Renacer en la Oscuridad

Capítulo 35: La decisión y el eco del pasado

El amanecer rasgaba el cielo con hilos de sangre cuando Toni Blair supo que ya no había vuelta atrás.

Había tomado su decisión en el instante mismo en que terminó aquella carta.
No podía cargar por más tiempo con el peso de sus crímenes.
No después de ver el reflejo de Ariel en los ojos rotos de Maider Stone.
No después de comprender que sus hermanos, por más que intentaran salvarlo, no podrían rescatar algo que ya estaba podrido hasta el tuétano.

David lo observaba desde la distancia, con esa mirada dura que sólo los hombres derrotados sabían fingir.
Josh dormía agitado, atrapado en sus pesadillas de sangre y traición.

Toni sabía que ellos lo sospechaban.
Sabían que planeaba algo.

Pero no lo impedirían.

No esta vez.

No cuando, en el fondo, sabían que era lo correcto.

Mientras guardaba lo poco que pensaba llevar, el peso de los recuerdos cayó sobre él con violencia.

Y entonces el pasado volvió como un golpe al mentón.

Años atrás.

La ciudad olía a basura quemada y desesperanza.
Toni era apenas un muchacho flaco, de ojos cansados y puños rápidos.

La noche en que conoció a Ariel había sido una de esas donde la muerte rondaba en cada esquina.
Un trato había salido mal.
Toni había terminado ensangrentado en un callejón, luchando por mantenerse en pie.

Y ahí apareció él.

Ariel, con su chamarra de mezclilla rota y su mirada de lobo herido.

—¿Te rompieron la cara o fue tu idea de maquillaje? —bromeó, mientras le tendía una mano.

Toni, desconfiado, estuvo a punto de escupirle en la cara.
Pero algo en la sonrisa del desconocido lo detuvo.

No era lástima.

Era compasión.

Era reconocimiento.

Eran iguales.

Desde esa noche, Ariel se convirtió en su único amigo real.
Compartieron cigarros robados, botellas baratas y sueños rotos.

Hablaban de todo, menos de familia.
Eso era terreno prohibido.

Hasta una madrugada, bajo un puente olvidado, donde el frío calaba los huesos y la soledad pesaba como plomo, Ariel rompió el silencio:

—Tengo una hermana, ¿sabías? —dijo, su voz apenas un susurro.

Toni gruñó algo ininteligible, envuelto en su miseria.

—Es... todo lo que tengo —continuó Ariel—. Todo. Ella es buena. Todavía cree que el mundo tiene salvación. Si algún día llego a caer, Toni... quiero que alguien como tú la mantenga lejos de esta mierda.

Toni soltó una carcajada amarga.

—¿Alguien como yo? Estás mal de la cabeza.

Ariel sonrió triste.

—No, Toni. Tú sabes lo que hay en las calles. Sabes cómo apesta todo esto. Pero todavía hay algo bueno enterrado en ti. Yo lo veo, aunque tú no puedas.

Toni no respondió.
No podía.
No había palabras para eso.

Simplemente apretó el puño alrededor de la botella vacía y prometió en silencio que, si alguna vez conocía a esa hermana desconocida, haría lo imposible por protegerla de su mundo podrido.

Nunca imaginó que esa promesa se convertiría en su maldición.

Presente.

Toni metió el sobre dirigido a Maider Stone en el bolsillo interno de su chaqueta.

Salió del refugio sin hacer ruido, con pasos de fantasma.

Pero no contaba con que David lo estaría esperando en la entrada, fumando en la penumbra.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó, sin necesidad de levantar la voz.

Toni se detuvo, cerrando los ojos.

—A terminar lo que debí terminar hace mucho tiempo.

David lo miró largo rato, su rostro endurecido por el dolor y el orgullo.

—¿Vas a entregarte?

Toni asintió, sintiendo un nudo en la garganta que no se atrevía a romper.

David lanzó el cigarrillo a la calle mojada y lo aplastó con la bota.

—Hazlo bien, Toni —dijo finalmente—. Que todo este infierno haya servido para algo.

Y sin decir más, le dio una palmada en el hombro.
Fuerte. Dolorosa. Real.

La despedida de un hermano a otro.

Mientras caminaba hacia su destino, Toni sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

Las sirenas lejanas.
Los titulares en los periódicos: "Toni Blair, captado en escena de crimen."
Los rostros de niños muertos en sus sueños.
La mirada rota de Maider.

Todo lo perseguía.

Todo lo devoraba.

Y aun así, seguía avanzando.

Cada paso, una sentencia.
Cada latido, un recordatorio.

No había redención para monstruos como él.

Pero sí podía haber justicia para quienes todavía tenían algo que perder.

Muy lejos de ahí, en la sede de la policía, Maider Stone recibió una llamada anónima.

Una dirección.

Un susurro:

—Toni Blair. Solo. Sin armas. Vengan.

Su corazón golpeó su pecho como un tambor de guerra.

Y sin saber por qué, una lágrima rodó por su mejilla.

Porque en el fondo...
Muy en el fondo...

Ella también entendía lo que era perderlo todo por intentar salvar a quien amas.




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