Renacer entre sombras

El filo de la verdad

No sé cuánto tiempo pasó hasta que Clara volvió.
La puerta del sótano se abrió de nuevo, y al cerrarse, la sombra de la mujer que ha dañado mi vida durante tanto tiempo se dibujó en la pared. Hoy, probablemente, será también quien me arrebate la vida.

—Clara, supongo que has venido a contarme la “historia” que no sé… y luego de eso me matarás —hablé antes de que ella lo hiciera. Quería escuchar qué se iba a inventar esta vez. Durante el tiempo que estuvo ausente no se me ocurrió ninguna forma de escapar. Lo único que puedo hacer ahora es intentar ganar tiempo, aunque sin un plan, solo sirva para alargar mi sufrimiento.

—Lo único que falta… que me digas lo que tengo que hacer —se rió con sarcasmo—. Pero tienes razón, he venido a contarte la verdad, querida hermana.

La palabra hermana me sorprendió. Desde que nuestros padres se casaron, jamás la habíamos usado. Por un lado, yo no soportaba que mi padre se hubiera vuelto a casar tan poco tiempo después de la muerte de mi madre; por otro, desde el primer día que conocí a Clara pude ver en sus ojos un odio injustificado hacia mí. Era increíble que alguien pudiera detestar tanto a otra persona sin siquiera conocerla.

—Bueno, bueno… ¿por dónde empezar? —me dijo, trayéndome de vuelta al presente—. Comencemos cuando mi padre conoció a mi madre.

—Pensé que tu madre era soltera —la interrumpí apenas nombró a su padre, pues su descripción se parecía demasiado a la historia de cómo mi madre conoció al hombre al que tengo que llamar padre: un hombre con título nobiliario, pero sin un solo centavo.

—¡Deja de interrumpirme! —me gritó, acercando el cuchillo a mi garganta—. O te cortaré la lengua.

—Bien… por dónde estaba —continuó con una sonrisa cruel—. Ah, sí… mis padres eran jóvenes y pobres. Él quería una buena vida, fortuna, reconocimiento, pero no sabía cómo conseguirlo… hasta que una tarde casi fue atropellado por Anna Elizabeth Ferri Cooper, la única heredera de una de las fortunas más grandes de Latinoamérica.

El silencio que siguió me golpeó. Esa era la historia de mi madre. Anna Elizabeth… mi madre. Mi pecho ardía. Sentí cómo un fuego de odio nacía en mi interior, pero no dejé que mi rostro lo reflejara.

—¿Ahora entiendes por qué te llamo hermana? —se rió, disfrutando de mi confusión—. Elizabeth cayó en las garras de mis padres. La muy idiota se enamoró de un hombre que jamás la amó, que la llenó de mentiras hasta sus últimos momentos, cuando descubrió toda la verdad.

Sus ojos buscaban desesperadamente una reacción mía. Yo, en cambio, me mantuve en silencio.

—¿Sabes, Clara? —dije tras un largo suspiro—. Tú dices que vienes a contarme la historia y luego matarme. Puede que esa sea tu verdad. Pero la mía es otra. Tu madre fue, durante años, la amante de mi padre. Y aunque él la amaba, siempre fue la otra, porque la esposa legítima era mi madre.

Vi cómo sus ojos se llenaban de furia.

—Y aun así tengo una duda —continué—. ¿Qué pasaría si tu verdad no fuera toda la verdad? Tal vez vivas en una mentira, como yo viví.

Un brillo extraño cruzó su mirada.

—Hoy dejo que acabes con mi vida, Clara. Es momento de que me vaya de este mundo —susurré. Ya no quería seguir escuchando. Sabía que mi destino estaba sellado.

—¡Deja de fingir que no me temes! —gritó—. ¡Morirás cuando yo lo decida!

Se acercó lentamente, con el cuchillo en la mano.

—Déjame continuar la historia, así sabrás por qué morirás —dijo con voz helada.

—Tu verdad —murmuré—. Mi verdad me la llevaré a la tumba. Pero te doy un consejo, Clara: busca más allá de lo que te han hecho creer. No te dejes guiar solo por las palabras de tu madre. Tal vez, después de mi muerte, descubras algo que te sorprenda.

Sus labios se torcieron en una mueca de desprecio.

—Viniste por mi herencia —agregué con voz firme—. No soy idiota. No te robé nada, pero dices que te quité algo. Si estas van a ser mis últimas palabras, espero que nunca encuentres tranquilidad. Que dudes de todo.

Esas fueron las palabras que sellaron mi destino.
Un instante después, sentí cómo el cuchillo traspasaba mi cuello. La sangre brotó a borbotones, tiñendo su rostro. Todo se volvió lento, irreal. No, la vida no pasa ante tus ojos como dicen en las películas. Solo pensás en lo que harías si pudieras volver atrás.

Y yo lo sabía: si tuviera otra oportunidad, me vengaría de todos.
De mi padre.
De Clara.
De su madre.

Treinta segundos después, mi vista se nubló. La oscuridad que me había perseguido durante días me envolvió por completo.
Mi último pensamiento fue que, al fin, volvería a reunirme con mi madre.

Una luz cegadora me envolvió, obligándome a cerrar los ojos.




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