Renacer entre sombras

Huellas en la red

Con la lista ya hecha, arranqué por el primer punto:
¿Qué pasó después de mi “muerte”? ¿Me declararon muerta? ¿Clara está encarcelada?

Fui a la biblioteca en busca de una computadora o un celular para investigar. En el escritorio encontré una laptop, la encendí y busqué mi nombre en Google: “Shophia Isabella Rossi Ferri”. Al instante aparecieron noticias sobre mi desaparición. Un titular decía “Misteriosa desaparición de la heredera de la fortuna Ferri Cooper”; otro, “¿Shophia Isabella Rossi Ferri escondida de la prensa?”. Todas hablaban de mi desaparición. Las notas afirmaban que la última vez que se me vio fue el viernes 18 de febrero en el trabajo; desde ese día nadie sabía nada de la heredera del imperio Ferri Cooper.

Los artículos y columnas estaban llenos de especulaciones. Unos afirmaban que me había ido a un retiro espiritual; otros, que me habían secuestrado para exigir un rescate millonario; algunos sostenían que me ocultaba por una cirugía estética; y no faltó quien propusiera que era todo un montaje para aumentar mi fama. ¡Absurdo! Nunca me hice cirugía; además, ¿quién me busca en realidad? Sospecho que la policía está comprada por mi padre y que la prensa se dedica al circo. ¡Qué hipocresía leer tantas tonterías por unos clicks!

Me pregunté por mi cuerpo: ¿lo encontraron? ¿Mi padre sabía que Clara me había matado? ¿Lo ayudó a ocultarlo? A estas alturas nada me sorprende. Sentí un placer frío al imaginar su cara cuando nos reencontemos. Tal vez piensen que soy un fantasma; cuando descubran que vuelvo en carne y hueso, deberían temerme.

Quise saber qué hacía mi “querida” hermanita. En las entrevistas mi padre aparecía afectado por mi desaparición, pero Clara no participaba en ninguna. Pobre gente: no lloran por mí, lloran porque mi ausencia activa una cláusula que mi madre dejó en mi testamento. Si yo no encabezo la empresa familiar durante un mes, el albacea designado por mi madre —Santiago Cooper— asume el control. Santiago odia a mi padre. Ya pasó más de un mes desde mi desaparición; ¿ya se hizo cargo de mi herencia?

Solo mi padre conocía la cláusula; por eso no le convenía que yo desapareciera ni que me mataran. ¿Sabrá que Clara me asesinó? Creo que sí. Si aún no lo sabe, la sorpresa será doble: perderán el dinero y, cuando me vean viva, conocerán de qué soy capaz. Me da gusto pensar en eso. Santiago aparecerá en escena y todo cambiará.

Al buscar el nombre de Clara, apareció un titular: “La segunda hija de la familia Rossi se comprometió con Ares Mars Müller Wagner, heredero del imperio Wagner”. Llevaban dos años de noviazgo y habían celebrado el compromiso con una fiesta en una estancia cerca de Siena, en la Toscana. Parecía la prisa de quien quiere consolidar una posición antes de que se descubra la verdad. ¿Se casará de verdad o algo desviará ese plan? Un e-mail anónimo al padre de Ares contándole la verdadera situación financiera de su futura nuera no vendría nada mal.

Las fotos de la estancia mostraban lujo por doquier: luces que decoraban la casa, la pileta, un bar improvisado en el jardín… la ostentación perfecta para una víbora que más tarde deberá probar su propio veneno. Pobre Ares; me inspiró un poco de lástima. Nunca lo conocí personalmente; yo siempre fui “la otra”, la que debía mostrarse inferior. Si no fuera por mí, esa familia habría tenido que trabajar de verdad.

Con todo lo leído, empecé a redactar el e-mail anónimo que sería el inicio del fin para Clara. Lo dejé en borrador: debía afinar el tono, elegir destinatarios y decidir el mejor momento para enviarlo. Si la prensa ya especula, mi intervención podía acelerar su caída.

Guardé la computadora, comprobé una vez más los titulares y cerré la laptop con una determinación fría. El plan se iba armando pieza por pieza. Hoy rastreé huellas en la red; mañana las haré arder.




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