La noche era un monstruo que respiraba sobre su cuello.
Toni Blair dormía mal, como casi siempre últimamente.
Se revolvía en la cama destartalada del escondite, cubierto de sudor frío, con el corazón martillando en su pecho.
Y entonces, lo sintió.
Una presencia.
Abrió los ojos en el sueño —porque era un sueño, debía serlo— y se encontró de pie en un campo gris, bajo un cielo muerto.
El viento silbaba entre los árboles secos, cargado de cenizas.
Y frente a él...
Ariel.
Su viejo amigo.
Más pálido de lo que recordaba, con los labios partidos, los ojos hundidos y una sombra clavada en la mirada.
Aun así, sonreía.
Una sonrisa triste, casi paternal.
—Hola, Toni —dijo Ariel, como si acabaran de verse ayer.
Toni retrocedió un paso, sus botas hundiéndose en la tierra blanda como barro.
—No puede ser —murmuró, sintiendo que el aire se le atascaba en la garganta— Estás muerto.
Ariel soltó una risa apagada.
—Muerto, sí. —se encogió de hombros— Pero todavía tengo cosas que decirte, hermano.
Toni apretó los puños.
Quería gritar.
Quería abrazarlo.
Quería golpearlo.
Pero sus pies no se movían.
Era como estar atrapado en una jaula invisible.
Ariel se acercó, su sombra alargándose monstruosamente detrás de él.
Cuando habló, su voz ya no era la de antes.
Era un eco rasposo que se metía bajo la piel.
—Vas directo al infierno, Toni. Y lo sabes.
Toni tragó saliva, con los ojos ardiendo.
—Lo sé —admitió, con la voz quebrada.
Ariel se inclinó hacia él, tan cerca que Toni podía sentir el olor a polvo y muerte.
—Tienes que detener esto. Tienes que entregarte. O arrastrarás a todos contigo.
Toni negó con la cabeza, desesperado.
—No puedo. No puedo traicionar a mis hermanos.
—No es traición si es para salvarlos. —Los ojos de Ariel se volvieron duros— David... Josh... Ellos no sobrevivirán si sigues este camino. ¡Estás cavando su tumba también!
Un trueno retumbó a lo lejos.
El suelo tembló bajo sus pies.
Ariel alzó un dedo acusador, como un juez implacable.
—Y escucha bien, Toni Blair. —Su voz era ahora un rugido— Por nada del mundo toques a ella.
Toni parpadeó, confundido.
—¿Ella...? ¿De qué hablas?
Ariel dio un paso más.
Su rostro se distorsionó, su piel agrietándose como porcelana rota.
—Mi hermana. —escupió, lleno de rabia— La luz que juré proteger de esta maldita oscuridad.
¡No la manches más de lo que ya lo hiciste!
Toni cayó de rodillas, las manos cubriéndose la cabeza.
Un relámpago desgarró el cielo.
Y en ese instante, Toni vio:
Maider.
El rostro de Maider, ensangrentado, llorando, gritándole.
Sus ojos eran un espejo del mismo dolor que Ariel había querido evitar.
Un sollozo escapó de sus labios.
—Lo siento... —susurró— No sabía...
Pero Ariel ya se alejaba, desvaneciéndose en la niebla, sus últimas palabras resonando como cuchillas en el viento:
—No hay más advertencias, Toni. Haz lo correcto. O arde con todo lo que amas.
Toni despertó sobresaltado.
Su pecho subía y bajaba como si hubiera corrido kilómetros.
El reloj marcaba las 3:33 a.m.
Josh dormía en la habitación contigua.
David vigilaba las cámaras de seguridad.
Todo estaba en silencio.
Pero Toni sabía que algo había cambiado.
La culpa ya no era un susurro lejano.
Era un grito en su cabeza.
Un grito que no se apagaría jamás.
Se levantó torpemente, caminó hacia el espejo roto del baño, y se miró.
Sus ojos no eran sólo los de un criminal.
Eran los de un hombre partido en dos.
¿Podía redimirse?
¿O ya era demasiado tarde?
Apretó los dientes.
Recordó la advertencia de Ariel.
Y en su pecho, una decisión comenzó a formarse.
Todavía débil. Todavía tambaleante.
Pero real.
Por primera vez en años, Toni Blair sintió miedo.
No del enemigo.
No de la muerte.
Miedo de sí mismo.
De lo que era capaz de hacer... o de destruir.
Y el tiempo se le acababa.
En otro rincón de la ciudad, Maider Stone, aún sin saberlo, soñaba también.
Soñaba con su hermano Ariel, llamándola desde el otro lado del abismo.
Pero cuando despertó, sólo encontró lágrimas en sus mejillas... y un vacío en su corazón que no podía explicar.
Todavía no.