Renacer en la Oscuridad

Capítulo 50: Bajo el mismo cielo

El atardecer tiñó de dorado la vieja finca en las afueras de la ciudad.

Las flores, plantadas años atrás por Edward y Maider junto a sus hijos, bailaban suavemente al ritmo del viento.
La casa grande, remodelada con paciencia y amor, se llenaba de risas, música y el aroma de pan recién horneado.

Era un día especial.

Muy especial.

Hoy, la hija mayor de Maider y Edward, Isabel, se casaba.
Y contra todo pronóstico, entre los invitados —mezclados como cualquier familia— estaban también los Blair.

David, de cabello ya ligeramente canoso pero con la sonrisa más serena que Maider jamás había visto.

Josh, ahora robusto y seguro de sí mismo, acompañando a su pareja y cargando en brazos a su pequeño hijo.

Y Toni... Toni, de traje sencillo, parado al borde del jardín, con las manos en los bolsillos y los ojos brillantes de emoción contenida.

Maider, vestida de azul cielo, caminó hacia ellos después de abrazar a su hija y su nuevo yerno.

Cuando se acercó, vio algo que nunca pensó que llegaría a presenciar:
los tres hermanos Blair esperándola, nerviosos como niños pequeños.

—Señora Stone —dijo David, limpiándose la garganta—, solo queríamos agradecerle... por no rendirse con nosotros.

—Por creer —añadió Josh, mordiéndose el labio.

—Por salvarnos —susurró Toni, bajando la mirada.

Maider no dijo nada de inmediato.

Solo los abrazó, uno por uno.

Lloraron un poco.
Reímos mucho.

A lo lejos, Edward les gritó:

—¡O se apuran, o empezamos sin ustedes!

Se rieron, como familia.

**

Durante la recepción, cuando las estrellas comenzaron a encenderse una por una en el cielo, Maider se sentó en el porche, viendo todo el milagro que había florecido.

Stephen estaría orgulloso, pensó.
Ariel también.

Y en su corazón, supo que todo ese dolor, todo ese camino tan duro, había valido la pena.

No porque olvidaran lo que habían vivido.

Sino porque lo habían sanado juntos.

**

Más tarde, cuando los músicos terminaron y los niños dormían en sillas improvisadas, Toni se sentó junto a Maider, con un pedazo de pastel en la mano.

—¿Sabe, Stone? —dijo, sonriendo de lado—. A veces sueño con cómo habría sido todo si hubiéramos tenido alguien como usted en nuestras vidas antes de rompernos.

Maider le tomó la mano, firme.

—Nunca es tarde para seguir escribiendo una historia diferente, Toni.

Toni asintió, mirando las estrellas.

—¿Cree que Dios todavía nos ve?

—Siempre —susurró ella—. Incluso cuando creemos que estamos más perdidos.

Y en ese instante, bajo ese cielo inmenso, los Blair, los Stone, y todos los demás entendieron algo sencillo y sagrado:

Que el hogar no era un lugar.

Era un corazón abierto.

Era el perdón.

Era el amor.

Era la esperanza eterna.

Era Dios obrando en lo pequeño y en lo inmenso.

Y mientras la música volvía a sonar, mientras las risas volvían a llenar el aire, Maider cerró los ojos, sonriendo.

El cielo entero celebraba con ellos.




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