El día estaba terminando y Eleein, mientras recogía la última mesa de la cervecería, pensaba en aquel ser tan hermoso con el que había hablado esa misma tarde. Sus ojos grandes y verdes le daban un aire de misterio y sus largos cabellos blancos hacían sus movimientos más dóciles y sencillos. Tan distraída estaba que no se dio cuenta de que había derramado un poco del líquido dorado que sobraba en una de las jarras hasta que su vaporosa falda quedó mojada.
Mientras tanto Rufus, en la cocina, secaba una jarra de cerveza recién lavada. Cuando acabó dejó el paño sobre la encimera y se dirigió al comedor, donde estaba la joven. Al ver a Eleein ensimismada en sus pensamientos y la mirada perdida se extrañó. Se acercó a ella silenciosamente, agarro la jarra y acabó de limpiar la mesa.
- Gracias. No sé que me pasa hoy, normalmente no estoy así.
- No pasa nada. Será el cansancio.
- Sí, seguramente.
- Por cierto, ¿quién era aquel hombre con el que hablaste esta tarde?
- Era un elfo que se dirigía a Calendra.
- ¿Cuál es su nombre? Apenas vi su cara, pero… tiene algo muy familiar, no se decirte el qué.
- Eleein levantó la mirada y fijó sus ojos marrones a los del enano.
- La verdad es que no se su nombre, no tuve ocasión de preguntárselo, pero a mi también me parece conocido su rostro, creo que lo he visto en algún lugar.
- ¿Qué era lo que quería?, no se quedó mucho tiempo.
- Tan solo un lugar donde dormir esta noche, ya sabes que en esta época del año hay muy pocas posadas libres. Le he ofrecido quedarse en el cuarto libre que tengo en la casa.
- Te he dicho que no ofrezcas quedarse en casa a gente extraña, podría ser peligroso.
- Parecía un buen hombre. Sabes que no lo habría hecho si no lo fuera.
- Lo sé, tan solo me preocupo por ti, después de lo de tus padres… - paró Rufus bruscamente antes de seguí la oración - No quiero que te ocurra lo mismo que a ellos.
Su conversación fue interrumpida por tres golpes en la puerta. Eleein pegó un pequeño brinco por el susto, pero rápidamente se dispuso a abrir la puerta. Detrás de esta se encontraba el hombre, o mejor dicho, el elfo, que llevaba todo el día en su cabeza.
- He prometido que llegaría al anochecer, aquí estoy - dijo este con una gran sonrisa.
- Pasa - la muchacha se apartó para dejarle pasar mientras su mano iba en dirección a su amigo que estaba en el medio de la sala -. Este es Rufus, un viejo amigo. Y, por cierto, mi nombre es Eleein. Antes no tuvimos la oportunidad de presentarnos.
- Su nombre es hermoso, señorita Eleein.
Rufus le dedicó una pequeña sonrisa al joven y, en ese momento, sus ojos se abrieron como platos cuando se paró detenidamente a examinar el rostro de aquel ser.
- ¡Oh, majestad! No le había reconocido. Pase, pase.
Mientras pronunciaba estas palabras el enano se encorvó para hacer una reverencia. Eleein se sorpren-dió por la palabra "majestad" y se quedó mirando al muchacho fijamente.
- Dejen las formalidades, llámenme por mi nombre, Eldar.
- ¿Eldar? ¿El futuro rey elfo? ¿Ese Eldar? - la chica no se lo acababa de creer.
- Sí, ese Eldar - el elfo no pudo contener una pequeña risa a la que le siguió Rufus.
- Lamento mi cara de sorpresa, pero no le había reconocido. Solo le había visto en dibujos y retratos, pero no se parecen en nada a usted en la vida real. - dijo la muchacha un poco avergonzada.
- Ya me he dado cuenta - dijo él con una pequeña carcajada –. Extrañamente le suele ocurrir a mucha gente.
La muchacha le ofreció asiento al futuro rey en una pequeña mesa con tres sillas y ella se lo pensó dos veces antes de sentarse a su derecha. Era la primera vez que le veía tan de cerca, y se fijó que la tez del muchacho tenía un pequeño brillo allí donde la luz de la luna que entraba por la pequeña ventana, le rozaba la piel.
Él se dio cuenta de que Eleein le estaba mirando fijamente, por lo que giró la cabeza y sus ojos se encontraron. Ninguno de los dos podía apartar la mirada del otro. Sintieron como si se conocieran de toda la vida, como si fueran amigos desde hace mucho tiempo.
Al fin Rufus, que se sentía muy incómodo con la situación, decidió iniciar una conversación.
- ¿Le apetece algo para comer, Majes… Eldar?
- No, gracias. Acabo de comer un bollo en la pastelería de la esquina, que por cierto, estaba delicioso.
- Sí - intervino la muchacha -, la señora Robinson es una gran repostera, sus bollos de crema están buenísimos.
- Cierto - rio Rufus.
La señora Robinson era muy amiga de Eleein desde hacía años. A pesar de ser una mujer ya entrada en años tenía aspecto joven gracias a su cabello largo y negro, su cuerpo delgado y su gran estatura.
- Yo iré a calentar un poco de sopa sobrante del mediodía para mí - dijo el enano- ¿Te apetece un poco Eleein?
- Claro, gracias.
Rufus llegó unos minutos después con dos grandes tazas de sopa de pollo caliente, y en menos de diez minutos ambos habían ingerido hasta la última gota de sus respectivos recipientes. Los tres estuvieron un tiempo hablando hasta que Rufus dijo al fin:
- Se está haciendo tarde, deberíamos ir a dormir ya. Mañana os espera un día muy largo, Eldar.
- Tiene razón Rufus - dijo el elfo con una sonrisa pero en el fondo se sentía un poco decepcionado.
Los tres se levantaron de la mesa. Rufus salió del local por la puerta principal mientras que Eleein, después de cerrar la puerta con llave y despedirse del enano, se dirigió a unas escaleras al fondo de la cervecería que llevaban al piso de arriba seguida por el elfo.