondite de Trinum, Toni se pasaba una mano por el rostro, agotado.

David, en silencio, lo observaba.

Josh apretaba los puños, queriendo detener el huracán que sabía inevitable.

Nadie decía nada.

Porque en el fondo, todos sentían lo mismo:

El reloj corría.

El final se acercaba.

Y ni siquiera la familia podría salvarlos esta vez.




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