Renacer entre sombras

El espejo del regreso

¡Esto es de locos! No puede ser. Me miro en el espejo y no lo puedo creer.
¿Qué está pasando?
Parece que retrocedí en el tiempo, pero eso no puede ser verdad…

Me veo como cuando tenía catorce años. Nunca olvidaré ese día: el día que quedó marcada mi cicatriz.

Mi madre había escondido mi regalo de cumpleaños en su vestidor. No quería esperar hasta la noche, así que fui a buscarlo. Me subí a una silla, pero perdí el equilibrio. En mi intento por no caer, tiré un adorno que se hizo añicos. Al caer sobre los restos, uno de ellos me cortó el abdomen. No fue grave, pero dolió durante días… y dejó esa pequeña cicatriz.

Ahora, al mirarme, la herida parece fresca. Me duele igual que entonces.

Pero lo más aterrador no es eso: mi reflejo es el de una adolescente.

No entiendo nada. Algo en mi mente me grita que olvido algo importante, pero no puedo recordarlo.

Hasta ayer —o hasta lo último que recuerdo— tenía 24 años. Y lo último que vi fue a mi hermanastra Clara clavándome un cuchillo en la yugular. En segundos quedé inconsciente. En minutos, muerta.

Mientras mi cuerpo quedaba inerte, mi alma fue arrastrada hacia una luz tan brillante que me cegaba. Creí que era el final. Que al fin me reuniría con mamá. Que podría abrazarla de nuevo.

Pero el destino tenía otros planes. El destino me devolvió para vengarme.

Descubrí demasiadas verdades aquel día. Y ya no tengo nada que perder.

Mi madre fue la única Rossi que me amó. El hombre que dice ser mi padre nunca lo hizo; siempre prefirió a Clara. Hoy sé por qué. Lo escuché con mis propios oídos… y esas palabras me atravesaron más que cualquier bala.

En otro tiempo, soñé con que él me amara, con que fuera mi héroe. Pero hoy solo quiero que vea en qué me convirtió.

Seré su juez. Su verdugo.

Y empezaré con ella.

24 horas antes...

—Ayuda... por favor... —mi voz tiembla.

Estoy encadenada a una silla, en un sótano húmedo, sin ventanas. Todo es oscuridad.

Lo último que recuerdo es salir del trabajo. Esperaba al chofer —que por cierto, debía esperarme él a mí—, cuando alguien me golpeó en la nuca.

Todo se volvió negro.

—Ayuda —grito otra vez. El eco es mi única respuesta.

—Ya cállate, arruinas mi buen humor.

Esa voz… heló mi sangre. La reconocería aunque me la susurraran entre mil.

—¿Clara?

—Me has reconocido, hermanita —responde, riendo como una loca.

Está aquí.

Clara Rossi.

Mi “querida” hermanastra. La que me robó todo, incluso la paz.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy encadenada? —pregunto, con la voz quebrada.

—Tú me quitaste algo —responde acercándose—. Y lo quiero de vuelta.

—¿De qué estás hablando? ¡Estás loca!

—Me robaste la vida que debía ser mía —dice con una sonrisa fría—. Eres la primogénita de los Rossi. Tenías el dinero, la mansión, la atención de todos… todo lo que me correspondía.

En su mano brilla algo. Un cuchillo.

—¿Te estás escuchando, Clara? ¡Yo no tenía una vida perfecta! —trato de soltarme, inútilmente.

Ella se inclina, y su risa me hiela el alma.

—Uy… ¿alguien tiene miedo?

El filo roza mi mejilla. Siento el ardor, la sangre, el principio del fin.

Y entonces entendí que mi historia no terminaba allí. Apenas comenzaba.




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