Renacer en la Oscuridad

Capítulo 39: La caída de los Blair

La celda era pequeña.
Fría.
Oprimente.

Toni Blair estaba sentado en el rincón más oscuro, con la cabeza apoyada contra la pared helada.

Habían pasado tres días desde que se entregó.

Tres días en los que el peso de sus decisiones lo había aplastado, día tras día, hasta dejarlo sin aire.

Las noches eran peores.

Apenas cerraba los ojos, lo veía.

Ariel.

De pie frente a él, su rostro sereno, sus ojos llenos de una tristeza infinita.

—Te advertí, hermano —susurraba Ariel en sus sueños—. Esta vida no nos iba a perdonar.

Y Toni despertaba sudando, el corazón latiéndole en las sienes, preguntándose si aún quedaba algo de él por salvar.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en un apartamento escondido, David y Josh discutían en voz baja.

Sabían que los días de libertad se habían terminado.

El arresto de Toni no había pasado desapercibido.

Los medios, los noticieros, las redes sociales: todos hablaban de la caída del segundo Blair.

Y si seguían huyendo, lo único que lograrían sería condenarlo más.

Y condenarse ellos también.

David se sirvió un whisky y miró por la ventana, la ciudad extendiéndose como un monstruo hambriento.

—No tenemos salida, Josh —dijo al fin, su voz áspera—. No podemos dejarlo solo. No después de todo lo que hizo por nosotros.

Josh, encogido en el sofá, levantó la vista.

—¿Entonces qué hacemos?

David sonrió, una mueca amarga.

—Nos entregamos.

El silencio cayó pesado entre ellos.

Josh tragó saliva, su garganta seca como papel.

La idea de pisar una celda lo aterraba.

Pero la idea de abandonar a Toni era mil veces peor.

—¿Hay una condición? —preguntó, la voz apenas un susurro.

David asintió.

—Sí.
Nos entregamos... pero solo ante ella.

Josh frunció el ceño.

—¿Ella?

—Stone —aclaró David, apretando el vaso en su mano—. Solo confiaré en ella. Es la única que ha demostrado que puede ser justa... incluso con monstruos como nosotros.

Josh pensó en Maider Stone.
Recordó sus ojos duros, su voz firme, su temple.

Recordó cómo Toni, incluso secuestrándola, no pudo quebrarla.

Y entendió.

Stone no era solo su enemiga.
Era su juez, su espejo... su último rayo de redención.

—Está bien —susurró Josh, su voz temblando.

David dejó el vaso sobre la mesa y se acercó, apoyando una mano en el hombro de su hermano menor.

—Juntos, Josh. Hasta el final.

Josh asintió, sintiendo por primera vez en mucho tiempo un atisbo de paz en su pecho destrozado.

Horas más tarde, Maider Stone, aún recuperándose de todo el caos reciente, recibió la llamada.

Su jefe, Johannes Collen, irrumpió en su oficina, el rostro blanco como papel.

—Stone, tienes que ver esto.

En la pantalla de su computadora, una transmisión en vivo mostraba a dos figuras familiares:
David Blair y Josh Blair.

Ambos de pie, bajo el frío de una noche lluviosa, frente a las puertas principales del cuartel general de la policía.

Con las manos levantadas.

Y una sola condición escrita en un cartel improvisado:

"Nos entregamos. Solo a la agente Maider Stone."

El corazón de Maider se detuvo un segundo.

Sintió una oleada de emociones que la dejó sin aliento:
rabia, tristeza, compasión...
y un miedo irracional de que esto fuera una trampa.

Pero en los ojos de los hermanos Blair —incluso a través de la pantalla— no vio odio.

Solo resignación.

Solo cansancio.

Solo el último vestigio de humanidad luchando por no extinguirse.

Se levantó lentamente de su silla.

Tomó su placa.
Su arma.

Y con el alma hecha jirones, salió a recibirlos.

Porque, en el fondo, Maider sabía algo que pocos podían entender:

los monstruos también podían pedir perdón.

Y, a veces,
los monstruos merecían la oportunidad de ser humanos otra vez.




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