Renacer en la Oscuridad

Capítulo 37: El precio de un hermano

El cuarto de interrogatorios era frío.
Una bombilla oscilaba perezosa sobre la mesa de metal, lanzando sombras largas que parecían fantasmas.

Maider Stone esperaba sentada, con los brazos cruzados, la herida en su costado apenas vendada bajo su ropa de civil.
A pesar del dolor, su mirada era de acero.

No iba a mostrarse débil frente a él.

No ahora.

La puerta se abrió con un chirrido oxidado.

Y ahí estaba Toni Blair.

Sin esposas.
Sin resistencia.

Solo un hombre caminando hacia su sentencia con la cabeza alta.

Maider sostuvo su mirada, desafiante.

Toni se sentó frente a ella, cruzó los brazos sobre la mesa y dejó escapar un suspiro.

Parecía más viejo.
Más gastado.

Como si la oscuridad que siempre había llevado dentro finalmente lo estuviera devorando desde adentro.

—¿Así que decidiste rendirte? —preguntó Maider, su voz cargada de veneno.

Toni esbozó una sonrisa triste.

—Rendirme no... Entregarme. Hay una diferencia.

Ella arqueó una ceja, escéptica.

—¿Y por qué ahora? ¿Después de toda la sangre? ¿Después de todo el dolor?

Toni guardó silencio unos segundos.

Y entonces, bajando la guardia de una manera que ella jamás habría imaginado, susurró:

—Por ellos.

Maider parpadeó.

—¿Ellos?

—Josh... y Ariel.

El nombre cayó como un trueno en la sala.

Maider se tensó, su corazón tamborileando en su pecho.

Toni la miró fijamente, su voz quebrándose apenas:

—Conocí a Ariel antes de todo este desastre. Él no sabía quién era yo realmente... Y, joder, yo tampoco sabía quién era él.
—Tragó saliva, los ojos brillando de una tristeza feroz—. Era un buen tipo. Creía en la gente. Creía en su familia. En su hermana.

Maider sintió un nudo en la garganta.

No necesitaba preguntar.

Sabía a quién se refería.

—Cuando lo mataron... Algo en mí también murió. —Toni se llevó una mano al rostro, frotándose las sienes—. Nunca planeé que pasara. Nunca debí acercarme. Pero él me habló de su hermana... De cómo la admiraba.
—Sonrió amargamente—. Irónico, ¿no? Que resultara ser tú.

El silencio se espesó.

Toni bajó la mirada, como si no pudiera sostener el peso de sus propias palabras.

—Y luego está Josh. —Su voz era apenas un murmullo—. Mi hermano pequeño... Él no eligió esta vida. Yo lo arrastré. David lo empujó. Y ahora, si sigo peleando, solo conseguiremos que terminen muertos.
—Alzó los ojos, decididos—. No quiero eso. No más.

Maider entrecerró los ojos, estudiándolo.

Había algo diferente en Toni.

Algo roto.

Algo... humano.

Pero también vio otra cosa: el monstruo que seguía acechando bajo la superficie.

Toni era las dos cosas a la vez.

Víctima y verdugo.

Salvador y demonio.

—¿Y qué esperas que haga con todo esto? —preguntó Maider, su voz baja, contenida.

Toni sonrió, una mueca de cansancio.

—Nada. Solo... quería que lo supieras. —Se inclinó hacia adelante, sus palabras casi un susurro—. Me entrego no para redimirme. No hay redención para mí.
—Su mano se cerró en un puño sobre la mesa—. Lo hago porque, por una vez en mi jodida vida, quiero hacer algo bien.

El dolor se filtraba en cada palabra.

Maider lo miró largo rato.

Recordó su secuestro.
Recordó su mirada maniaca, sus manos violentas, su locura.

Pero también recordó los momentos extraños en los que Toni parecía... lamentarlo.
En los que titubeaba.
En los que parecía un animal herido, más que un monstruo.

—¿Sabes que no puedo prometerte nada? —dijo Maider finalmente.

Toni asintió, resignado.

—Lo sé.

—Y cuando esto empiece... no va a haber vuelta atrás. —Ella sostuvo su mirada—. Vas a arrastrar a tus hermanos contigo, quieras o no.

La sombra de una sonrisa cruzó su rostro.

—Ya los arrastré hace mucho.

Se quedaron en silencio, separados por una mesa de acero y mil heridas abiertas.

Finalmente, Toni se puso de pie.

—Te dejé algo en recepción —dijo sin mirarla—. Una carta. Para ti.

Y antes de que Maider pudiera responder, se dejó esposar por los oficiales que esperaban en la puerta.

La última imagen que tuvo de Toni Blair fue su espalda ancha alejándose, encorvada bajo el peso de sus propios pecados.

Maider recogió la carta esa misma noche.

La abrió en su apartamento, sola, mientras la ciudad dormía bajo la lluvia.

"Stone,"
"Nunca quise que fuera así. A tu hermano lo admiraba más de lo que nunca admitiré. A ti también."
"Pero soy un Blair. Y eso significa que siempre fui una condena caminando."
"Perdóname si puedes. Olvídame si no. Pero vive. Vive por los dos."

No había firma.

Solo la mancha de una gota de tinta corrida.

O tal vez...
Una lágrima.

Maider cerró la carta entre sus dedos.

Y, contra toda lógica, contra todo odio...

Lloró.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.