Renacer (luz de Medianoche 1)

Vampiro

Capítulo 13:

Vampiro

 

Me seco el cabello con el paño sin poder dejar de recordar esos ojos ardientes y rasgados. Creo que tendré pesadillas con esa serpiente si no consigo sacarla de mis pensamientos. Arrastro mis pies por el pasillo hasta la habitación. Me detengo con una mano sobre el picaporte. En la pequeña sala algunas voces discuten.

—¿Por qué tenías que llevarla? —el reclamo viene de Ronald.

No estoy segura de hacia quién, Santiago y Gabriel me pusieron al alcance de ese animal desconociendo las intenciones de la serpiente.

—Santiago la llevó primero —se defiende Gabriel con altivez—, además, ¿por qué cuidarla tanto? Si la entregamos a los rebeldes, dejaran de atacar nuestras protecciones.

—Dessire no irá a ningún lado —la voz de Santiago es suave y amenazante a la vez, me impresiona que salga en mi defensa—. Es obvio que es importante, los rebeldes la buscan por algo.

—Ella nos pone en riesgo. Nunca han intentado acercarse a la academia, siempre han huido de las protecciones celestiales de este lugar y ahora parece que les importa un comino lo que puedan sacrificar para tenerla —dice Gabriel enfurecido.

Ronald me mintió, este lugar nunca ha recibido algún ataque, y con mi llegada... La tolla se desliza por mi cabello y cae al piso, camino hasta la sala. Santiago ha saltado sobre la mesa hacia el otro extremo para quedar a escasos centímetros de Gabriel.

—Tu presencia en esta academia también nos pone a todos en peligro —gruñe.

—Se calman los dos. —Ronald se mete en medio empujando a cada uno lejos del otro, ambos permiten la separación. Ya se dieron cuenta de mi presencia. Santiago retrocede, me observa por un segundo con el oro de su mirada. Últimamente ese tono ha predominado sobre el marrón. Regresa al sofá y no pierde de vista a Gabriel, quien por su parte destila hostilidad.

Ronald me hace devolverme sobre mis pasos y recoge la toalla que he dejado caer, me alivia que no haya sido la que cubre mi cuerpo. Estaría desnuda y muriendo de la vergüenza.

—Me mentiste —murmuro con la esperanza de que Santiago decida hacerse a oídos sordos.

—Lo lamento. No quería que te asustaras más de lo que ya estabas. —Sus manos reposan sobre mis hombros, puedo percibir el peso del arrepentimiento en sus ojos miel. No existe forma de enojarse con Ronald, él es especial—. No le hagas caso a lo que dice Gabriel, está equivocado.

—No puedes estar seguro de eso.

—Ya verás que el tiempo nos dará la razón. Tú eres alguien muy valioso y te vamos a proteger.

—Pero Karla cree que maté a uno de sus lobos y Gabriel me odia —replico frustrada por no poder recordar, si mi memoria regresara todo se aclararía. Ellos no tendrían que cuidarme sin saber quién soy.

—Gabriel odia a todo el mundo. No es un sentimiento exclusivo para ti. En cuanto a Karla, si tuviera certeza de que eso fuera así ya te hubiera sacado del camino. No tienes de qué preocuparte, solo de recordar. ¿Vale?

—Gracias, eres el mejor amigo que recuerdo.

Ambos soltamos la risa. Suena tan tonto y tan real.

—Es más que eso, somos familia. Algunos tenemos la dicha de elegir a la familia. —Nos envolvemos en un abrazo. Se siente tan bien tener a alguien que confíe en lo que soy, sin memoria—. Se supone que ya nos hemos adoptado mutuamente.

—Te hace falta el azul, así no es oficial.

—No me vas a convencer con eso. Entre Anastasia y Romina no han podido, tú tampoco lo conseguirás.

—No voy a implorarte. Sé que algún día lo harás.

—Entonces, ¿estoy perdonado?

—Estás perdonado.

Me quedo sola, disfrutando de la certeza de haber elegido a la mejor familia.

En algún momento me quedé dormida. Tuve pesadillas con esa extraña serpiente, en mi sueño me hablaba. Me decía que no podía escapar. Desperté agitada y asustada, para darme cuenta que Anastasia no había regresado, su cama está vacía y la luz del día se ha ausentado.

Santiago duerme plácidamente en el mueble de la sala, me detengo un segundo para admirar el suave ritmo de su pecho al respirar. Tiene un brazo sobre los ojos mientras que el otro descansa sobre el pecho, sujetando ese artefacto que me prestó temprano. Ni siquiera pude observar nada de lo que decían las diferentes entradas que tenían mi nombre, ni ver si había alguna fotografía y corroborar que se trataban de mí. Camino de puntillas hacia la pequeña nevera con la esperanza de encontrar algo comestible, con todo lo ocurrido me salté el almuerzo. Estoy hambrienta.

Lo único que encuentro son dos duraznos, y una jarra con agua. No estoy segura de la hora, pero tendré que ir al comedor. Agarro los dos duraznos y cierro la nevera. Le doy una mordida a uno, y me preparo para salir a hurtadillas. Verlo sentado, observándome detenidamente, hace que el trozo de la fruta me ahogue. Toso un par de veces, y sin percatarme en qué momento se mueve, da golpecitos en mi espalda.

—Cuidarte de ti es el trabajo más frustrante que he tenido en mi vida —dice divertido—. Ten un poco de agua.




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