Capítulo 35:
Mi tumba
—Sigo pensando que es muy mala idea —dice Ronald.
Él y Dimas van delante. Después de unas cuantas horas en carretera, caminamos por las destrozadas calles de la zona donde viví hace veinte años. Este lugar está casi abandonado, las pocas personas que hemos visto se ocultan en las ruinas que dejó el cambio, o el fin del mundo como se conocía. Es increíble ver como todos los logros del hombre por tantos siglos se derrumbaron con un nuevo amanecer.
Este lugar ha traído recuerdos hermosos a mi mente, aunque nada es como antes.
—Y aun así estás aquí —replica Dimas con diversión.
Solo Dimas y Santiago comprendieron mi necesidad de ver el lugar donde mis huesos estuvieron descansando, los demás se reusaron a aceptar mi decisión, aunque Ronald decidió acompañarnos.
—Solo porque no quería estar más tiempo rodeado de tantos vampiros, todos están como locos. —Gira la vista con culpabilidad, Santiago entorna los ojos con desagrado.
Rodeo su cintura, y dejo un beso en su mejilla. Ronald tiene razón. La tensión entre los vampiros aterra a cualquiera, la traición del chico ha puesto a la defensiva a todos y es como si esperaran que los apuñalaran por la espalda en cualquier momento.
—Pues no has logrado tu cometido —expresa Dimas sin poder dejar de reír. Eso enfurece un poco más a Santiago, si no fuera porque estoy a su lado estoy segura de que ya se hubiera lanzado encima de esos dos.
Me muerdo el labio para no reír, el rostro de los tres, causa mucha gracia, y me distrae de la verdadera razón por la que estamos caminando hacia un viejo y abandonado cementerio.
—No es gracioso —susurra el vampiro en mi oído. Su aliento me hace cosquillas sobre la piel.
—Quizás para ti no, pero para mí sí. —Él suspira, dándose por vencido. Su brazo está sobre mis hombros, y me acerca más a él.
No hemos hablado mucho, solo un par de bromas para alivianar la tensión que se respira. Sé que todo lo que pasó le ha afectado de tal manera que ha estado distante e inseguro conmigo, y de igual manera ha estado Romina. Ha sido un golpe fuerte la muerte inesperada de Diana, todos esperaban que pudiera luchar contra la transición de su cuerpo, contra la pérdida de su propia alma, pero ya no existía ninguna lucha que ganar, y espero que ellos lo puedan entender. Ninguno me ha reclamado, solo a Dimas. Supongo que de alguna manera necesitan dejar salir tanto dolor y frustración.
Aunque Dimas de alguna manera se culpe por no haber podido hacer nada, ellos están igual o peor. Diana fue parte de la vida de Santiago, tuvieron una relación y, aunque ya hubieran terminado hace algún tiempo, los recuerdos no se pueden borrar.
La entrada al cementerio me hace estremecer, y como si fuera un flash una imagen se apodera de mi mente, por unos escasos segundos pero lo suficiente para observarme. Solo fue un recuerdo, yo cruzando esa entrada con determinación, el vestido lavanda sujeto a mi cuerpo, y un pequeño sobre en mis manos, pero no estuve sola, un señor mayor caminaba a mi lado.
—¿Te encuentras bien? —la voz de Santiago me trae de vuelta a la realidad. Nos hemos detenido, y sin darme cuenta mi respiración se ha vuelto agitada.
Dimas y Ronald han abierto las rejas oscuras y oxidadas, pero se han detenido a la espera de que avance o retroceda.
—Sí, es solo que recordé algo —mi voz sale distorsionada.
—¿Segura que quieres continuar?
Mi cuerpo y mi mente gritan que no, quieren volver a la seguridad del desconocimiento de mi pasado. Pero me obligo a avanzar. En ese pequeño destello de recuerdo me veo muy segura, como si supiera exactamente mi situación, y si fuera así, ¿por qué perdí la memoria? ¿Y quién es ese hombre?
—Sigamos.
Santiago sigue sin estar de acuerdo, pero asiente.
Las tumbas están cubiertas por una alta hierba, muchas ya ni se pueden ver. Este lugar hace mucho tiempo que han dejado de visitarlo, sin embargo, hace unas pocas semanas salí de aquí. ¿Dónde estará mi tumba?, sin darme cuenta mis pies se mueven en una dirección que mi mente no logra reconocer. Es un cementerio pequeño, el terreno no es tan extenso así que me muevo por el centro del lugar con cuidado de no caerme. Hay muy poco espacio entre las tumbas, además es difícil ver los estrechos pasillos con la hierba. Santiago camina detrás de mí, sosteniéndome la mano.
—¿Sabes a dónde vas? —susurra cerca de mi oído.
—En realidad, no. —Me tropiezo y él me sostiene de la cintura. Por poco y me tuerzo el tobillo.
Dimas se ha adelantado, y va revisando a medida que avanza entre las lápidas.
—¿Qué es lo que buscan? —una voz gruesa me sobresalta.
Me giro con cuidado de no tropezar de nuevo. Es un hombre mayor, alto y de piel blanca, su cabello castaño esta moteado de canas, y sus ojos son de un marrón muy claro. Su rostro me es tan conocido, su voz… es el mismo hombre de mi recuerdo, el mismo hombre que caminaba a mi lado. No soy la única sorprendida, él también lo está.
Camina despacio como si no pudiera creer mi presencia en este lugar.
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Editado: 27.07.2021