Renacer (luz de Medianoche 1)

Cielo dorado

Capítulo 14:

Cielo dolaro

 

Los días pasan hasta que finaliza otra semana, y las chicas no han vuelto a la academia. El único que ha estado en ocasiones es Ronald, como un enlace entre Luz de medianoche y la casa de la familia Calcurian.

Esa extraña serpiente hizo más que rondar los límites de la academia, había atacado a unos jóvenes vampiros de primer año, lo que ha mantenido a Romina fuera por tanto tiempo. Desconozco la condición en que se encuentren esos chicos, pero, por el tono de voz que usó el hada, no se encuentran nada bien. Anastasia ha estado con la vampira todo este tiempo, siento que hay algo más en todo eso, pero, al igual que Santiago, que ha evitado decir algo sobre el tema, Ronald no dijo nada más de lo que cree es necesario para mis conocimientos.

Han estado en pausa las actividades académicas, en cambio, Luz de medianoche se ha dedicado a fortalecer sus defensas, protecciones… Nadie lo dice, pero sé que todas estas previsiones las toman por mi presencia. Mi llegada ha desatado un desbarajuste en la normalidad que tenían. Los rebeldes nunca se habían atrevido a venir hasta acá, y ahora lo han intentado y se espera que regresen.

Necesito recordar, no quiero que nadie más salga lastimado.

Santiago ha hecho de mi semana un suplicio, con horas de silencio e indiferencia. Desde aquella noche evita mis intentos de iniciar una conversación, sea cual sea. Su constante presencia evitó que Karla se cruzara en mi camino, sé que ella ha permanecido en la academia, pero en ningún momento la he visto. En cuanto a Diana, las pocas veces que nos hemos encontrado en el comedor no volvió a lanzar sus amenazas silenciosas.

Lo bueno de todo esto es que convertirme en la sombra del vampiro, porque sigo estando a su cuidado, me ha dado más resistencia física. Ya no me cuesta tanto seguirle el paso y no me canso tan rápido. También he tenido tiempo para leer algunas otras historias sobre los ángeles caídos, demonios y la eterna batalla entre el bien y el mal. Los dos únicos libros que me ha dejado Anastasia siguen estando en mi posesión. He aprendido mucho esta semana, lo que no avanza es mi memoria, las pesadillas tampoco han vuelto. Lo que es un alivio y al mismo tiempo desesperante, como si mi mente se diera una larga siesta antes del próximo raund.

—Un poco de ayuda no me vendría mal.

Ah, el señor silencio decidió dirigirme la palabra.

Santiago ha estado dibujando una especie de runas en algunos de los árboles. Buscan reforzar las defensas y protecciones de la academia, y marcar la corteza es parte de ello. Mi trabajo se ha reducido hacerle compañía al vampiro, puesto que es él o Gabriel. Definitivamente me mantendré lo más lejos posible del argel, ese chico tiene la intención de entregarme para salvar a los demás.

Mi instinto de supervivencia me insta a permanecer aquí, alejarme no es una opción. Algo allá fuera quiere matarme y no puedo recordar por qué.

—No has necesitado ayuda desde hace días, ¿por qué ahora sí?

Alzo la mirada del libro. La última vez que vi a Ronald me dejó un libro que trata de los cambiantes, de esa manera tendré información para realizar el ensayo de la profesora Carlota. El problema es que no he podido concentrarme en la lectura. Cada vez que lo intento me he distraído viendo como Santiago se concentra en marcar un árbol con la punta de un cuchillo. No hay nada místico en que lo que realiza, pero según él las runas celestiales sirven de protección. No importa quién las haga, el resultado es el mismo, por lo que el resto de estudiantes de la academia tienen la misma labor.

—¿Ya tienes algo para tu ensayo? —No se molesta en desviar la mirada en mi dirección.

Se ha remangado las mangas de su suéter negro hasta los codos, la cremallera abierta deja al descubierto una franela blanca con una explosión de color en el pecho, como si hubieran esparcidos desiguales gotas de pintura que dan alusión a un par de alas.

—Puedo apostar mi alma a que no has leído ni una sola línea de ese libro de casi cuatrocientas páginas —una disimulada sonrisa arquea sus labios.

Por supuesto que lo apostaría, su alma no correría ningún riesgo, sus habilidades vampíricas deben tener una estadística de las veces que he alzado la mirada para observar el contorno de sus labios. Intenté evitarlo, pero es como la atracción de los imanes, y me frustra perder mi tiempo en los ángulos cincelados de su rostro y el recorrido de sus cejas oscuras que armonizan con el tono claro de sus ojos.

—No pareces necesitar ayuda. —Pongo los ojos en las pequeñas letras negras del libro, en las líneas y líneas de información en las que soy incapaz de concentrarme.

Es más complicado tratar con Santiago, en un momento gruñe palabras, al otro decide quitarme el habla, evadirme a toda costa, y al siguiente se muestra muy comunicativo, como ahora. Él es como una ruleta rusa, nunca se sabe lo que depare la suerte.

—Tú, por el contrario, sí.

—¿Sabes algo de la metamorfosis de las brujas?

Un resumen sería mejor que leer, además, me gusta escuchar su voz.

—Es posible.

—¿Me lo dirás?

Cierro el libro. Él se aleja del grueso tronco que marcaba. Me levanto y lo sigo, hacemos nuestro propio sendero hacia la academia.




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