Capítulo 21:
Marcas en la piel
Me he perdido las clases de la tarde. Primero por mi crisis en el comedor, y ahora porque estamos en la ciudad para hablar con Santiago. Los vampiros no se encuentran en la academia, han ido a un local de la ciudad donde se reúnen y donde solo se admiten vampiros. Lo que no entiendo es cómo me dejarán entrar a mí.
—¿Es aquí? —Frente a mí se alza un edifico que fácilmente puede pasar por abandonado. Tiene cuatro pisos y su fachada está muy descuidada, a diferencia de las demás edificaciones de la cuadra.
—Sí, es un club donde se reúnen los vampiros de la toda la zona —explica Romina mientras deja un fuerte golpe en la puerta principal. Espero en la calzada de la calle. Hay establecimientos abiertos y poca movilidad de personas.
Un hombre alto y corpulento emerge al abrirse la puerta. Es afroamericano, sus ojos son oscuros como su piel. Me observa con desaprobación.
—Viene conmigo —dice Romina con autoridad—, déjanos pasar.
Él se hace a un lado, pero en su rostro queda claro que no le agrada mi presencia. El interior del edificio está mucho mejor cuidado que el exterior. La decoración es un poco tétrica, pero me imagino que para los vampiros es perfecta. Un pasillo amplio se extiende ante mí, y al final está la recepción. Hay cómodos y modernos muebles en color negro armónicamente ubicados. En la recepción se encuentra una mujer con el rostro lleno de tatuajes, y sus brazos también. Su larga cabellera es rubia, y los pocos espacios libres de tinta indican que su piel es blanca.
—¿Está Santiago arriba? —pregunta Romina. La mujer alza la mirada y sus ojos son de un tono verde muy claro.
—Así es —es lo único que dice. Su mirada me sigue hasta las escaleras.
Subimos hasta el primer piso. Me detengo al ver que toda esta zona ha sido completamente remodelada para dar lugar a un pequeño club de juegos, algunas mesas de ping pong, otras de billar. Hasta tienen su propio bar, y todas las botellas tienen esa tonalidad rojiza.
—¿Quieres un trago?
—No, gracias —me apresuro a decir. Ese licor debe contener sangre. Ella sonríe, supongo que mi cara de horror le causa gracia.
La sigo hasta un rincón al final de la sala, a mano izquierda. Esquivamos un par de mesas ocupadas por vampiros lo suficientemente tomados como para percatarse de mi presencia. Es un espacio un poco privado, como otra amplia habitación. Si no me equivoco todos los que se encuentran en este espacio pertenecen a la academia. Son todos los vampiros que asisten a Luz de medianoche. La mesa de billar en el centro del lugar es lo que mantiene a todos en júbilo. Santiago se encuentra observando desde un cómodo sofá con una de esas bebidas rojizas en la mano. Y una de las jugadoras es Diana. Venir aquí ya no me parece tan buena idea. Esa chica me odia.
—Creo que mejor nos vamos —susurro.
—De ninguna manera. —Romina me toma del brazo y me hace avanzar hasta dejarme sentada en el mismo sofá en que se encuentra Santiago. Él se ve sorprendido de mi presencia aquí, más que de Romina. No me quita la mirada, es un poco inquietante.
—¿Por qué están aquí? —pregunta desviando la mirada hacia Romina.
—Necesitamos hablar.
—¿De qué? —están hablando en susurros y, aun así, Diana parece estar atenta a todo. Se ha detenido cuando le toca su jugada, al principio no me ve, pero luego sus flamantes ojos quieren asesinarme.
Luce un bonito y corto vestido rojo. Las raíces de su cabello están oscuras, y el color rojo de su melena se mezcla con el vestido. Ella simplemente deja el taco en manos de otra chica. Rodea la mesa.
—Tenemos que hablar acerca de Gabriel —susurra Romina.
Él gira la mirada y de nuevo está sobre mí.
—¿Le dijiste? —pregunta.
Antes de que pueda responder Diana está imponente frente a nosotros.
—¿Qué hace ella aquí? —su pregunta llega a oídos de todos, en menos de un segundo cada vampiro en la habitación se ha dado cuenta de que un argel se encuentra en su club.
—Te esperamos fuera —dice Romina girando sobre sus talones a una rapidez casi imperceptible. Entre ella y Diana parece haber una guerra de miradas—. Ni se te ocurra seguirnos.
Diana baja la guardia y asiente. Pero su desdeñosa mirada va dirigida a mí. Se hace a un lado y nos deja pasar. Salimos de allí en menos tiempo del que tuvimos para entrar. Me siento mejor cuando estamos fuera, en la calzada, con la fría brisa de la noche golpeando mi cuerpo, y la luz de luna sobre nuestras cabezas. Que rápido ha oscurecido.
La ciudad se ha vuelto nocturna y hay más vida en esta calle justo ahora que cuando llegamos. Puedo escuchar un par de mezclas de diferentes músicas que se unen en la calle. Cada local tiene su propia música. Hay personas disfrutando de la vida nocturna, y creo que también algunos hombres lobos y hasta algunas hadas se encuentran mezcladas con los humanos.
—Este es uno de los pocos lugares que es seguro —dice Romina—, y uno de los escasos lugares donde la humanidad no nos rechaza.
—¿Cómo lo hacen?
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Editado: 27.07.2021