Capítulo 23:
Secuestrada
Intento ir más de prisa para alcanzarla. Esquivo con agilidad raíces trenzadas, ramas secas, piedras… Cada paso que doy hace que la distancia se haga más grande, ella se vuelve inalcanzable. El miedo nace de manera abrupta desestabilizando mis piernas y tropiezo.
—No te alejes —suplico.
Ella no se detiene. Me da la espalda.
Una telaraña de hojas impide el paso de la poca luz de la luna, entre la trémula oscuridad la pierdo de vista. Me levanto y corro de nuevo, no puedo perderla. Respuestas. Ella debe tener respuestas. Me espera con los brazos abiertos y una sonrisa. Parece estar feliz de verme. Disminuyo mis pasos.
—Ven, acércate —su voz es suave y maternal.
La veo a través de mi memoria, la recuerdo. Sé quién es. Una parte de mí se ha desbloqueado, y solo quiero correr a sus brazos y sentir que es real. ¿Real?
Es mi madre, ahora lo sé, entonces ¿por qué siento que ella no es lo que muestra? Esto no está bien, me he alejado demasiado. Comienzo a retroceder.
—Es momento de regresar —la voz proviene de mi espalda.
Ella desaparece.
¡Dios! Me duele todo.
Lo último que recuerdo son esas luces y yo siendo una idiota al seguirlas. Ahora lo tengo claro, Santiago me lo advirtió, pero en ese momento mi cabeza tenía una nube negra que me impidió acceder a sus palabras. ¿En qué estaba pensando? Ah, claro, en esa mujer y la necesidad de saber quién es… Un momento, tengo algunos recuerdos, en todos está el rostro de esa mujer, mi madre. La veo tejiéndome el cabello, organizando una pequeña sala, embarazada, un bebé en sus brazos… Una pequeña parte de mi memoria ha despertado.
Ahora estoy metida en un buen lío. Ni idea de a dónde me han traído, una oscura tela cubre toda mi cabeza. Me enderezo un poco sobre la incómoda silla para darme cuenta de que mis brazos están atados detrás de mi espalda. Es comprensible por qué me duele todo el cuerpo, ¿quién puede dormir sobre una silla atada?
¡Estupendo!
¿Cuántas horas habrán pasado desde que me secuestrarán de la academia?
—¿Horas? —dice la voz de un hombre en alguna parte, me sobresalto, él se echa a reír—. Cinco días, niña. Llevas aquí cinco días. No te han encontrado, y dudo mucho que para el anochecer lo hagan.
No puede ser, todo el fin de semana secuestrada, y ya casi vamos a mitad de semana. Tengo que saber por qué me han mantenido con vida tanto tiempo.
—¿Qué pasará al anochecer? —Muevo mis manos, pero solo consigo lastimarme, la soga quema donde hace contacto con mi piel—. Buenos nudos, por cierto.
—Gracias, es mi especialidad. Regresarás de donde huiste —responde el hombre con facilidad.
¿Huir?, esa palabra hace que me duela la cabeza mientras imágenes borrosas intentan salir de un letargo sueño. Respiro despacio y las puntadas comienzan a disminuir sin tener éxito, esa no es la llave que mantiene cerrada la puerta de mi pasado. Parece que a él no le importa dar respuestas, aprovechemos un poco el tiempo para obtener información.
—¿Y ese lugar sería?
—Deja de hablar con ella y ven a ayudar —grita una mujer. El cántico de su voz es una melodía seductora y llena de misticismo. Su basta presencia hace que se me erice la piel, el ambiente está cargado de una energía asfixiante, y mi cuerpo dispara mil alarmas que no alcanzo a comprender. Intento relajarme, pero los latidos de mi corazón no tienen intenciones de detener sus aceleradas pulsaciones.
Escucho al hombre moverse con fuertes pisadas por el lugar, tiene que tratarse de un espacio bastante amplio porque sus pisadas resuenan a la distancia. Además, la voz de la mujer no estaba tan cerca como lo estuvo él. Si tan solo pudiera ver, sería más fácil encontrar una forma de desatarme. También ayudaría mucho estar en calma, lo que no se me ha dado muy bien.
—Atenlo bien para que no escape —dice la misma mujer.
Ahora que la escucho de nuevo, la recuerdo. Y no es exactamente un momento agradable, esa voz pertenece a la mujer de piel grisácea que nos atacó en el callejón, cuando volé por los aires. No entiendo para qué me tienen con vida si ese día querían matarme.
El chirriar de las patas de una silla siendo arrastrada contra el suelo me hace estremecer, hasta los dientes me tiemblan por desagradable sensación. Me quitan la capucha que me impedía ver y me ciega por completo la luz de las bombillas. Me toma un poco de tiempo enfocar mi mirada en un solo lugar, cada vez que abro los ojos puntos dorados saltan de aquí y de allá.
—No entiendo por qué eres tan especial —dice la mujer justo frente a mí, lo sé porque su mano agarra mi cara y sus dedos se hunden a cada lado de mis mejillas. Unos segundos más y sus ojos oscuros se enfocan, ella tiene muy mal aspecto, hasta yo me veía mejor cuando llegué a la academia. Y eso que estaba en mi peor momento.
—Pues, yo tampoco —respondo despacio con la presión de sus dedos intentando juntarse a través de mi piel—. Me gustaría saber ¿qué harán conmigo?
—Enviarte de regreso. —La mujer hunde sus uñas en mi carne. Siseo por el inesperado dolor.
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Editado: 27.07.2021