Renacer (luz de Medianoche 1)

Primer día

Capítulo 2:

Primer día

 

Sé que estoy en medio de una pesadilla, pero no sé cómo despertar.

Él se apodera de mí, después de haber tropezado. Forcejeo para liberarme, pero no puedo, y tengo tanto miedo… Grito, pero sé que nadie puede escucharme…

Me despierto empapada y fatigada. La luz de la ventana pega directamente en mi rostro. Esa pesadilla nuevamente, que me abraza como un torturador recuerdo. No comprendo de dónde vienen las pesadillas, qué puede generarlas. Solo sé que revivirlas una y otra vez me aterra.

—Paula envió por ti —dice una voz. Busco el origen y es esa chica de rizos marrones, mi compañera de habitación.

Alejo los recuerdos de la pesadilla, que es lo único que ocupa mi mente, y salgo de la cama.

—Te prestaré algo de ropa mientras lo solucionamos —dice siendo muy compresiva.

Es como si no fuera la misma chica que conocí ayer; después de mi ataque de terror a altas horas de la noche, ella cambió completamente conmigo. Coloca un bultito de ropa en mis manos, y me empuja fuera de la habitación.

—Ve, apúrate que a él no le gusta esperar.

¿A él?, me giro para preguntar a quién se refiere, pero la puerta ya está cerrada. En vez de ir al baño me asomo a la sala, no hay nadie, pero escucho un murmullo que seguramente proviene de la otra habitación, es como una discusión.

Tomo una fuerte bocanada de aire. A pesar de que toda mi noche fue para revivir la misma pesadilla, me siento bien, con lagunas mentales, pero bien. Aunque me aterra el convivir con las chicas. Ni siquiera sé quién soy, ¿qué tanto podría compartir con ellas?, ¿mis aterradoras pesadillas?, ¿los momentos en que mis ojos se pierden para navegar en escenarios irreales?

Este es mi primer día en este lugar, y siento como si fuera mi primer día en el mundo. Tengo que ir a hablar con esa mujer que me recibió ayer, Paula. Y no he visto lo que hay en el sobre.

¡Oh! El sobre, lo dejé en el baño.

Me apresuro.

Mi compañera de cuarto dijo que habían enviado por mí y, aunque no veo a nadie, supongo que me está esperando y no creo que le agrade mi demora.

Cierro la puerta del baño con seguro y me desvisto. El agua está helada, como recién sacada de la nevera, y mi cuerpo se estremece en respuesta. Apenas me enjabono y enjuago, y salgo titiritando de la frialdad.

Me visto con la piel húmeda, asombrosamente todo es de mi talla. No mojé mi cabello, así que lo peino un poco con mis dedos y lo dejo caer a mi espalda. Son las ventajas de tener el pelo lacio, no me imagino peinando unos rizos como los de mi compañera de habitación.

Envuelvo la ropa sucia, tomo el sobre de la repisa y salgo de puntillas hasta mi habitación.

—¿Estás lista? —ella me pregunta al verme entrar.

—Sí, eso creo.

Voy hasta mi lado de la habitación y dejo la ropa en una cesta.

—Zapatos. —Me giro sin comprender—. Te faltan zapatos. ¿Qué talla eres?

—Ah… No tengo idea.

Miro mis pies descalzos. Son pequeños, pero ni idea de qué talla pueden ser. Además, no siento necesitar unos. Cuando llegue aquí, mis pies estaban descubiertos.

—¡¿Cómo que no lo sabes?! —chilla alarmada.

Me encojo de hombros y ella toma uno de los suyos.

—Ten, mídetelos.

Me los pongo, pero me quedan enormes.

—Yo calzo 37, tú eres… —Coloca la mano debajo de su quijada pensativa— 36 o 35. Creo que debo tener unos por allí que me regalaron y no acertaron con la talla. Mi novio no es muy bueno con las compras.

Me saco las zapatillas negras, y cuando alzo la vista ella está de vuelta con otro par. Me los calzo y solo me quedan un poco flojos, camino un poco, son cómodos y mis pies se mantienen dentro.

—¡Perfecto! —exclama victoriosa—. Por cierto, soy Anastasia.

—Ah… —me quedo trabada con mis propias palabras. Mi nombre, ¿cuál es mi nombre? Ella sigue esperando y no tengo idea de qué decir.

—¿Cuál es tu nombre? —ella pregunta.

—No tengo idea —le soy sincera.

Anastasia vocaliza una palabra que no emite sonido. Se ha quedado perpleja ante la seriedad de mis palabras.

—¿Es enserio?

—Sí, no tengo idea de quién soy, ni por qué estoy aquí, y no tengo idea de qué es este lugar.

—Eso es terrible —dice—. ¿Entonces no recuerdas nada, no hay nada en tu memoria?

—Pues no recuerdo nada a excepción de mi llegada aquí, y las pesadillas que experimenté anoche, y… eso es todo.

—Quizás solo es temporal —dice con una sonrisa, y cambia la conversación—. Hay que solventar rápido lo de tu guardarropa, pero ahora debes irte.

Agarro el sobre.                                      

—No hay nadie en la sala.




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