El silencio había caído sobre la guarida como un sudario.
Josh despertó primero.
Parpadeó aturdido, frotándose los ojos hinchados por el mal sueño.
Llamó a su hermano mayor con voz ronca:
—¿David?
No hubo respuesta.
Tampoco había rastro de Toni.
Al principio no le dio importancia. Pensó que quizás había salido a fumar, o a golpear a algún imbécil en un arranque de furia mal canalizada.
Pero al ver el sobre blanco cuidadosamente colocado sobre la mesa destartalada, supo que algo andaba terriblemente mal.
El corazón se le encogió.
Con manos temblorosas, Josh rompió el sobre.
Dentro, solo una hoja escrita con la letra apresurada de Toni:
"Hermano... No podía quedarme. No después de todo lo que hice. No después de haberlos arrastrado a este infierno. No busquen venganza. No se maten por mí. Los amo, aunque no merezca pronunciar esas palabras. Esta guerra se acaba para mí aquí."
Josh sintió que el mundo le daba un giro violento.
—¡David! —gritó con desesperación.
David irrumpió en la sala, ya con el arma desenfundada, los ojos encendidos de rabia.
—¿Qué carajos pasa?
Josh extendió la carta con manos trémulas.
David la leyó en un segundo, su rostro endureciéndose como piedra volcánica.
Luego, sin decir una palabra, estrelló su puño contra la pared, dejando una grieta sangrante en el concreto.
La respiración de ambos era lo único que se escuchaba.
Un rugido primitivo creció dentro de David.
—¡Maldito seas, Toni! —gruñó, su voz rota por el dolor y la furia—. ¡¿Así nomás nos dejas?! ¡¿Así se supone que termina todo lo que construimos, todo por lo que luchamos?!
Josh se dejó caer al suelo, cubriéndose la cara con las manos.
—Él... —balbuceó—... Él cree que así nos salva.
David giró hacia él, los ojos inyectados de rojo.
—¡¿Salvarnos?! ¡Él está condenado! ¡Y ahora nosotros también!
—Se pasó las manos por el cabello, desesperado—. ¿Sabes lo que harán cuando Toni se entregue? ¡Nos van a cazar, Josh! ¡Como ratas!
Josh levantó la mirada, húmeda y miserable.
—Tal vez... Tal vez sea mejor así, David.
—Su voz era apenas un susurro.
David se acercó, y por un momento, Josh creyó que iba a golpearlo.
Pero en lugar de eso, David se desplomó a su lado.
Se quedaron así, dos sombras rotas en una habitación que olía a humedad, sangre y fracaso.
La grieta invisible entre ellos comenzaba a abrirse.
Pero la sangre era más fuerte que el dolor.
Todavía.
Horas después, en la oscuridad de la madrugada, David salió al balcón destartalado del edificio.
Se encendió un cigarrillo con dedos aún manchados de tierra y rabia.
Miró la ciudad que alguna vez había jurado conquistar.
Ahora solo veía ruinas.
Sabía que Toni no resistiría mucho.
Sabía que pronto tendrían que tomar una decisión.
Salvarlo...
O matarlo.
En su mente, un recuerdo lo asaltó:
El día en que recogió a Josh de un reformatorio mugroso.
El día en que escondió a Toni en el maletero de un coche para salvarlo de una paliza segura.
Siempre habían estado los tres.
Contra todo.
Contra todos.
Pero ahora...
Ahora estaban cayendo.
Uno por uno.
Como soldados de un ejército olvidado.
Y en lo más hondo de su ser, David Blair comprendió lo que nunca había querido aceptar:
Era su culpa.
Siempre había sido su culpa.
Él les había enseñado a sobrevivir con violencia.
Él los había convertido en armas vivientes.
Él había sembrado la semilla de su destrucción.
El viento helado le arrancó la colilla de los dedos.
David cerró los ojos y murmuró una plegaria muda.
No por él.
Sino por sus hermanos.
Porque todavía los amaba.
Y porque sabía que, si llegaba el momento de elegir entre salvar a Toni... o vengarlo...
Se mancharía las manos una vez más.
Una última vez.