Renacer en la Oscuridad

Capítulo 38: El peso de la sangre

La noticia cayó sobre ellos como una bomba.

David Blair se quedó de pie en medio de su sala de estar, el cigarrillo apagándose entre sus dedos temblorosos.

Josh estaba sentado en el borde del sofá, las manos hundidas en su cabello revuelto, su respiración agitada.

No podía ser.
No podía ser.

Toni, el alma inquebrantable de su trinidad rota, se había entregado.

Voluntariamente.

—¿Cómo carajos pasó esto? —gruñó David, su voz ronca de furia contenida.

Josh no respondió de inmediato.

Sus ojos, rojos y brillantes, miraban un punto fijo en la pared, como si con solo desearlo pudiera retroceder el tiempo.

Finalmente, murmuró:

—Lo hizo por nosotros.

David soltó una carcajada amarga.

—¿Por nosotros? ¿¡Por nosotros!? ¡¿Y qué demonios cree que va a pasar ahora, Josh?! ¡Sin Toni estamos jodidos! ¡Estamos en la mira de todos, de la policía, de los carteles rivales, de los mismos bastardos que mataron a papá y mamá!

Josh se estremeció.

Se sentía como un niño otra vez.

Pequeño.
Asustado.

Perdido.

—No quería más muerte... —susurró, como una confesión amarga—. No quería que tú... o yo... termináramos igual que Ariel.

David cerró los ojos, como si el nombre fuera una daga directa al corazón.

Ariel.

El hermano que habían perdido.
El pedazo de luz que alguna vez tuvieron y que se apagó en la oscuridad de sus crímenes.

—Toni vio algo —continuó Josh, la voz quebrándose—. Vio que si seguíamos así... no iba a quedar nada.
Ni de nosotros.
Ni de nuestra familia.

David apretó los puños, luchando contra la oleada de rabia y tristeza.

Toni había sido su guerrero, su espada.
Había sido el que nunca flaqueaba, el que nunca retrocedía.

Ahora... había bajado las armas.

—¿Sabes qué va a pasarle, verdad? —dijo David en voz baja, acercándose a Josh.

El más joven asintió, temblando.

Prisión.
Juicio.
Tal vez muerte.

Josh hundió el rostro en sus manos, sollozando de rabia e impotencia.

David lo abrazó, apretándolo contra su pecho.

Un gesto rudo, torpe.

Pero cargado de amor feroz.

Los Blair podían ser monstruos,
pero eran monstruos unidos.

Nada ni nadie había roto su lazo todavía.

Y aunque Toni estuviera ahora en manos de la justicia...
David juró en silencio que lucharía hasta su último aliento para proteger a su hermano menor.

Y a su hermano perdido.

Porque en su mente enferma y desgarrada, Ariel seguía allí.
En sus recuerdos.
En sus pesadillas.

David respiró hondo, acariciando el cabello de Josh como cuando eran niños, cuando su madre aún vivía, cuando el mundo no era tan jodidamente oscuro.

—Lo vamos a sacar de ahí, Josh —susurró—. Como sea. No importa lo que cueste.

Josh levantó la cabeza, los ojos inflamados de miedo y determinación.

—¿De verdad podemos hacerlo?

David sonrió.

Una sonrisa rota.

Una sonrisa de guerra.

—No hay "podemos", hermano. Hay "debemos".

Afuera, la noche rugía.

La tormenta se alzaba sobre la ciudad.

Y en el corazón de dos hermanos rotos, la promesa de sangre volvía a arder.

Porque los Blair, aunque condenados...
aunque perseguidos...

No sabían hacer otra cosa más que pelear.




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